Secaron
la saliva en las esquinas
de
una calle mojada de suspiros
y
de olivos curvados en su álabe
en
la noche del tiempo adormecidos.
Y
el campo nada supo del perfume
de
aquella quieta, antigua invocación
que
susurraba el puro amor inmenso
de
un ósculo pionero en su verdor
(atardecer
amable del cristal de la vida).
Velaron
la pureza del terral
regándola
de humildes sentimientos:
esos
brotes de yedra palpitante
que
abrazaban las lenguas calladas de la piedra
En
la quietud aún oigo su murmurio
en
el jardín ausente de los vientos;
luce
el sol débil, un chamariz canta
entre
una nube murria del otoño.
Juan Carlos García-Ojeda Lombardo
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