Claustro Poético Boletín virtual de poesía, edición trimestral. Nº 62. Otoño-2020 Asociación Cultural Claustro Poético
Director: Juan Carlos García-Ojeda Lombardo Coordinador: Juan Antonio López Cordero |
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Fuente del Saladillo*
En la base de la Serrezuela, donde la ladera recupera la fertilidad del suelo, la tierra se cubre de olivos. Junto al camino del lugar, pendiente abajo, una pequeña pila recoge las menguadas aguas de la fuente que llaman del Saladillo por su ligero sabor a sal, que gustaba a los mulos que araban en el pago y allí iban a beber. Y también a los muleros, hombres curtidos en el campo que, como sus mulos, perdían sal con el sudor de su trabajo.
“En el mar halla el agua su paraíso ansiado y el sudor su horizonte, su fragor, su plumaje. El sudor es un árbol desbordante y salado, un voraz oleaje. Llega desde la edad del mundo más remota a ofrecer a la tierra su copa sacudida, a sustentar la sed y la sal gota a gota, a iluminar la vida. Hijo del movimiento, primo del sol, hermano de la lágrima, deja rodando por las eras, del abril al octubre, del invierno al verano, áureas enredaderas. Cuando los campesinos van por la madrugada a favor de la esteva removiendo el reposo, se visten una blusa silenciosa y dorada de sudor silencioso. Vestidura de oro de los trabajadores, adorno de las manos como de las pupilas. Por la atmósfera esparce sus fecundos olores una lluvia de axilas. El sabor de la tierra se enriquece y madura: caen los copos del llanto laborioso y oliente, maná de los varones y de la agricultura, bebida de mi frente. …” El Sudor. Miguel Hernández.
Fuente del Saladillo, fuente pequeña, fuente de vida, junto al antiguo camino y la impetuosa acequia que traía agua de la caudalosa fuente Vieja. De la gran fuente ya no llega agua y sus acequias están muertas. Ellos fueron por las fuentes grandes, a robarles la fertilidad que sus aguas daban y venderla a otros que no la tenían. En cambio, la pequeña fuente pervive, activa, como siempre. Quizás porque nadie pensó en ella, al ser pequeña y algo salada; o quizás porque ellos, en su mente contable, no pueden apercibir su belleza, su singularidad, su esplendor entre los olivos.
“Aquella eterna fonte está ascondida, que bien sé yo do tiene su manida, aunque es de noche. Su origen no lo sé, pues no le tiene, mas sé que todo origen della viene, aunque es de noche. Sé que no puede ser cosa tan bella, y que cielos y tierra beban della, aunque es de noche. ,,, Aquesta Eterna fuente está escondida en este vivo pan por darnos vida, aunque es de noche. Aquí se está llamando a las criaturas porque desta agua se harten aunque a oscuras, porque es de noche. Aquesta viva fuente que deseo en este pan de vida yo la veo, aunque es de noche. “ Cantar del alma. San Juan de la Cruz.
Al otro lado del camino, la alberca de la fuente del Saladillo está vacía, recuerdo de otros tiempos, de otros hombres. Hace años que le desviaron el agua los tubos de polietileno. La vieja alberca de piedras y tierra, vacía y callada, entre el suave murmullo de la fuente, que apenas se percibe, muestra su queja. ¡Tantos años atesorando el agua de la pequeña fuente!, ¡tanto esfuerzo frustrado y olvidado! Quejido balde ante la ley de los tiempos, inapelable. Siento que la herida alberca aún respira junto a la fuente, y aún pervive porque sigue junto a ella, porque sabe que forma parte de ella.
“Mi corazón reposa junto a la fuente fría. (Llénala con tus hilos, araña del olvido.) El agua de la fuente su canción le decía. (Llénala con tus hilos, araña del olvido.) Mi corazón despierto sus amores decía. (Araña del silencio, téjele tu misterio) El agua de la fuente lo escuchaba sombría. Araña del silencio, téjele tu misterio.) Mi corazón se vuelca sobre la fuente fría. (Manos blancas, lejanas, detened a las aguas.) Y el agua se lo lleva cantando de alegría. (¡Manos blancas, lejanas, nada queda en las aguas!) Sueño. Mayo de 1919. Federico García Lorca.
Como un milagro, ha quedado la pequeña fuente con su sencillez y su viveza, impregnando el entorno de poesía. Sin ella no se entiende el paraje que la rodea, ni los trabajos, ni los días. En el mundo cambiante queda la huella inmutable, la grandeza, que desborda la pequeña fuente del Saladillo.
*Juan Antonio López Cordero.
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