Claustro Poético

Boletín virtual de poesía, edición trimestral. Nº 42. Otoño-2015

Asociación Cultural Claustro Poético

 

  Director: Juan Carlos García-Ojeda Lombardo

  Coordinadores: Fernando R. Ortega Vallejo y Juan Antonio López Cordero

D.L. J-309-2005

ISSN 1699-6151

CONSEJO DE REDACCIÓN

Poemas

Soplar un vulano

El aroma afrutado del silencio

La Loma del Royo

Miro fijamente el Cielo

A Marcel Schwob

El uro

Lo que decía el poeta

Quiero ser una palabra en tu boca

Acerca del camino

Al señor Santiago

Cuerpos sin alma

El amor no se apodera de nadie

Oración a Nuestra Señora de la Vega

Saciarme en su luz

Salvado por la esperanza

Uno tiene que sentirse feliz por sí mismo

 


Colaboraciones

Gato negro

 


Noticias

Premios de poesía octubre-noviembre 2015

 


Colaboran en este número

 


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Gato Negro*


 

Caía la tarde estival. Apetecía sentarme en la terraza de la casa de campo, observar el profundo paisaje desde la privilegiada atalaya, mientras por la mente pasan esos pensamientos que surgen en la soledad. Fue entonces cuando, casi por sorpresa, le vi pasar cerca de mí con el cauteloso paso que la prudencia aconseja, sin perderme la mirada. Ese solitario gato negro, de ojos brillantes, giró en torno a mí y buscó acomodarse a distancia prudencial, sobre la barbacoa. También parecía observar en silencio la caída de la tarde.

 

 No hay unidad

como él,

no tienen

la luna ni la flor

tal contextura:

es una sola cosa

como el sol o el topacio,

y la elástica línea en su contorno

firme y sutil es como

la línea de la proa de una nave.

Sus ojos amarillos

dejaron una sola

ranura

para echar las monedas de la noche.

 

Oh pequeño

emperador sin orbe,

conquistador sin patria,

mínimo tigre de salón, nupcial

sultán del cielo

de las tejas eróticas,

el viento del amor

en la intemperie

reclamas

Cuando pasas

y posas

cuatro pies delicados

en el suelo,

oliendo,

desconfiando

de todo lo terrestre,

porque todo

es inmundo

para el inmaculado pie del gato.

             Oda al gato. Pablo Neruda 

 

Me recuerda a aquel otro gato negro de la infancia, el que Benito, nuestro compañero de escuela, aconsejaba no mirar. Decía que traía mala suerte, que era una bruja deseosa de hacer el mal. Daba miedo escuchar a Benito, sabía tantas cosas de brujas, duendes y apariciones. Se las contaba su abuela en aquellas largas noches de invierno cuando la televisión aún no había penetrado en los hogares.

 

Alma de duende en cuerpo de sombra. Enjoyada la cabeza, el espinazo interrogante, el paso de seda.

Las campanas desbordan sus doce vinos. Luna en los tejados. Brisa en las ramas deshojantes. La pedreríade los ojos del gato se abrillanta. Espera… La bruja de la escoba, andrajosa y hambrienta no ha de venir ahora; se durmió de cansancio en el campanario del pueblo.

La desesperación en el lomo del gato forma un arco y lanza la flecha de un maullido. Un signo lúgubre se alarga en el silencio.

Gato negro, embriagado de luna. Gato negro, bohemio de los tejados; eco del infierno, silueta de un pecado. Gato negro: seda, sombra y pedrería.

                  Gato negro. Emma Posada

 

Aquel gato negro no tenía dueño. Al principio recelaba de mí, como yo de él. Pasado un rato, ambos nos relajamos. Apercibí que aquel gato tenía poco de infierno y mucho de soledad. Entre huerto y huerto saltaba las vallas en busca de sustento y compañía. Quizás captó en mí su alma gemela, y cada atardecer volvía a acercarse a prudencial distancia. Él alimentaba mi compañía y creo que yo la suya. Poco a poco, acabó por formar parte de mi paisaje.

 

Dos látigos de luz

atraviesan el cristal de pronto:

 

Elegante.

Majestuoso.

 

Elástico,

el gato negro se desliza

por el brillante filo del tejado.

 

Mi amor duerme. Afuera,

ese duende golfo,

aventurero,

arrebata mis sueños.

 

Me observa

su silueta recortada,

sobre el mágico disco de la luna.

 

Y se va...

de a poquito, desdeñoso,

llevando mi desvelo

en el espejo verde de sus ojos.

     Gato Negro. María Socorro Luis.

 

Un atardecer el gato negro no volvió. Desapareció para siempre del paisaje. Nunca lo tuve en mis manos, pero tras su ausencia nada parecía igual. La soledad retornó más fuerte que nunca, abrumadora, asfixiante… cual vengativa mujer despechada sedienta de venganza. Entró a saco sobre mi entorno y de un plumazo borró el color de la huerta. El frío ya calaba los huesos y el invierno llegó para quedarse.

 

El gato negro. Ado Malagoli.

 

Yo quería aquel “gato del infierno”, aquel que un día se acercó a mi vida, el que por su color fue siempre marginado. Él y yo teníamos mucho en común, compartíamos un sueño cada tarde de verano. Sé que no volveré a ver brillar sus ojos, pero a veces creo verlo a lo lejos surcar el mustio paisaje, despertando la vida.

 

No son más silenciosos los espejos

 ni más furtiva el alba aventurera;

 eres, bajo la luna, esa pantera

 que nos es dado divisar de lejos.

 Por obra indescifrable de un decreto

 divino, te buscamos vanamente;

 más remoto que el Ganges y el poniente,

 tuya es la soledad, tuyo el secreto.

 Tu lomo condesciende a la morosa

 caricia de mi mano. Has admitido,

 desde esa eternidad que ya es olvido,

 el amor de la mano recelosa.

 En otro tiempo estás. Eres el dueño

 de un ámbito cerrado como un sueño.

              A un gato. José Luis Borges.

 

           *Juan Antonio López Cordero.

  

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