Claustro Poético

Boletín virtual de poesía, edición trimestral. Nº 43. Invierno-2016

Asociación Cultural Claustro Poético

 

  Director: Juan Carlos García-Ojeda Lombardo

  Coordinadores: Fernando R. Ortega Vallejo y Juan Antonio López Cordero

D.L. J-309-2005

ISSN 1699-6151

CONSEJO DE REDACCIÓN

Poemas

Sentado en la alborada

S.D. (A Juan Antonio Castilla)

Apocalipsis

Mártir

Tu jardín

El mar arborotado

Soneto XXX

Soneto XXXI

Behering

La ingenua

Infancia de la maravillosa

Jonh Keats

En los campos de Dios

Al señor uno y trino que nos acompaña

Cada cual consigo y Dios en toda vida

El consuelo espiritual del órgano

La duda es poeticamente visible

La eternidad es de Dios

La Navidad que llevamos dentro

La obra divina


Colaboraciones

Baécula

 


Noticias

Premios de poesía enero-marzo 2016

 


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Baécula*


  

   Hace ya más de veintidós siglos que aconteció la gran matanza. Allí, en la meseta que domina los ríos Guadalén y Guadalimar, coronado el amplio valle, cerca de las minas de plata y del viejo camino de la Bética que atravesaba por los desfiladeros de Sierra Morena. El lugar guarda en silencio el recuerdo de un pasado bélico, sangriento, que ha dejado sus huellas en un suelo donde hoy crece el erial y el olivar.

 

Mordido espacio, tropa restregada

contra los cereales, herraduras

rotas, heladas entre escarcha y piedras,

áspera luna.

Luna de yegua herida, calcinada,

envuelta en agotadas espinas, amenazante, hundido

metal o hueso, ausencia, paño amargo,

humo de enterradores.

Detrás del agrio nimbo de nitratos,

de substancia en substancia, de agua en agua,

rápidos como trigo desgranado,

quemados y comidos.

Casual corteza suavemente suave,

negra ceniza ausente y esparcida,

ahora sólo frío sonoro, abominables

maeriales de lluvia.

Guárdenlo mis rodillas enterrado

más que este fugitivo territorio,

agárrenlo mis párpados hasta nombrar y herir,

guarde mi sangre este sabor de sombra

para que no haya olvido.

                  Paisaje después de una batalla. Pablo Neruda.

 

   Los muros derruidos aún muestran el perímetro del amplio campamento, en el lugar donde aconteció una de las batallas más importantes de la antigüedad, donde tímidamente avanzan los arqueólogos de sorpresa en sorpresa y de tarde en tarde. Tras aquella batalla, los hispanos gritaban “rey” a Escipión, pero el invicto general pidió que no lo hicieran. Quizás porque no quería perder el fuerte lazo que le unía a sus soldados, y temía la terrible soledad del rey en la batalla.

 

 

Meseta de Giribaile

 

  Tras la batalla la muerte entra en festín, muestra a los humanos supervivientes el rostro del fracaso en su más sangrienta visión. El dolor se extiende por el campo sin consuelo. ¿Cómo pudimos llegar a esta locura?

 

Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: «No mueras, te amo tanto!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Se le acercaron dos y repitiéronle:
«No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando: «Tanto amor, y no poder nada contra la muerte!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: «¡Quédate hermano!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Entonces, todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporose lentamente,
abrazó al primer hombre; echose a andar.

Masa. César Vallejo

 

   Hoy los campos de Baécula guardan en su silencio los gritos de la batalla. A los pies de la meseta el olivar emula un ejército en formación y, como aquel, se extiende por los valle y asalta las alturas, mientras arriba el erial se resiste a ser engullido. Es la otra batalla, la de este tiempo, porque la vida del hombre siempre ha sido batallar.

 

                   *Juan Antonio López Cordero.

 

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