Claustro Poético Boletín virtual de poesía, edición trimestral. Nº 28. Primavera-2012 Asociación Cultural Claustro Poético
Director: Juan Carlos García-Ojeda Lombardo Coordinadores: Fernando R. Ortega Vallejo y Juan Antonio López Cordero |
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Arqueros del alba*
"Para María Dolores Menéndez López"
Soneto I
El viento helado que rozó el cabello, Llenándolo de escarcha y de blancura, No osó matar su hechizo, su ternura, Sus luces, sus bellezas, su destello: Manchado de granizo fue más bello, Más puro que la nieve cuando, pura, Desciende de los cielos, de la altura, Tan diáfano que el sol luce en su cuello. Hiriéronla los años, la carrera, El rápido correr hacia el vacío, Más no perdió la luz de su alegría. Sus risas, floración de primavera, Fluyeron como, rápida en el río, El agua en su correr, helada y fría.
Soneto II
Un ángel vi de niño en la mirada De aquella anciana dulce y cariñosa, Más bella que la aurora perezosa Cuando apagó su voz de madrugada. En su cabello blanco la nevada Hirió el color luciente de la rosa, Y el pardo de sus ojos hizo hermosa De su mirar la luz, alma hechizada. De niño vi en su rostro la dulzura De aquella vieja a la que, agradecido, Besaba con amor en la mejilla. Su voz hablaba llena de ternura, Amable siempre, en tono suspendido, Mostrando, con amor, su alma sencilla.
Soneto III
La orilla alborotó un mar coralino Y el cielo asaltó, puro y despejado, Aquel caballo raudo que, embrujado, Pincel se hizo del aire cristalino. Y hallaste, al avanzar en el camino, Crepúsculos sin voz, un mar dorado, Y pudo descansar, ya fatigado, Tu aliento, firme ayer, hoy peregrino. La noche vino larga y duradera Con el amanecer, robando el día, Su luz, su brillo, toda la hermosura: Mi pecho será luz, y, dondequiera, Habrá de iluminarte cuando, fría, Te aceche, sin pudor, la noche oscura.
Soneto IV
No oiréis correr de nuevo el arroyuelo Que, alegre, se lanzaba a su caída, Ni al dulce ruiseñor, cuya venida La bóveda alumbró del alto cielo. Dolores era hermosa como el vuelo Que alcanza las antorchas de la vida, Luciente como el alba que, encendida, Cuajaba en sus cabellos el deshielo. Mi espíritu poblaron las malezas Dejándome en las sombras misteriosas Que llenan hoy mis versos de tristezas. Sus ojos son estrellas luminosas, Sus luces, altas torres, fortalezas, Alegres sus sonrisas perezosas
Soneto V
A cambio de tus besos silenciosos Un reino he de entregar, tierra olvidada, Aire sin voz, llegando a la morada De todos los misterios y reposos. Los guiños de tus ojos cariñosos Allí me encontrarán, alma cansada, Lleno de amor, de entrega fatigada De anhelos y de esfuerzos dolorosos. Habré llegado a ti desde la vida Para volverte vida entre mis brazos, Y habremos de emprender el largo viaje. Del sueño volverás del que, dormida, Pretenden despertarte mis abrazos, Que abrieron a tu amor tanto coraje.
La aurora de la muerte
Los prados humedecidos Que, besados por la helada, Con la misma madrugada Yacían adormecidos, Escucharon los gemidos Llegados del firmamento, Que, rozados del aliento De la aurora blanquecina, Apartaron la neblina, Densa en las alas del viento. Y aquella mancha de plata Que el sol trajo en su carruaje Iluminaba el paisaje, Mezclando al blanco escarlata, Que, aunque tímida, sensata, De agotarse temerosa, Rasgó la caricia hermosa Al rayar en la mañana, Como caricia temprana, Llena de luz, olorosa. El arroyo, sin apuro, Aún su cauce empobrecido, Murmuraba su sonido Al cruzar el valle oscuro, Siguiendo el curso seguro Que, en su descenso tranquilo, Avanzaba con sigilo Entre las cómplices sombras, Regando secas alfombras, Buscando mayor asilo. De las aguas transparentes, Su curso lento, sencillo, Se saciaba el cervatillo Que bebió de las corrientes, Reflejándose en las fuentes Donde las juncias brotaban, Y en las alturas hallaban La copia de su hermosura, El sosiego y la frescura En las nubes que flotaban. Y entonces te despertaron De aquel sueño perezoso, Con el beso más gozoso Que jamás imaginaron, Los colores que llegaron A las alturas de un cielo Que alcanzaste, alzando el vuelo, Al nacer de la mañana, Donde la llama temprana La escarcha halló sobre el suelo.
Soneto VI
Heraldo de bondad fue su semblante, Más puro que la luz de la alborada, La gracia de su rostro, la mirada, Sincera siempre, bella a cada instante. En ella la ternura era constante, Más clara que el granizo y la nevada, Hermosa como el sol, jamás nublada La frente cuyo rostro hizo brillante. Más pura fue su piel que la azucena Que brota en primavera por los prados, Más cándida y más bella, siempre buena. Recuerdo que sus párpados cansados Tendían a cerrarse, aunque sin pena, Buscando sueños siempre reposados.
Soneto VII
Un mar navegarás donde, brumosos, Negando al sol la luz, llama escarlata, Los vientos, sombra gris, noche insensata, El cielo cerrarán avariciosos. Después de los umbrales cavernosos Del sueño que en la noche se dilata, Tus ojos se abrirán, perla de plata, Buscando los paisajes luminosos. Y todo mostrará su luz dorada, El cielo, el sol, el mar y las orillas, Para escuchar tu voz, ayer callada. Risueñas nuevamente tus mejillas La brisa sentirán más que hechizada, La leña dando al alba y sus astillas.
Soneto VIII
El despertar más dulce y placentero Cubrió su rostro cuando, de mañana, Cruzaba, aventurero, su ventana El sol del mediodía pendenciero. Robábale los sueños su lucero, Valiente y atrevido, pues, lozana, La luz la despertaba, con desgana, Besándola, al llevarle aquel platero. Después iluminaba el cuarto oscuro Corriendo la cortina, que, luciente, Dejaba gala al oro y su belleza. Alzábase del lecho y, sin apuro, Serenos, de su boca, lentamente, Brotaban los bostezos con pereza
Soneto IX
Dejaste transcurrir la hora temprana, Palacio que en el sueño se escondía, Y vio volar la luz la brisa fría, Después de bien corrida la mañana. Manchada por la luz, halló lozana La risa que en tu rostro se encendía, Tan clara como el sol al mediodía, Que el cielo hizo del aire soberana. Montó, en un cielo lleno de belleza, La noche su corcel de madrugada, Las crines sujetando con firmeza. Mas no encontró más luz en tu mirada Que aquel amanecer vuelto en tristeza, Que el prado halló cubierto por la helada.
Soneto X
No vueles, ruiseñor, hacia los cielos Que se hacen más azules en verano, Ni escapes, golondrina, de mi mano, Llevada por la brisa y sus desvelos. No corras, herrerillo, aunque tus vuelos Te dejen alcanzar lo más lejano, Ni escales, carbonero, el aire en vano De donde caen las nieves y los hielos. No partas, ave blanca, si tu nido Lo tienes junto a mí, donde la tierra Se alegra de tu voz y tu sonido. Amor serán los bosques y la sierra, Los árboles y el prado que, dormido, Se olvida de la helada que lo encierra.
* José Ramón Muñiz Álvarez, de la obra "Campanas de la Muerte".
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