Claustro Poético Boletín virtual de poesía, edición trimestral. Nº 1.Verano-2005 Asociación Cultural Claustro Poético
Director: Juan Carlos García-Ojeda Lombardo Coordinadores: Fernando R. Ortega Vallejo y Juan Antonio López Cordero |
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Mata
Begid* Hay lugares que tienen un encanto especial, imposibles de olvidar, pues una vez que los visitas, al dejarlos, te llevas su impronta de fuego grabada en la mente. Tal es el caso de la antigua dehesa de Mata Begid, pulmón de Mágina, donde un bosque mediterráneo de encinas y quejigos salta entre riscos en bruscas pendientes buscando la luz, y en marea de vegetación sube airoso falda arriba del Almadén y Mágina. Al llegar a los 1800 metros de altitud, la vegetación arbórea se frena bruscamente. La dura climatología hinca de rodillas a las sabinas y enebros rastreros, en un paisaje que induce a soñar. “Si ves un monte de espumas, es mi verso lo que ves: mi verso es un monte, y es un abanico de plumas ... Duermo en mi cama de roca mi sueño dulce y profundo: roza una abeja mi boca y crece en mi cuerpo el mundo.” José Martí Este
bosque ha sobrevivido a las manos del hombre, que lo rodeó de huertos y olivos,
se introdujo en su corazón y plantó su cobijo junto a los nacimientos del río
Oviedo, levantando la cortijada de Mata Begid, donde tienen su morada ninfas y
duendes, a la sombra de álamos centenarios, monumentos naturales que el hombre
no osó convertir en viga de molino o ubio de arada. Ahí permanecen altivos,
impasibles, oteando el horizonte desde sus alturas, guardando al bardo su lira,
para que cante a fuentes y arroyos, a la pureza del agua transparente, a la
inocencia de la naturaleza y al ser que sigilosamente la busca. “¡Oh
bosques y espesuras, plantadas
por la mano del Amado! ¡Oh
prado de verduras, de
flores esmaltado! Decid
si por vosotros ha pasado. “ San Juan de la Cruz En torno al nacimiento, la vegetación salvaje se desliza pendiente abajo hasta las casas de ensueño, donde el hombre domesticó el jardín, recortó setos y dio forma geométrica al espacio. Más abajo, el agua bulle entre olivos, buscando el cauce principal del río Oviedo que se despecha desde la sierra por angosta garganta entre un bosque cerrado. Abajo, el hombre lo espera, convierte su furia en electricidad con una minicentral de aquellas primeras que fueron creadas, una energía que hoy llaman renovable. El agua sigue su curso más sosegada, hacia los huertos lindantes al río, donde viejas acequias la distribuyen entre poyo y poyo. Huertos de vida, donde un día las yuntas hacían besanas de oro y los hombres sudaban esencias de albahaca. Es un lugar que hipnotizó a aquellos monjes basilios que, ya en el siglo XVI, decidieron fundar aquí su primer convento de Andalucía, bajo la advocación de Santa María de Oviedo. Rodeados de agua, vegetación y huertos encontraron su mejor retiro espiritual. “¡Qué
descansada vida la
del que huye del mundanal ruido y
sigue la escondida senda
por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido! ... El aire el huerto orea, y ofrece mil olores al sentido, los árboles menea con un manso ruido que del oro y del cetro pone olvido.”
Fray Luis de Léon Del convento sólo quedan ruinas que la vegetación envuelve lentamente. Como otros muchos, no superó la exclaustración liberal en el siglo XIX, pero sus piedras nos recuerdan un tiempo que parece no pasar, donde la campana del convento marca las horas del día, y el santoral las estaciones. La diferencia entre noche y día parece mucho más acusada, lo mismo que entre verano e invierno. Con la primavera renace el entorno, el color y la luz rompen las pupilas de los monjes en el claustro y el canto del ruiseñor compite con el gregoriano. El murmullo del río Oviedo y la dulce brisa cierra el atardecer junto a la alameda del convento. “En mi pecho florido, que entero para él solo se guardaba, allí quedó dormido, y yo le regalaba, y el ventalle de cedros aire daba. El aire de la almena, cuando yo sus cabellos esparcía, con su mano serena en mi cuello hería, y todos mis sentidos suspendía.” San Juan de la Cruz La tarde se va en Mata Begid, última zona romántica de Mágina, donde aún los sondeos no han secado las fuentes ni los residenciales han clavado sus picas. Allí el tiempo se detuvo, quizás hechizado por sus ninfas o engañado por sus duendes. El hecho es que está viva de milagro, hoy todavía libre de la mirada de los iluminados, libre del “cariño” de los políticos, libre de los “salvadores” medioambientales, libre... “Libre te quiero como arroyo que brinca de peña en peña, pero no mía. ... Grande te quiero como monte preñado de primavera, pero no mía. ... Pero no mía ni de Dios ni de nadie ni tuya siquiera. Agustín García Calvo *Juan Antonio López Cordero
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