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Sus árboles. Centenario de
Miguel Hernández*
Textos extraídos de
El alma de los árboles
de Miguel Herrero Uceda (Elam Editores)
La vinculación de Miguel Hernández a la
vida campesina y a la naturaleza fue muy grande y así queda reflejado de
forma continua en su poesía. Uno de sus amigos, Pablo Neruda, nos ha dejado
esta impresión sobre el poeta oriolano –Me contaba cuentos terrestres de
animales y pájaros. Era ese escritor salido de la naturaleza como una piedra
intacta, con virginidad selvática y arrolladora fuerza vital. Me narraba
cuan impresionante era poner los oídos sobre el vientre de las cabras
dormidas. Así se escuchaba el ruido de la leche que llegaba hasta las ubres,
el rumor secreto que nadie ha podido escuchar sino aquel poeta de cabras.
Otras veces, me hablaba del canto de los ruiseñores. Como en mi país no
existe ese pájaro, ese sublime cantor, el loco de Miguel quería darme la más
viva expresión plástica de su poderío. Se encaramaba a un árbol de la calle
y, desde las más altas ramas, silbaba o trinaba como sus amados pájaros
natales.
Un ruiseñor manchado de naranjas
Sus compañeros de letras, lo que más
admiraban era su frescura, su espontaneidad, su amor a la naturaleza y en
particular a su tierra natal, tierra de naranjos, palmeras e higueras.
Llegaste a mí directamente del Levante. Me
traías,
pastor de cabras, tu inocencia
arrugada,
la escolástica de viejas páginas, un
olor
a Fray Luis, a azahares, al
estiércol quemado
sobre los montes, y en tu máscara
la aspereza cereal de la avena segada
y una miel que medía la tierra con
tus ojos.
También el ruiseñor en tu boca
traías.
Un ruiseñor manchado de naranjas, un
hilo
de incorruptible canto, de fuerza
deshojada.
(Pablo Neruda, Oda a Miguel Hernández)
Sin duda, Miguel Hernández se debió sentir
alagado pues para él la flor del naranjo es símbolo de pureza.
Frontera de lo puro, flor y fría.
Tu blancor de seis filos,
complemento,
en el principal mundo, de tu aliento,
en un mundo resume un mediodía.
Astrólogo el ramaje en demasía,
de verde resultó jamás exento.
Ártica flor al sur: es necesario
tu desliz al buen curso del canario.
(Miguel Hernández, Azahar)
¿Qué hacéis las cosas de Dios aquí: la
manzana...?
Por muchos amigos y éxitos que tuviera en
Madrid, Miguel Hernández nunca se sintió a gusto en una gran ciudad, meca
del llamado “progreso”. Entre los frutos, la manzana siempre ha representado
a la sabiduría, el mismo Newton corroboró su importancia al hacerla servir
de vehículo para descifrar toda la mecánica celeste. En la Biblia no se
menciona nunca que fuera una manzana, pero no podía ser otro el fruto
prohibido del árbol de la ciencia. ¿Hicieron bien en comer de la fruta del
conocimiento? El destino de nuestra especie es seguir comiendo de las frutas
prohibidas, en busca de sabiduría. Así, nos alejamos cada vez más del
paraíso terrenal.
Todo electricidad: todo presteza
eléctrica: la flor y la sonrisa,
el orden, la belleza,
la canción y la prisa.
Nada es por voluntad de ser, por
gana,
por vocación de ser. ¿Qué hacéis las
cosas
de Dios aquí: la nube, la manzana,
el borrico, las piedras y las rosas?
¡Rascacielos!: ¡qué risa!: ¡rascaleches!
¡Qué presunción los manda hasta el
retiro
de Dios! ¿Cuándo será, Señor, que
eches
tanta soberbia abajo de un suspiro?
(Miguel
Hernández, El silbo de afirmación en la aldea)
¡Cómo el limón reluce encima de mi
frente y la descansa!
¡Cómo el limón reluce
encima de mi frente y la descansa!
¡Cómo apunta en el cruce
de la luz y la tierra el lilio(1) puro!
Hay azahar, ¡qué osadía de la nieve!
y estamos en diciembre, que hasta
enero,
a oler, lucir y porfiar se atreve
en el alrededor del limonero.
(Miguel Hernández, El
silbo de afirmación en la aldea)
Al estar los limoneros en patios o huertos
próximos a la vivienda, todos los miembros de la familia, en particular los
más jóvenes, siguen muy de cerca la metamorfosis de la blanca florecilla del
limonero hasta el grueso fruto amarillo; por eso, para muchas personas,
hablar de los limoneros, es hablar de su infancia. Esta ilusión de ver como
avanza la maduración, día a día, se traduce, en el lenguaje de las flores,
en imagen del entusiasmo. Todos los poetas que han crecido junto a patios o
huertos, saben de la dimensión lúdica del limonero, porque este árbol
siempre trae recuerdos de la infancia.
Si te suelto Si te subo
en el aire, a la punta
oh limón de mi índice,
amarillo, oh limón
me darás amarillo,
un relámpago me darás
en resumen. un chinito
coletudo.
(Miguel Hernández, Limón)
La poesía para Miguel Hernández fue un
terreno donde dejó plasmadas las grandes pasiones sobre las que hizo girar
su vida. El amor, la justicia y la naturaleza, no eran meros temas
argumentales sino que se asentaban sobre sentimientos que partían del fondo
de su corazón, como algo propio de su ser; incluso las desgracias ajenas le
hacían revolver su alma noble, profunda y sencilla. Su alma de encina.
Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
revuelve mi alma de encina.
(Miguel
Hernández, El niño yuntero)
La alegre tristeza del olivo
Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién,
quién levantó los olivos?
No los levantó la nada,
ni el dinero, ni el señor,
sino la tierra callada,
el trabajo y el sudor.
¡Cuántos siglos de aceituna,
los pies y las manos presos,
sol a sol y luna a luna,
pesan sobre vuestros huesos!
Jaén, levántate brava
sobre tus piedras lunares,
no vayas a ser esclava
con todos tus olivares.
(Miguel Hernández, Aceituneros)
Miguel Hernández siempre fue muy sensible a las injusticias sociales y a los
problemas de los desheredados. Tenía mucha razón al exclamar ¡cuantos siglos
de aceitunas! El olivo es un árbol profundamente mediterráneo. Todas las
civilizaciones que se han sucedido en sus riberas, han apreciado este árbol
de singular belleza y de fruto tan importante en nuestra tradición
gastronómica. El olivo encierra la esencia del carácter mediterráneo, la
alegría del sur, pero en la que sobrevuela un hálito de tristeza o de
tragedia, como la Fiesta Nacional, como los cuadros de Julio Romero de
Torres, como la música desde el pasodoble al cante jondo.
Sonreír con la alegre tristeza del olivo
esperar, no cansarse de esperar alegría
Sonriamos, doremos la luz cada día
en esta alegre y triste vanidad de ser vivo.
(Miguel Hernández, Últimos poemas)
Como un antiguo rito, el cultivo de la vid y la elaboración
del vino son unas actividades que en las regiones vinícolas marcan el ritmo
anual de los cambios de estaciones. A lo largo de todo el año, se espera la
entrada del otoño para cerrar el ciclo agrícola y poder recoger lo que se sembró
y cuidó con esmero durante tanto tiempo. Es la esperada y deseada vendimia.
Atrás quedan los sudores y los temores a las heladas, al pedrisco y a la sequía.
Ya se recoge el fruto de la tierra.
Uvas como tu frente,
uvas como tus ojos.
azafrán, hierbabuena
llueve a grandes chorros
sobre la mesa pobre,
gastada, del otoño.
(Miguel Hernández, Uvas, granadas, dátiles)
Granadas con la herida de tu florido
asombro
Granadas con la herida
de tu florido asombro.
(Miguel Hernández, Uvas, granadas, dátiles)
El granado es un árbol muy especial, el color de sus hojas es muy llamativo,
verde claro brillante. Quienes desde pequeño hemos crecido a la sombra de un
granado, nos produce una sensación de alegría e ilusión descubrir al
principio los puntitos encendidos, que indican dónde va a aparecer una flor
–¡Yo he visto tres!, ¡a ver quién descubre más! –. Poco a poco, estos puntos
se van hinchando hasta que al fin se abre la
flor y despliega sus vivos pétalos rojos. Después, el cuerpo se va
ensanchando lentamente. Se seguirá vigilando con impaciencia que el fruto
madure. Y de pronto, un día vemos que hay una abierta, los granos han
crecido tanto que no caben dentro de la granada. –¡Vamos a repartírnosla!–.
Cada porción del fruto es una obra de arte, los granos tan encajados, como
pequeños cristales de roca de un color tan profundo y el
líquido tan refrescante. –¿Cuál será la próxima que se abra?-
Sobre el patrón de vuestra risa media,
reales alcancías de collares,
se recorta, velada, una tragedia
de aglomerados rojos, rojos zares.
Recomendable sangre, enciclopedia
del rubor, corazones, si mollares,
con un tic-tac en plenilunio, abiertos,
como revoluciones de los huertos.
(Miguel Hernández, La granada)
Alto soy de mirar a las palmeras
El más universal de los poetas de la tierra
alicantina, Miguel Hernández, decía de sí mismo alto soy de mirar a las
palmeras. Para él, la palmera es la reina indiscutible del paisaje.
La palmera levantina,
la columna que camina.
La palmera... la palmera...
La palmera levantina,
la que otea la marina,
la mediterránea era.
la que atrapa la primera
ráfaga de primavera
la primera golondrina..
La señora de
paisajes.
(Miguel Hernández,
La palmera levantina)
Tu sencillez de eucalipto
Los eucaliptos conforman un grupo de
árboles de características sorprendentes. Para apreciarlas, debemos
primeramente superar la mala prensa que tanto los desprestigia. Así que
asumamos la presunción de inocencia a la que tienen derecho; separemos la
especie botánica, de la depredadora plantación industrial y remontémonos a
la época en la que los primeros exploradores europeos llegaron al continente
australiano y que tanto les fascinaron la esbeltez y la riqueza de estos
bosques poblados por especies tan singulares. Unos árboles que con gran
sencillez conquistan grandes alturas.
Hoy te conozco y publico
tus ímpetus de oleaje,
tu sencillez de eucalipto,
tu corazón de combate,
digno de ser capitán,
digno de ser comandante.
(Miguel Hernández, Digno de ser comandante)
La chumbera, Albacete en miniatura
Estamos ante una planta acostumbrada a
soportar condiciones inhóspitas. Puede decirse que su diseño es modular,
constituido por pencas que crecen unas sobre otras formando una estructura
arborescente. Cada una de estas unidades puede llegar a ser autosuficiente.
Cuando alguna se desprende y cae al suelo, por el viento (en su lugar de
origen son frecuentes los huracanes) o cualquier otro tipo de agresión,
nacen raíces de la parte que roza a la tierra y ese trozo de planta se
transforma en otra chumbera independiente, que seguirá creciendo de forma
tentacular. Las condiciones donde se desarrolla esta planta son tan severas
que no puede permitirse el lujo de tener hojas, como los árboles; el fuerte
sol las deshidrataría, y si lograsen sobrevivir al calor, serían los únicos
elementos tiernos de aquellas sedientas tierras, un suculento bocado para
los animales moradores de estas zonas semidesérticas. Por eso, las hojas se
han transformado en agudas espinas que cubren toda la planta, Albacete en
miniatura.
Cadena de lunados eslabones:
con pelota real, tenis de espina:
“dolorosa” de muchos corazones,
emula madurez plural de China.
Contra el viento, rotundas conjunciones,
bofetadas en círculos coordina:
plenilunios de espejos de verdura,
donde se ve Albacete en miniatura.
(Miguel Hernández, La chumbera)
Como la higuera eres
La vida es
cambio. La higuera lo sabe, por eso siente y se transforma con las estaciones
del año como ningún otro árbol puede hacerlo. En invierno, presenta un aspecto
desolador, parece un árbol seco, con sus ramas retorcidas clamando al cielo. En
primavera, se llena de pequeñas hojitas tiernas de color verde vivo, que se
harán grandes en verano. Su penetrante olor se asocia inequívocamente a esta
estación. En las horas
de máximo calor no hay nada más placentero que estar a su sombra. En otoño, se
viste de ocre, sus hojas cambian de color como presagio del frío que pronto
llegará.
Como la higuera joven
de los barrancos eras.
Y cuando yo pasaba
sonabas en la sierra.
Como la higuera joven,
resplandeciente y ciega.
Como la higuera eres.
Como la higuera vieja.
Y paso, y me saludan
silencio y hojas secas.
Como la higuera eres
que el rayo envejeciera.
(Miguel Hernández, Vals de los enamorados y unidos hasta siempre)
Unos de los frutos preferidos por Miguel Hernández fueron los higos. Desde
pequeño tenía gran aprecio a este árbol que crecía en su huerto. Hoy esta
emblemática higuera, junto con la casa natal del poeta es uno de los lugares más
queridos y entrañables de Orihuela. En Levante, la higuera es un árbol muy
común, por lo que para este poeta tan relacionado con el campo, la higuera es su
árbol totémico. Expresión de la naturaleza, de la fuerza vital, una fuerza que
no se deja dominar por la voluntad del hombre. El poeta ve en este árbol, desde
la sucesión de los ciclos de la naturaleza, hasta el celoso guardián de
encuentros amorosos, meca de lujurias, higuera de pasiones, como él
mismo decía. Miguel Hernández cede el protagonismo en cerca de veinte de sus
grandes poemas, a este compañero de huertos y sembrados.
Mínimas botas de morados vinos.
Rumores de almidón y de camisa:
¡frenesí de rumores!
en hoja verderol, falda precisa,
justa de alrededores
para cubrir adánicos rubores.
¡Aquí vuelve a empezar! Eva, la vida.
(Miguel Hernández, Oda a la higuera)
Quédate en alma, almendro
El almendro florece muy pronto. Antes de que aparezcan las hojas, la copa
explota en una exhuberancia de flores blancas. El hecho de que la mayoría de los
árboles tengan aún el aspecto yermo y sombrío del invierno, mientras el almendro
viste sus mejores galas juveniles, hacen que esa floración resulte aún más
espectacular. La alegría, que supone su contemplación, nos habla de juventud y
de primavera. Una juventud como la de su querido amigo y compañero Ramón Sijé,
muerto prematuramente cuando apenas
había cumplido los 22 años.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
(Miguel Hernández, Elegía a Ramón Sijé)
Flores blancas, color de pureza, y la aliteración de su propio nombre:
alma-almendro añaden al árbol cualidades siempre positivas que unido a su
belleza lo convierte en un árbol muy valorado y querido, un compañero del alma,
compañero.
No seas, primavera; no te acerques,
quédate en alma, almendro:
sed tan sólo un propósito de verdes,
de ser verdes sin serlo.
(Miguel Hernández, Primera lamentación de la carne)
Nanas de la cebolla
Tristes guerras
si no es amor la empresa.
Tristes. Tristes.
Tristes armas
si no son las palabras.
Tristes. Tristes.
(Miguel Hernández)
Triste final para este poeta amante de la libertad y la justicia. Ya no volvería
a estar en contacto con sus queridos árboles, solo cebollas. El desgarrador
poema de las Nanas de la cebolla narra las penas de su encarcelamiento y el
sufrimiento de su familia, en especial de su pequeño hijo que sólo se amamantaba
con sangre de cebolla.
La cebolla es escarcha
cerrada y pobre.
Escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla,
hielo negro y escarcha
grande y redonda.
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
(Miguel Hernández, Nanas de la cebolla)
Para este poeta de alma de encina, naturaleza, poesía y libertad significan lo
mismo –¿qué hice para que pusieran a mi vida tanta cárcel?–. Poco a poco su vida
se fue apagando. Sus últimas palabras estuvieron dedicadas a su mujer: –¡Ay,
Josefina qué desgraciada eres!
Tristes hombres
si no mueren de amores.
Tristes. Tristes.
El legado de Miguel Hernández es un legado de amor, de amor a su familia, a sus
semejantes y a los
árboles con los que compartió sus momentos más felices.
El legado de Miguel Hernández es un
legado de amor, de amor a su familia, a sus semejantes y a los árboles con los
que compartió sus momentos más felices.
*Miguel Herrero Uceda
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