Claustro Poético

Boletín virtual de poesía, edición trimestral. Nº 11. Invierno-2008

Asociación Cultural Claustro Poético

 

Director: Juan Carlos García-Ojeda Lombardo

Coordinadores: Fernando R. Ortega Vallejo y Juan Antonio López Cordero

D.L. J-309-2005

ISSN 1699-6151

CONSEJO DE REDACCIÓN

Poemas

Oliva

Otoño en Mágina

¿Miento quizás?

Mi ciudad invisible

Si pudiera

En este día de Junio

Noche de purpurina

Desearía

Tugurio

Poemandote

Sábana

Premonición

Mujer del espanto

El gran filósofo

Tengo las manos presas

Reloj de arena

El perfume

Amor

Cerca de tu corazón

Ocaso

Diez Haikus para el Invierno

Metanoia

Vigilias


Colaboraciones

Don Benito

Romance de Guzmán el bueno


Noticias

III Certamen Poético Internacional

III Premio de Poesía Paloma Navarro

6º Certamen Internacional de Poesía


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Don Benito*


        Hay lugares que tienen nombre de persona. La geografía está salpicada de ellos, desde grandes continentes a pequeños parajes. El hombre pasa, pero el espacio que ocupó continúa con otros que recogen su cultura. Poco a poco se transforma, en un ciclo continuo, como es el caso de las salinas de Don Benito, ubicadas en la campiña giennense, lejos del mar, construidas quizás porque hasta allí llegaron aquellos héroes legendarios que recoge la Odisea:

 

“[Tiresias ordenó a Odiseo:] Toma un manejable remo y anda hasta que llegues a aquellos hombres que nunca vieron el mar, ni comen manjares sazonados con sal, ni conocen las naves de encarnadas proas, ni tienen noticia de los manejables remos que son como las alas de los buques”

Canto XXIII (La Odisea).

 

            Junto a las salinas observa en su otero el castillo de Peñaflor, hoy arruinado, pero aún vigilante del angosto valle que surca el arroyo Salado. Desde la antigüedad otea el horizonte protegiendo las salinas, las más importantes del alto valle del Guadalquivir. Estas salinas todavía mantienen su imagen milenaria, un blanco de sal que ciega los ojos, de sal de la tierra que fluye del agua, el salario de hombres, la sal necesaria de familias y hatos en pueblos y majadas. Año tras año, siglo tras siglo, torsos desnudos, legones y palas extrayendo de pozas la sal de la vida bajo un sol ardiente. Sal que lleva impregnada el canto del salinero entre sudor de agua y sal, de libertad y condena.

 

“Esta sal

del salero

yo la vi en los salares,

sé que

no van a creerme,

pero canta,

canta la sal, la piel

de los salares,

canta

con una boca ahogada

por la tierra.”

     Oda a la Sal. Pablo Neruda.

           

Es el hombre el que extraía la sal a la salina y llevaba las recuas de sal por los caminos, el que poseía la dosis necesaria de faena; y la mujer daba sentido a este esfuerzo conservando alimentos y sazonando comidas. El complemento perfecto en una vida que nunca ha sido fácil, pero siempre rica en sentimientos.

 

“Me diste la blandura de tu cera,

y yo te di la sal de mi salina.

Y navegamos juntos, sin bandera,

por el mar de la rosa y de la espina.”

      Encuentro, Rafael de León.

 

            Pero de la sal, tan unida a la vida, ha sentido envidia la muerte. Ha sido derramada en campos para que en ella nada creciera, Escipión y Cartago supieron de ello; o bien ha formado parte del castigo bíblico más cruel, convirtiendo a la mujer de Lot en estatua de sal mientras ardían Somoda y Gomorra.

 

  

            Hoy día, las salinas de Don Benito, mantienen su imagen milenaria, que trae consigo el recuerdo de una labor agotadora, repetida secularmente hasta la saciedad, en contraste con la sociedad actual del ocio y el bienestar, en la que siempre hay algo que se añora y nos hace reflexionar.

 

“Qué hacer con los minutos y los días. Vuelta mi sombra

contra mí, por qué no hacer de la nadeante nada,

sólo la sal de un pasado que se repite infructuosamente,

hasta perderse en la escritura de sí.”

El final, Oscar Portela

 

* Juan Antonio López Cordero

 

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