Claustro Poético Boletín virtual de poesía, edición trimestral. Nº 17. Verano-2009 Asociación Cultural Claustro Poético
Director: Juan Carlos García-Ojeda Lombardo Coordinadores: Fernando R. Ortega Vallejo y Juan Antonio López Cordero |
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MASTINES* Si hay una raza de perro valiente, noble, altiva y fiel, es el mastín; ese “perro grande, fornido, de cabeza redonda, orejas pequeñas y caídas, ojos encendidos, boca rasgada, dientes fuertes, cuello corto y grueso, pecho ancho y robusto, manos y pies recios y nervudos, y pelo largo, algo lanoso”, cuya sola presencia impone respeto a hombres y bestias. Él sabe de siglos de historia junto al pastor y su rebaño, soportando viento, lluvia, nieve, granizo, frío... y, por supuesto, también las celadas de lobos. Su leyenda se fue forjando con la sangre derramada guardando a su grey, su fiereza en mil batallas frente a hambrientas manadas de alimañas, y su lealtad al pastor por encima de todo, recogida en los versos del poeta: “Y librándola de robos de raposas y de lobos, van retándolos a muerte dos mastines corpulentos con ojos sanguinolentos, paso grave y pecho fuerte.
el otoño es amoroso, son alegres los rapaces, las ovejas obedientes, los mastines muy valientes y los campos muy feraces...” Las Repúblicas. José María Gabriel y Galán El tiempo pasa, los versos no. Aún tienen en el presente la fuerza del pasado. La poesía envuelve el paisaje, donde la piedra, formando corrales y chozos de pastores, muestra su imagen más bella, a la que no le falta nada, incluso la música es aportada por la naturaleza de lugar. “Yo quisiera que tornaran a mis chozas y casetas las estirpes patriarcales de selváticos poetas, tañedores montesinos de la gaita y el rabel, que mis campos empapaban en la intensa melodía de una música primera que en los senos se fundía de silencios transparentes, más sabrosos que la miel. .... Una música que dice cómo suenan en los chozos las sentencias de los viejos y las risas de los mozos, y el silencio de las noches en la inmensa soledad, y el hervir de los calderos en las lumbres pavorosas, y el llover de los abismos en las noches tenebrosas, y el ladrar de los mastines en la densa oscuridad.” Los pastores de mi abuelo. José María Gabriel y Galán El viento sopla en notas musicales, con la misma melodía de siempre, empujando a los mastines por la sierra, porque el paisaje en su soledad poco ha cambiado: “Cuando el viento abalanza sus mastines por las encrucijadas del olvido y levanta las hojas del recuerdo que cubrían las huellas del camino, se ve un paisaje desolado y yerto, la sombra de los días que se han ido, borrando con su paso la esperanza de algún inencontrable paraíso, cuando el viento abalanza sus mastines por las encrucijadas del olvido.” Cuando el viento abalanza sus mastines. Jesús Munárriz. Hace tiempo que los lobos desaparecieron de estos lugares, pero no del todo, por ello vigilan los mastines desde las alturas de la Sierra, porque hay quien dice que los lobos evolucionaron. Hoy andan a dos patas. Se confunden con hombres. Su voracidad es inmensa. Devoran todo aquello que encuentran a su alcance, con predilección especial por la carne humana. Sus terribles fauces causan tremendas heridas. Su mente animal carece de la más mínima conciencia. Hieren por herir, matan por matar, y en este estado sienten un colosal orgasmo, culmen de su instinto asesino. Su astucia y sagacidad es proporcional a su crueldad. La evolución les ha dotado de una condición innata para escalar puestos en la sociedad humana, oteros que les permiten emboscar mejor a sus víctimas. Esos lobos no son hombres, por más que se diga aquella frase de Thomas Hobbes, que en el siglo XVII resumía el pensamiento del escritor latino Plauto en la frase homo homini lupus, “el hombre es un lobo para el hombre”. Un hombre nunca puede ser lobo, si no es en la literatura o en la imaginación; pues el hecho de ser hombre conlleva unos valores consustanciales que se resumen en el concepto humanidad, como son fraternidad, sensibilidad, solidaridad, benignidad, afabilidad... Valores que los lobos a dos patas no tienen. Quizás por ello, aún los pastores llevan sus mastines, como los hicieron durante siglos. El olfato del mastín recoge el olor lejano de los nuevos lobos, que no osan adentrarse en las majadas de la sierra, prefieren quedarse en las ciudades, donde hoy no campean los mastines, ni cruzan los pastores con sus rebaños. Allí, en el monte, el lobo no aúlla. El rey de la sierra es el mastín. Como siempre, alerta. En su mirada, el fuego y la sangre de siglos pasados, al lado del hombre, en posición de combate, siempre vigilante... *Juan Antonio López Cordero
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