Claustro Poético

Boletín virtual de poesía, edición trimestral. Nº 17. Verano-2009

Asociación Cultural Claustro Poético

 

Director: Juan Carlos García-Ojeda Lombardo

Coordinadores: Fernando R. Ortega Vallejo y Juan Antonio López Cordero

D.L. J-309-2005

ISSN 1699-6151

CONSEJO DE REDACCIÓN

Poemas

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Azinhaga

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Camino de Bagdag

En la rama de una acacia

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Por siempre he quedado atrás

Rumor de alas

Anuncio desesperado

Experiencias que marcan

La belleza

Vive dentro de tí mismo

Junto a mí

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Mastines

Maravilla

Cronopio impropio

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Noticias

Certamen de Poesía Vicente Presa

XIX Premio Internacional de Poesía Ateneo Jovellanos

XXIV Premio Cálamo de Poesía Erótica


Colaboran en este número


Nos anteriores

 


 

 

MASTINES*


     Si hay una raza de perro valiente, noble, altiva y fiel, es el mastín; ese “perro grande, fornido, de cabeza redonda, orejas pequeñas y caídas, ojos encendidos, boca rasgada, dientes fuertes, cuello corto y grueso, pecho ancho y robusto, manos y pies recios y nervudos, y pelo largo, algo lanoso”, cuya sola presencia impone respeto a hombres y bestias. Él sabe de siglos de historia junto al pastor y su rebaño, soportando viento, lluvia, nieve, granizo, frío... y, por supuesto, también las celadas de lobos. Su leyenda se fue forjando con la sangre derramada guardando a su grey, su fiereza en mil batallas frente a hambrientas manadas de alimañas, y su lealtad al pastor por encima de todo, recogida en los versos del poeta:

“Y librándola de robos

de raposas y de lobos,

van retándolos a muerte

dos mastines corpulentos

con ojos sanguinolentos,

paso grave y pecho fuerte.


El pastor es cuidadoso,

el otoño es amoroso,

son alegres los rapaces,

las ovejas obedientes,

los mastines muy valientes

y los campos muy feraces...”

                     Las Repúblicas. José María Gabriel y Galán

     El tiempo pasa, los versos no. Aún tienen en el presente la fuerza del pasado. La poesía envuelve el paisaje, donde la piedra, formando corrales y chozos de pastores, muestra su imagen más bella, a la que no le falta nada, incluso la música es aportada por la naturaleza de lugar.

“Yo quisiera que tornaran a mis chozas y casetas

las estirpes patriarcales de selváticos poetas,

tañedores montesinos de la gaita y el rabel,

que mis campos empapaban en la intensa melodía

de una música primera que en los senos se fundía

de silencios transparentes, más sabrosos que la miel.

....

Una música que dice cómo suenan en los chozos

las sentencias de los viejos y las risas de los mozos,

y el silencio de las noches en la inmensa soledad,

y el hervir de los calderos en las lumbres pavorosas,

y el llover de los abismos en las noches tenebrosas,

y el ladrar de los mastines en la densa oscuridad.”

              Los pastores de mi abuelo.  José María Gabriel y Galán

     El viento sopla en notas musicales, con la misma melodía de siempre, empujando a los mastines por la sierra, porque el paisaje en su soledad poco ha cambiado:

“Cuando el viento abalanza sus mastines

por las encrucijadas del olvido

y levanta las hojas del recuerdo

que cubrían las huellas del camino,

se ve un paisaje desolado y yerto,

la sombra de los días que se han ido,

borrando con su paso la esperanza

de algún inencontrable paraíso,

cuando el viento abalanza sus mastines

por las encrucijadas del olvido.”

             Cuando el viento abalanza sus mastines. Jesús Munárriz.

      Hace tiempo que los lobos desaparecieron de estos lugares, pero no del todo, por ello vigilan los mastines desde las alturas de la Sierra, porque hay quien dice que los lobos evolucionaron. Hoy andan a dos patas. Se confunden con hombres.  Su voracidad es inmensa. Devoran todo aquello que encuentran a su alcance, con predilección especial por la carne humana. Sus terribles fauces causan tremendas heridas. Su mente animal carece de la más mínima conciencia. Hieren por herir, matan por matar, y en este estado sienten un colosal orgasmo, culmen de su instinto asesino. Su astucia y sagacidad es proporcional a su crueldad. La evolución les ha dotado de una condición innata para escalar puestos en la sociedad humana, oteros que les permiten emboscar mejor a sus víctimas.

     Esos lobos no son hombres, por más que se diga aquella frase de Thomas Hobbes, que en el siglo XVII resumía el pensamiento del escritor latino Plauto en la frase homo homini lupus, “el hombre es un lobo para el hombre”. Un hombre nunca puede ser lobo, si no es en la literatura o en la imaginación; pues el hecho de ser hombre conlleva unos valores consustanciales que se resumen en el concepto humanidad, como son fraternidad, sensibilidad, solidaridad, benignidad, afabilidad... Valores que los lobos a dos patas no tienen.

     Quizás por ello, aún los pastores llevan sus mastines, como los hicieron durante siglos. El olfato del mastín recoge el olor lejano de los nuevos lobos, que no osan adentrarse en las majadas de la sierra, prefieren quedarse en las ciudades, donde hoy no campean los mastines, ni cruzan los pastores con sus rebaños. Allí, en el monte, el lobo no aúlla. El rey de la sierra es el mastín. Como siempre, alerta. En su mirada, el fuego y la sangre de siglos pasados, al lado del hombre, en posición de combate, siempre vigilante...

              *Juan Antonio López Cordero

 

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