Claustro Poético Boletín virtual de poesía, edición trimestral. Nº 39. Invierno-2015 Asociación Cultural Claustro Poético
Director: Juan Carlos García-Ojeda Lombardo Coordinadores: Fernando R. Ortega Vallejo y Juan Antonio López Cordero |
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Árboles*
Sin duda llevamos en los genes escrito nuestro pasado desde los tiempos más remotos. Incluso antes que como homínidos bajáramos de los árboles y adoptáramos la posición bípeda. Desde la tierra mirábamos su figura esbelta, su copa majestuosa y ante cualquier peligro a ellos regresábamos en busca del refugio de sus ramas, como una madre protectora. Poco a poco nuestro físico se adaptó a su espacio, nuestras manos se hicieron prensiles y nuestra visión frontal, en relieve. Se fue forjando la imagen que nos llevó a la humanidad. Quizás por ello, desde sus orígenes el hombre ha visto al árbol como inspiración y símbolo de vida.
“El justo florecerá como la palma, crecerá como cedro en el Líbano. Plantados en la casa del SEÑOR, florecerán en los atrios de nuestro Dios.…”
Salmos 92:12-13
Los árboles tuvieron un lugar destacado en las viejas culturas. Bajo sus ramas se hicieron cultos ancestrales (Deuteronomio, 12:2; II Crónicas, 28:4). Uno de estos árboles es la encina, que en el pasado cubría la mayor parte de la Península, la que adoraban los celtas y junto a ella los druidas oficiaban sus cultos, que el cristianismo heredó en algunas de sus manifestaciones. Tal es el Cristo de Chircales, donde cueva, fuente y encina marcan el triángulo mágico que llevó a construir su santuario y eremitorio, y bajo la encina se oficia su misa anualmente en romería.
Cristo de Chircales
“En este mar de encinas castellano los siglos resbalaron con sosiego lejos de las tormentas de la historia, lejos del sueño que a otras tierras la vida sacudiera; sobre este mar de encinas tiende el cielo su paz engendradora de reposo, su paz sin tedio. Sobre este mar que guarda en sus entrañas de toda tradición el manadero esperan una voz de hondo conjuro largos silencios.” El Mar de Encinas. Miguel de Unamuno.
El árbol nos llama desde las cumbres de su fortaleza, llamada que el poeta percibe en su silencio. Sabe que hay poesía entre sus ramas, un diálogo entre dos seres con un imborrable lazo que nos une en el tiempo.
Árbol, buen árbol, que tras la borrasca te erguiste en desnudez y desaliento, sobre una gran alfombra de hojarasca que removía indiferente el viento...
Hoy he visto en tus ramas la primera hoja verde, mojada de rocío, como un regalo de la primavera, buen árbol del estío.
Y en esa verde punta que está brotando en ti de no sé dónde, hay algo que en silencio me pregunta o silenciosamente me responde
Poema del Árbol. José Ángel Buesa.
Con el árbol nos identificamos. Nuestros sentimientos son los suyos. Crece su grandeza a la vez que nuestro cuerpo y buscamos en él la purificación de nuestra alma.
“Como un ave que cruza el aire claro, siento hacia mi venir tu pensamiento y acá en mi corazón hacer su nido. Ábrase el alma en flor; tiemblan sus ramas como los labios frescos de un mancebo en su primer abrazo a la hermosura; cuchichean las hojas; tal parecen lenguaraces obreras y envidiosas, a la doncella de casa rica en preparar el tálamo ocupadas. Ancho es mi corazón, y es todo tuyo. Todo lo triste cabe en él, y todo cuanto en el mundo llora, y sufre, y muere! De hojas secas, y polvo, derruidas ramas; lo limpio; bruño con cuidado cada hoja, y en los tallos; de las flores los gusanos y el pétalo comido separo; creo el césped en contorno y a recibirte, oh pájaro sin mancha, apresto el corazón enajenado!” Árbol de mi alma. José Martí.
Y al árbol queremos volver cuando ya no estemos, recuperar en él la maternidad que un día dejamos, mezclarnos con su savia y alcanzar el paraíso que nunca debimos perder en aquel otro árbol, donde una pérfida serpiente nos hizo comer del fruto prohibido.
¡Árboles! ¿Habéis sido flechas caídas del azul? ¿Qué terribles guerreros os lanzaron? ¿Han sido las estrellas? Vuestras músicas vienen del alma de los pájaros, de los ojos de Dios, de la pasión perfecta. ¡Arboles! ¿Conocerán vuestras raíces toscas mi corazón en tierra? Árboles. Federico García Lorca.
*Juan A. López Cordero.
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