Claustro Poético

Boletín virtual de poesía, edición trimestral. Nº 0. Primavera-2005

Asociación Cultural Claustro Poético

 

Director: Juan Carlos García-Ojeda Lombardo

Coordinadores: Fernando R. Ortega Vallejo y Juan Antonio López Cordero

D.L. J-309-2005

ISSN 1699-6151

CONSEJO DE REDACCIÓN

Presentación


Poemas

Toca retirada

Viento

Amores sin espinas

Viejos de Otíñar

El Gordo

Tu pelo blanco

Tiempo

Aquella noche, en Jaén, junto a...

Corona viva

Poema de Primavera

Supermercado abierto

Mi brindis

Dedicada a la sencilla conciencia

Las danzas del mundo


Colaboraciones

El hombre de piedra

El Romancero de Jaén. La Catedral

Las leyendas de Jaén. El ecce homo de Las Bernardas


Noticias

Premios Jaén

En recuerdo de Rafael Valdivia

  Claustro Poético diez años después 

Premio de Poesía Internacional


Colaboran en este número


Cartas al Director


 

 

 

 

 

Mi brindis

               Llenad de nuevo mi vaciada copa

              con la encendida sangre de la tierra,

              ese llanto del sol que en los sarmientos

              como lágrimas cuelga.

 

              Que su dorado flujo me recorra

              el calcinado cauce de las venas;

              que embermeje, como el divino río,

              los muros de mi niebla.

 

              De pámpanos mis sienes coronadas

              danzaré, nuevo fauno, entre las cepas,

              alimentando pánicos y risas

              con chasquidos de lengua.

 

              Porque el ardor del venerable jugo

              incendiará las últimas barreras

              donde tiemblan, enfermas de respetos,

              penosas las ideas.           

 

              Llenad mi vieja copa. La levanto

              -soberbio cáliz de liturgias nuevas-

              para hacer a los hombres, no a los dioses,

              lejanos, una ofrenda.

              A los hombres que miran -prometeos

              encadenados siempre a su tristeza-

              pasar, como las nubes bajo el cielo,

              las ilusiones muertas.

 

              Los que vierten el miedo de sus ojos

              por la borda de todas las traineras,

              espantados de la salobre espuma

              que los acosa y acerca.

 

              Y los que hunden crepúsculos rojizos

              en la gastada entraña de la tierra

              por sacar con sus manos el tributo

              de riquezas ajenas.

 

              A los hombres sin nombre que han nacido

              con la pesada carga de una herencia

              milenaria de eterna rebeldía,

              de servidumbre eterna.

 

              Por ellos quiero levantar mi copa

              y apurarla de un trago, y que así tenga

              un aliento de mi voz más que de vino,

              de avergonzada pena.

 

                                       Felipe Molina Verdejo

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