Claustro Poético Boletín virtual de poesía, edición trimestral. Nº 50. Otoño-2017 Asociación Cultural Claustro Poético
Director: Juan Carlos García-Ojeda Lombardo Coordinador: Juan Antonio López Cordero |
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Las buenas personas no son envidiosas*
Uno de esos días que pareciera ser cualquiera. Se sienten miradas aniquiladoras hacia la calle que nos entresacan las vísceras con esas ojeadas oblicuas, con esas retinas tan ávidas, con ese movimiento de cabeza de izquierda a derecha. Estamos tan expuestos, tan aislados e indefensos, que parece que miles de ojos al acecho nos echan una jarra de agua fría sobre nuestro cuerpo. Allí, nos encontramos verticales, sin amparo frente a esas miradas, junto a esas voces sordas, dislocadas y dañinas, desnudos, aniquilados, sin oportunidad de defensa. Nosotros los miramos con una sonrisa suave, ignorantes de creer que, siendo amables, ellos serán mejores personas. Sin embargo, una cremallera alargada desde los pies a la cabeza siega con crudeza nuestra libertad de vestirnos, de expresarnos, de caminar, de sonreír, de ser y de hacer las cosas. La lengua no tiene fronteras y se engancha como un cruel depredador que, con el bocado en la boca, no solo es capaz de soltar a su presa, sino que la saborea, la lame, la devora con sutileza para que no se le acabe, se detiene, la enseña a los otros como un triunfo, la subyuga, la somete y, finalmente, la deja como un guiñapo a su suerte. No he visto a nadie más feliz ni más indigno que un envidioso cuando se jacta, se regodea y se pavonea de sus logros junto a sus esbirros. Los he visto llevar la batuta rodeados por un coro de voces. Los he visto como manipulaban a los que no eran como ellos, a los pobres de ánimo que preferían ser de los suyos a ser aniquilados por su voracidad palmeando cada gesto del líder enfermo de ira. Todos los conocemos, los hay en las calles haciendo corros, arreglando el mundo. Se esconden tras los cristales, tras las cortinas y van de puntillas por la vida. Los hay vecinos, compañeros y amigos. Son todas esas personas que no suman, que tan solo restan y limitan, son tóxicos que a su lado enfermas. Se notan. He trabajado con ellos, me he cruzado de soslayo por el largo pasillo de la vida, por la inmensa explanada, por el infierno. Nadie está a salvo de esas miradas esquivas, ni de esos labios apretados, ni de esas bocas de sonrisas flojas. No creo que los que envidian saquen algún beneficio. Tras el daño, se quedan con sus voces mudas a la sombra de otra nube que no les incomode o deslumbre. Se quedan en su eclipse de sol con sus soliloquios mudos, anodinos, y de nuevo, al acecho. Su coro nos evita para no significarse, como si no fuera con ellos. Permanecen alienados, severos y con su código, como una barrera de héroes ante los demás. Por eso sabemos que el envidiado no sale perdiendo. Muchos huyen de ese infierno de mediocridad. Otros van de paso, los otros se quedan igual, intentando sobrevivir. Donde hay un envidioso no entra el sol. Sus seguidores viven bajo las sombras del tirano, sin luz que traspase su feudo, y si alguna vez todo se ilumina de nuevo, raudos como pájaros colocan sus toldos oscuros. Uno de esos días que parezca ser cualquiera, nosotros seguiremos bebiendo de nuestra risa, seguiremos luciendo nuestro cuerpo y nuestro pelo al viento y gozando de nuestra existencia. Nada ni nadie podrá coartar nuestra esencia, ni las bocas soeces, ni los rezos del infierno mermarán la dicha de sentirnos libres, de ser independientes, de no tener barreras, de cantar, de escribir, de leer y decir todo lo que llevamos dentro. Porque es en el corazón donde se guardan los tesoros, donde se abren los sueños, donde se comparten los sentimientos y donde seleccionamos nuestra cadena de amores y de amigos, donde encontramos nuestro respeto y nuestra felicitad. Ahí está nuestra fortaleza, ahí están nuestros valores, ahí está nuestra libertad y nuestro propio juez.
*María Gila Justicia.
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