Claustro Poético Boletín virtual de poesía, edición trimestral. Nº 40. Primavera-2015 Asociación Cultural Claustro Poético
Director: Juan Carlos García-Ojeda Lombardo Coordinadores: Fernando R. Ortega Vallejo y Juan Antonio López Cordero |
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Las campanas de la muerte*
Dejad que, suave y sereno, Roce su mejilla hermosa El aire que la desposa Besando su rostro bueno, Aunque la llene el veneno Que le ha arrancado la vida, Que la lanzó a esta partida La edad, su sueño pesado, El tiempo que, fatigado, Abrazó la despedida. Dejad que, bello y tranquilo, Duerma su semblante hermoso, Que disfrute del reposo Que, silencioso, vigilo, Porque se va con sigilo Aunque quiera retenerla, Que no puede detenerla La luz que, tras los cordales, Ve las galas matinales Que pudieron defenderla. Dejad que, afligido el pecho, Descanse el aliento herido Del dolor que ha consumido Su impotencia y su despecho, Porque, la sombra al acecho, No cabe esperar que acierte Los designios de la suerte El silencio que bosteza, Si marchitan la belleza Las campanas de la muerte. Dejad que, blanca y callada, Alcance la aurora bella La altura de aquella estrella Que admira la madrugada, Que ya la noche cansada Ve el despertar de los cielos Pues nieve derrite y hielos, El granizo blanquecino, Bullicioso en el camino Que alborotan los riachuelos. Dejad que, tierna y ligera, Tome su mano la brisa, Y, en el aire, su sonrisa Vuele libre donde quiera, Que otro palacio la espera Después de ese largo viaje Que hoy emprende en un carruaje Digno de llevarla encima, A otro lugar, otra cima, Otro reino, otro paisaje.
Soneto XXVI
Más triste, en el azul del firmamento, Volar podrá su risa, cuando, en vilo, La luz de la alborada enseñe el filo De su puñal callado y ceniciento. Los años correrán sobre el aliento Helado que escapó al aire tranquilo, Buscando hallar en él un nuevo asilo, Palacio levantado para el viento. Será encontrar su rostro en una estrella Al tiempo que la noche helada y fría Retira su corcel de madrugada. Y la recordaré, siempre tan bella, Amable, cariñosa cada día, Paciente en la vejez, tal vez cansada.
Soneto XXVII
Halló de madrugada aquel aliento Al deshojar las flores de la vida, El aire malherido que, dormida, Borró en su rostro todo el sufrimiento. Un cielo azul, un nuevo firmamento Dejó volar tus alas, y, perdida, El cielo se hizo grande, pues, vencida, Tu voz esparció en él la luz del viento. La luz del sol rayó la lejanía, Gorrión dorado, rápido estandarte Que bellos horizontes encendía. Fue cruel la madrugada con besarte Cuando el azul del cielo descubría Un sol que iluminaba cada parte.
Soneto XXVIII
La luz del sol fue bella en tu mirada, Haciendo sus antorchas más sencillas, Mirándose en tus ojos, si es que brillas Más pura que el granizo y la nevada. Hermosas sobre el mar, a la alborada, Las luces enseñaron las orillas, Un ángel que, besando tus mejillas, Tu rostro arrebató de madrugada. Calláronse los labios, que, gozosos, Ardieron con la brisa un breve instante Para apagarse luego, silenciosos. Fue hechizo de coral, raro brillante, Puñal de plata y oro luminosos, Luciendo su belleza en tu semblante. *José Ramón Muñiz Álvarez.
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