Claustro Poético Boletín virtual de poesía, edición trimestral. Nº 51. Invierno-2018 Asociación Cultural Claustro Poético
Director: Juan Carlos García-Ojeda Lombardo Coordinador: Juan Antonio López Cordero |
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Al Castellano*
I. En esta lengua que hablo, en estas frases de un eco cuántas voces viven, cuánto eres la inmortalidad, lengua de plurales que siendo una eres metáfora de aquello que siendo uno es lo diverso. El todo te contiene y tú contienes esa palabra: Universo. Porque de qué otro modo podrían vivir en estos verbos, en estas sonoridades, en estos silencios y alturas, tantas sombras que fueron y tantas que serán mañana: de las que serán ya están las palabras en las bocas y estuvieron en la luna sangrienta de Quevedo, en la mañana en que Díaz de Vivar tomó una ciudad ya muerto, en la impávida marinería que otra mañana, de octubre, vio una costa (sueño dentro de un sueño), y estaba hecha de dolor, de hambre y de coraje. Oh lengua donde cabalgan hombres y donde tantas lenguas han desembocado, ancho río de España que ha salido al mar, es cierto que no conservaste para nosotros la gracia leve de las declinaciones, pero del sólido latín vienen tus huesos, la carne somos hoy los que te hablamos (el centurión que rige en la provincia lejana de su imperio, no comprende que al pedir el vino pide a la historia que conserve unos distintos matices, unos cambios que no serán fugaces como su humana sombra, sino el futuro del habla de Virgilio). El fenicio que apoyaba su balanza en su lanza y desde lo conjeturable a cambio nos dejó su sangre y sus palabras. El doctor que en la Torá canta al Dios de Abraham, el duro visigodo que bautiza a su hijo con trabajosas frases que ya no son exactamente las sajonas con que fue nombrado. El victorioso muslín, que bajo el verde triángulo de sus banderas no sabe que fue él el conquistado. El probable griego que lejos de Bizancio sumó a sus ciencias el arte de vivir en el exilio. El capitán de hombres, asturiano, que juró sobre la espada de hierro tomar esa colina y en la colina duerme desde entonces. El fraile que en la celda deleita las horas y las horas, al resguardo del muro y de su tiempo, inclinado sobre el tomo y que transcribe siglos después el porvenir de esos ecos, las frases de Aristóteles y los dobles sueños de Plutarco, no conoce que en lo que ara su pluma otro rumbo se ha abierto. Lo supo el triste, el alto, el solo que soñó en la cárcel que era Miguel de Cervantes y que escribía el Quijote. Ni el judío ni el moro ni el cristiano que disputan y entremezclan sus sangres en tu sonoro ancestro lo comprenden: de qué miles de hombres y de historias has salido, lengua de Gracián y las Américas.
II. Veo en ti. No estás hecha de sonidos solamente, ni de ideas solamente ni de conceptos. Fuiste hecha también para nombrar esas penumbras de las imprecisiones, la ambigua senda que entre la palabra y los hechos declara su dominio. Otra proeza tuya, castellano. Que la eternidad tenga un cuerpo y que podamos palpar el peso de una hora en la palabra. En Persia ciertas oraciones podían mover los astros; sólo tú, ahora, puedes convocarlos. Que yo diga pradera y la pradera se extienda, como una alfombra sin árboles, amarillento cielo derramado de aquí hasta el horizonte. Que yo diga volcán y que éste brote en la habitación sonora, arrancando los pisos e hirviendo los aires y el aliento. Que diga mar y pise el légamo del fondo con los cabellos sacudidos por las olas, todo venido en torno sueño líquido, blando peso en movimiento, inconmensurable. Que diga aire y me eleve o todo hacia algún allá descienda, como si cayera la tierra y en el mismo lugar me quedara, solo. De alguna forma, en millones de bocas, lo has abarcado todo, lo has devorado todo: ¿qué otras palabras, como gentes del futuro, en ti, lengua infinita, allá adelante esperan por nosotros? Cuáles habrá para nombrar lo que no ha nacido nunca, como no habían nacido antes éstas que hablamos. Si presente es eso que al nombrarlo en ti es lo que ha sido, más el mañana de lo mismo, incluso, lengua que has sido la de Góngora y es mía, usando tus palabras yo te sueño tan eterna como la tierra y el aire. A ti, que abarcas por igual el fuego y el agua y la tierra y el aire.
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