Claustro Poético Boletín virtual de poesía, edición trimestral. Nº 24. Primavera-11 Asociación Cultural Claustro Poético
Director: Juan Carlos García-Ojeda Lombardo Coordinadores: Fernando R. Ortega Vallejo y Juan Antonio López Cordero |
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Última batalla*
(A Miguel)
Cuantas veces fuiste a la batalla sin montura y sin espada, armado con solo tu coraza de papel, sabedor que sus afiladas lanzas atravesarían tu pecho en el primer envite. Cuantas veces curaste tus heridas, te levantaste de nuevo y con el arma de tus letras cruzaste los campos ensangrentados y altivamente miraste a los vampiros que incontables veces chuparon tu sangre. Lo sé porque yo iba contigo, como otros compañeros, quienes llevamos en el alma las cicatrices que nos hicieron en mil combates esos lobos insaciables de carne humana, que escalan con facilidad los oteros de esta sociedad. Nunca les tuviste miedo y en el campo de combate mantuviste las banderas del trabajo y la honradez con la nobleza que te caracterizaba.
"Crece en la sangre un desasosegado, urgente pensamiento belicoso. La exhausta flor perdida en su reposo rompe su sueño en la raíz mojado. Salta la tierra y de su entraña pierde savia, veneno y alameda verde. Palpita, cruje, azota, empuja, estalla. La vida hiende vida en plena vida. Y aunque la muerte gane la partida, todo es un campo alegre de batalla.
Campo de Batalla. Rafael Alberti.
Greñas al viento, digno y sereno, moviéndote como guerrillero entre togas y estrados, abriste las puertas de un mundo perdido. Sólo faltaron unos pocos latidos más para clavar tu pica en su cumbre, en cuya base las olas golpean con el impulso inagotable que les diste, en machacón afán de derruir el último obstáculo y culminar la victoria.
No pudiste más, tu agotado corazón no pudo llevar el ritmo de tu pasión. Aunque nos has dejado, tu aliento vibra nuestros tímpanos, vuela por los campos y pregona por doquier un nuevo combate, una vez más una última batalla, pues la muerte no es el final.
Pero entre sus espigas y sus flores, cuando la muerte le entreabrió las puertas el guerrero de blancos y resplandores dianas oyó por las borradas huertas. ¡Mi caballo!, gritó: y en los alcores resonaron angélicos alertas. ¡Mi caballo! Montó el corcel sombrío, y tendió su galope sobre el frío.
La muerte. Sara de Ibáñez.
Tu impuesto silencio llama a rebato. De nuevo, los caballeros del honor, quijotes del pasado y del presente, unidos a tu lado. La palabra prolifera por doquier, afila sus grafías, baña las cuartillas pergeñadas de letras, escritas con gotas de tu sangre; armada de razón hace temblar las montañas, porque la palabra, indómita y rebelde, es nuestro pendón.
*Juan Antonio López Cordero.
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