Claustro Poético Boletín virtual de poesía, edición trimestral. Nº 62. Otoño-2020 Asociación Cultural Claustro Poético
Director: Juan Carlos García-Ojeda Lombardo Coordinador: Juan Antonio López Cordero |
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Desde mi torre de adobe en La Habana (poema en tres tiempos y un epílogo*
I. El aura de la corza I El aura de la corza en El Vedado. Cae la noche, de palacio en palacio, nace la luz. Abren sus puertas las antiguas mansiones, lucen fastuosas sus arañas. Dulce es la noche.
Llega la música en susurro. Es la hora del baile en aquel palacete del chaflán. La hora del salón literario de los Loynaz, en el Paseo del Medio.
Qué hermosas mujeres, se asoman a la baranda. Es la mansión de la Sacarocracia. Notas de sus perfumes, sonido de la música, destellos de sus escotes se mezclan y son uno en esplendor.
Bajo la marea verde de la pérgola, belleza ingrávida, igual en hermosura al aura de la corza.
Suspiro ancestral de aquellos venados. Paraíso arbóreo, vedado de caza, para un Rey que nunca llegó. − Celebrémoslo, hagamos de este vedado nuestro coto. Ordenó la Plutocracia Caribe.
II La vida instalada. Qué orgía de esperanza, qué gran banquete de ilusión y lujo. ₋ ¡Que traigan lo mejor de lo mejor! Y así se poblaron las calles de El Vedado, del mayor fasto humano que verse pueda.
¡Ah, las noches de gala en El Vedado! Un mundo de esplendor nunca visto por los ojos del Gran Padre Caribe.
Igual en belleza al aura de la corza. Igual en sensualidad al grito del venado.
Jamás el orbe civilizado vio tal reunión de lujo, de bienes, de pecado.
II. Noche de Varennes, Siglo XX
Nunca el mundo occidental dio tal viraje, tal golpe de timón.
Dicen que les dio un temor reverencial al penetrar en aquel gran espacio de riqueza, de techos elevados. Y dorados sin fin.
Dicen que el gentío quedó inmóvil, paralizado, como los campesinos de Varennes, al ver, por vez primera, el gran manto de armiño de Su Majestad, el Rey.
Dicen los cronistas que fue tal el estupor de la turba a la vista del agua del estanque de un azul inefable que absorta permaneció.
Quietos, ante tanta hermosura, olvidaron el saqueo de espléndidas despensas, de salones llenos de arte y oro.
La visión por primera vez de la belleza fue el alimento mejor. El que nunca habían recibido estos desterrados en la pobreza, al parecer, terminada a toque de arrebato, como finiquitado fue el viejo orden.
Paralizados, idiotizados, chocados en la mente y el corazón, tuvo que venir el Jerifalte del Cambio. Lanzarlos al destrozo y al reparto.
Dans l’action ils ont montré la source de leur beauté.
Todo ocupado, fragmentado, al modo que entendieron estos desheredados. El gran salón troceado en quince viviendas, el dormitorio principal en tres, el salón de juego dio para siete.
Allí están los proletarios. Allí viven los pobres de Viridiana, allí dormitan una modorra elegante los negros en sus mecedoras, delgados y altísimos. Son los conserjes de los palacios oficiales, los habitantes nuevos del viejo esplendor.
Todo se derrumba sobre sus cabezas. Un estuco dorado cae hoy bajo el viento. Otro, lo lleva la lluvia. Todo es mugriento y cruelmente bello, entre la boscosa marea verde de El Vedado, Patrimonio de los Virajes de la Humanidad. -¡Compañero, no hay pintura!
El cronista no sabe aún cuál ha sido el saldo. Cifrar cuál el mal, cuál el bien hecho. Tal vez mereció la pena poner fin a aquella inefable agua azul, hermosísima, entre el mármol blanco.
Dicen que lloró.
III. Viridiana en el Vedado
Humano, demasiado humano. Hoy, solo quiero enumerar estos momentos, tan densos, tan arduos, fatigantes de escribir.
Que la imaginación rellene los huecos, los intersticios de vida, para contar aquel tiempo, humano, demasiado humano.
Qué vendaval se desata. Qué viento violento cruza las calles, penetra las esquinas de cada mansión.
Qué aire desolado entre sus moradores, qué imposibles despedidas, qué tremenda decisión. Qué adiós.
Permanecer o marchar. Ver el descuartizamiento de tu casa, de tu vida. Presenciar la entrada de los nuevos moradores, convertida la que fue tu mansión en michinales y cuevas, en cocheras chabolas, en jardines sucios y oscuros.
Permanecer y decir: Dios me lo dio, Dios me lo quitó. Bendita sea la vida.
Partir y palidecer para siempre. Extranjero de ti mismo, como un árbol arruinado con las raíces a la intemperie.
Por la noche no hay antorchas, ni arañas, ni fastos. Dos grandes fantasmas iluminados, descomunales Ché y Cienfuegos, presiden la ciudad. Saludan la llegada del viajero
Certifican que aquello fue y es verdad, que no son una pesadilla en la noche. Estas cosas he visto en La Habana, Allí acontecen.
Epílogo
Llueve en Madrid toda la noche. Escucho la lluvia caer sobre el alféizar de la ventana. Me obsesiono. Intento cazar entre las brumas del sueño, qué balance de dolor, de bien, de logro, hay en este ir y venir de los hombres. La Historia nos juzgará
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