Apareces en la lejanía de las dunas,

como si formaras parte de la reedición

de ese viejo disco del grupo Santana,

que hablaba de nómadas caravanas

procesionando en un lento atardecer

que se disipa en la bruma de la arena

y te hace aún si cabe más negro y vital

con tu maletín de relojes falsos

y esas cadenas de brillos inexplicables

entrelazadas con elefantes dorados

y  gafas Ray Ban, de mágicos destellos.

No compraría nada de cuanto llevas

y nuestra amistad sería pura lealtad,

hablaríamos de silencios y verdades

con una fina taza de aromático té

y no se me partiría el alma cada vez

que progresas entre arena y toallas

en este mar de indiferencia elitista

que no es capaz ni de mirar tu cara.

Siento vergüenza de estas yagas

que se laceran en tus enjutos pies.

Quisiera saber cuál es tu nombre,

el tuyo y el de todos nuestros amigos

y abandonar mi sardónica sonrisa

cuando te acercas a mi tumbona

y miro por cortesía tus baratijas

y te compro un poco de mi conciencia.

                                                     *Juan Carlos García-Ojeda Lombardo.