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D.L. J-309-2005 ISSN 1699-6151 |
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El balcón del mar*
Miré por el balcón que da a la tarde
y vi a un pobre viejo devorando sal,
parecía cabalgar por la penumbra
de un penacho de risas deslucidas
que atronaban los acordes simples
de un canto varonil, espumoso, rasgado.
Creí que había visitado un paraíso
de emociones olvidadas
y que el sol jamás arruinaría
la tibieza del cosmos perdido.
Creí que el mar aplacaría su soflama
de olas soberbias y amarronadas
como gesto de sumisión
al arcángel de la templanza
que tantas promesas hizo
aquella mañana de primavera,
¿recuerdas? ¡Sí!, nos dijeron que
desde este balcón, no hay extremos
y el alma, dulcemente, se amansa
y una joven mujer, vestida con un tul,
mesaría las canas y dejaría rastros
para alcanzarla y ser eterno.
Sin embargo, el agua sigue corriendo
y en lontananza, ya se ve el delta
por el que pasan los silencios
y entonces, amigo, prefiero estar
solo y acostado en mi cama.
*Juan Carlos García-Ojeda Lombardo.
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