Claustro Poético

Boletín virtual de poesía, edición trimestral. Nº 22. Otoño-2010

Asociación Cultural Claustro Poético

 

  Director: Juan Carlos García-Ojeda Lombardo

  Coordinadores: Fernando R. Ortega Vallejo y Juan Antonio López Cordero

D.L. J-309-2005

ISSN 1699-6151

CONSEJO DE REDACCIÓN

Poemas

Piedras

Papel que empapa una llama

Sentado

Arrástrame sobre tus filos

Este crepúsculo

Vísperas de amor

En esta madrugada...

Nos los instruyeron en materia...

Encantamiento

Te amo

Azul

Nadie

Calle del amor

El amor de cada día

El que avisa es un niño

La búsqueda

Las pedradas de la vida


Colaboraciones

El Cabrero

Sus Árboles. Centenario de Miguel Hernández


Noticias

Concurso bienal de poesía Julio Tovar 2010

VII Certamen de Poesía de Herencia

XX Premio de Poesía Elvira Castañón 


Colaboran en este número


Nos anteriores

 


 

 

Sus árboles. Centenario de Miguel Hernández*


 

Textos extraídos de El alma de los árboles de Miguel Herrero Uceda (Elam Editores)

 

La vinculación de Miguel Hernández a la vida campesina y a la naturaleza fue muy grande y así queda reflejado de forma continua en su poesía. Uno de sus amigos, Pablo Neruda, nos ha dejado esta impresión sobre el poeta oriolano –Me contaba cuentos terrestres de animales y pájaros. Era ese escritor salido de la naturaleza como una piedra intacta, con virginidad selvática y arrolladora fuerza vital. Me narraba cuan impresionante era poner los oídos sobre el vientre de las cabras dormidas. Así se escuchaba el ruido de la leche que llegaba hasta las ubres, el rumor secreto que nadie ha podido escuchar sino aquel poeta de cabras. Otras veces, me hablaba del canto de los ruiseñores. Como en mi país no existe ese pájaro, ese sublime cantor, el loco de Miguel quería darme la más viva expresión plástica de su poderío. Se encaramaba a un árbol de la calle y, desde las más altas ramas, silbaba o trinaba como sus amados pájaros natales.

 

Un ruiseñor manchado de naranjas

 

Sus compañeros de letras, lo que más admiraban era su frescura, su espontaneidad, su amor a la naturaleza y en particular a su tierra natal, tierra de naranjos, palmeras e higueras.

 

Llegaste a mí directamente del Levante. Me traías,
pastor de cabras, tu inocencia arrugada,
la escolástica de viejas páginas, un olor
a Fray Luis, a azahares, al estiércol quemado
sobre los montes, y en tu máscara
la aspereza cereal de la avena segada
y una miel que medía la tierra con tus ojos.
También el ruiseñor en tu boca traías.
Un ruiseñor manchado de naranjas, un hilo
de incorruptible canto, de fuerza deshojada.
       (Pablo Neruda, Oda a Miguel Hernández)

 

Sin duda, Miguel Hernández se debió sentir alagado pues para él la flor del naranjo es símbolo de pureza.

Frontera de lo puro, flor y fría


Tu blancor de seis filos, complemento,
en el principal mundo, de tu aliento
en un mundo resume un mediodía
Astrólogo el ramaje en demasía
de verde resultó jamás exento
Ártica flor al sur: es necesari
tu desliz al buen curso del canario.
        (Miguel Hernández, Azahar)

 

¿Qué hacéis las cosas de Dios aquí: la manzana...?

 

Por muchos amigos y éxitos que tuviera en Madrid, Miguel Hernández nunca se sintió a gusto en una gran ciudad, meca del llamado “progreso”. Entre los frutos, la manzana siempre ha representado a la sabiduría, el mismo Newton corroboró su importancia al hacerla servir de vehículo para descifrar toda la mecánica celeste. En la Biblia no se menciona nunca que fuera una manzana, pero no podía ser otro el fruto prohibido del árbol de la ciencia. ¿Hicieron bien en comer de la fruta del conocimiento? El destino de nuestra especie es seguir comiendo de las frutas prohibidas, en busca de sabiduría. Así, nos alejamos cada vez más del paraíso terrenal.

 

Todo electricidad: todo presteza
eléctrica: la flor y la sonrisa,
el orden, la belleza
la canción y la prisa.
Nada es por voluntad de ser, por gana
por vocación de ser. ¿Qué hacéis las cosa
de Dios aquí: la nube, la manzana,
el borrico, las piedras y las rosas?
¡Rascacielos!: ¡qué risa!: ¡rascaleches!
¡Qué presunción los manda hasta el retir
de Dios! ¿Cuándo será, Señor, que eche
tanta soberbia abajo de un suspiro
      (Miguel Hernández, El silbo de afirmación en la aldea)


 

¡Cómo el limón reluce encima de mi frente y la descansa! 

 

¡Cómo el limón reluce
encima de mi frente y la descansa!
¡Cómo apunta en el cruc
de la luz y la tierra el lilio(1) puro!
Hay azahar, ¡qué osadía de la nieve!
y estamos en diciembre, que hasta enero
a oler, lucir y porfiar se atrev
en el alrededor del limonero

     (Miguel Hernández, El silbo de afirmación en la aldea)

 

Al estar los limoneros en patios o huertos próximos a la vivienda, todos los miembros de la familia, en particular los más jóvenes, siguen muy de cerca la metamorfosis de la blanca florecilla del limonero hasta el grueso fruto amarillo; por eso, para muchas personas, hablar de los limoneros, es hablar de su infancia. Esta ilusión de ver como avanza la maduración, día a día, se traduce, en el lenguaje de las flores, en imagen del entusiasmo. Todos los poetas que han crecido junto a patios o huertos, saben de la dimensión lúdica del limonero, porque este árbol siempre trae recuerdos de la infancia.

 

Si te suelto Si te subo
en el aire, a la punta
oh limón de mi índice,
amarillo, oh limón
me darás amarillo,
un relámpago me darás
en resumen. un chinito
coletudo.
(Miguel Hernández, Limón)

 

Alma de encina

 

La poesía para Miguel Hernández fue un terreno donde dejó plasmadas las grandes pasiones sobre las que hizo girar su vida. El amor, la justicia y la naturaleza, no eran meros temas argumentales sino que se asentaban sobre sentimientos que partían del fondo de su corazón, como algo propio de su ser; incluso las desgracias ajenas le hacían revolver su alma noble, profunda y sencilla. Su alma de encina.

 

Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
revuelve mi alma de encina.
    
 (Miguel Hernández, El niño yuntero)

 

La alegre tristeza del olivo

 

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién,
quién levantó los olivos?
No los levantó la nada,
ni el dinero, ni el señor,
sino la tierra callada,
el trabajo y el sudor.
¡Cuántos siglos de aceituna,
los pies y las manos presos,
sol a sol y luna a luna,
pesan sobre vuestros huesos!
Jaén, levántate brava
sobre tus piedras lunares,
no vayas a ser esclava
con todos tus olivares.
(Miguel Hernández, Aceituneros)

Miguel Hernández siempre fue muy sensible a las injusticias sociales y a los problemas de los desheredados. Tenía mucha razón al exclamar ¡cuantos siglos de aceitunas! El olivo es un árbol profundamente mediterráneo. Todas las civilizaciones que se han sucedido en sus riberas, han apreciado este árbol de singular belleza y de fruto tan importante en nuestra tradición gastronómica. El olivo encierra la esencia del carácter mediterráneo, la alegría del sur, pero en la que sobrevuela un hálito de tristeza o de
tragedia, como la Fiesta Nacional, como los cuadros de Julio Romero de Torres, como la música desde el pasodoble al cante jondo.

Sonreír con la alegre tristeza del olivo
esperar, no cansarse de esperar alegría
Sonriamos, doremos la luz cada día
en esta alegre y triste vanidad de ser vivo.
(Miguel Hernández, Últimos poemas)


 

Uvas como tus ojos

 

Como un antiguo rito, el cultivo de la vid y la elaboración del vino son unas actividades que en las regiones vinícolas marcan el ritmo anual de los cambios de estaciones. A lo largo de todo el año, se espera la entrada del otoño para cerrar el ciclo agrícola y poder recoger lo que se sembró y cuidó con esmero durante tanto tiempo. Es la esperada y deseada vendimia. Atrás quedan los sudores y los temores a las heladas, al pedrisco y a la sequía. Ya se recoge el fruto de la tierra.

Uvas como tu frente,
uvas como tus ojos.
azafrán, hierbabuena
llueve a grandes chorros
sobre la mesa pobre,
gastada, del otoño.
(Miguel Hernández, Uvas, granadas, dátiles)
 

 

Granadas con la herida de tu florido asombro

 

Granadas con la herida
de tu florido asombro.
(Miguel Hernández, Uvas, granadas, dátiles)

El granado es un árbol muy especial, el color de sus hojas es muy llamativo, verde claro brillante. Quienes desde pequeño hemos crecido a la sombra de un granado, nos produce una sensación de alegría e ilusión descubrir al principio los puntitos encendidos, que indican dónde va a aparecer una flor –¡Yo he visto tres!, ¡a ver quién descubre más! –. Poco a poco, estos puntos se van hinchando hasta que al fin se abre la
flor y despliega sus vivos pétalos rojos. Después, el cuerpo se va ensanchando lentamente. Se seguirá vigilando con impaciencia que el fruto madure. Y de pronto, un día vemos que hay una abierta, los granos han crecido tanto que no caben dentro de la granada. –¡Vamos a repartírnosla!–. Cada porción del fruto es una obra de arte, los granos tan encajados, como pequeños cristales de roca de un color tan profundo y el
líquido tan refrescante. –¿Cuál será la próxima que se abra?-

Sobre el patrón de vuestra risa media,
reales alcancías de collares,
se recorta, velada, una tragedia
de aglomerados rojos, rojos zares.
Recomendable sangre, enciclopedia
del rubor, corazones, si mollares,
con un tic-tac en plenilunio, abiertos,
como revoluciones de los huertos.
(Miguel Hernández, La granada)
 

 

Alto soy de mirar a las palmeras

 

El más universal de los poetas de la tierra alicantina, Miguel Hernández, decía de sí mismo alto soy de mirar a las palmeras. Para él, la palmera es la reina indiscutible del paisaje.

 

La palmera levantina,
la columna que camina.
La palmera... la palmera...

La palmera levantina,
la que otea la marina,
la mediterránea era.

la que atrapa la primera
ráfaga de primavera
la primera golondrina.
.

     La señora de paisajes.

     (Miguel Hernández, La palmera levantina)

 

Tu sencillez de eucalipto

 

Los eucaliptos conforman un grupo de árboles de características sorprendentes. Para apreciarlas, debemos primeramente superar la mala prensa que tanto los desprestigia. Así que asumamos la presunción de inocencia a la que tienen derecho; separemos la especie botánica, de la depredadora plantación industrial y remontémonos a la época en la que los primeros exploradores europeos llegaron al continente australiano y que tanto les fascinaron la esbeltez y la riqueza de estos bosques poblados por especies tan singulares. Unos árboles que con gran sencillez conquistan grandes alturas.

 

Hoy te conozco y publico

tus ímpetus de oleaje,

tu sencillez de eucalipto,

tu corazón de combate,

digno de ser capitán,

digno de ser comandante.

                   (Miguel Hernández, Digno de ser comandante)

 

La chumbera, Albacete en miniatura

 

Estamos ante una planta acostumbrada a soportar condiciones inhóspitas. Puede decirse que su diseño es modular, constituido por pencas que crecen unas sobre otras formando una estructura arborescente. Cada una de estas unidades puede llegar a ser autosuficiente. Cuando alguna se desprende y cae al suelo, por el viento (en su lugar de origen son frecuentes los huracanes) o cualquier otro tipo de agresión, nacen raíces de la parte que roza a la tierra y ese trozo de planta se transforma en otra chumbera independiente, que seguirá creciendo de forma tentacular. Las condiciones donde se desarrolla esta planta son tan severas que no puede permitirse el lujo de tener hojas, como los árboles; el fuerte sol las deshidrataría, y si lograsen sobrevivir al calor, serían los únicos elementos tiernos de aquellas sedientas tierras, un suculento bocado para los animales moradores de estas zonas semidesérticas. Por eso, las hojas se han transformado en agudas espinas que cubren toda la planta, Albacete en miniatura.

 

Cadena de lunados eslabones:

con pelota real, tenis de espina:

“dolorosa” de muchos corazones,

emula madurez plural de China.

Contra el viento, rotundas conjunciones,

bofetadas en círculos coordina:

plenilunios de espejos de verdura,

donde se ve Albacete en miniatura.

     (Miguel Hernández, La chumbera)

 

Como la higuera eres


            La vida es cambio. La higuera lo sabe, por eso siente y se transforma con las estaciones del año como ningún otro árbol puede hacerlo. En invierno, presenta un aspecto desolador, parece un árbol seco, con sus ramas retorcidas clamando al cielo. En primavera, se llena de pequeñas hojitas tiernas de color verde vivo, que se harán grandes en verano. Su penetrante olor se asocia inequívocamente a esta estación. En las horas
de máximo calor no hay nada más placentero que estar a su sombra. En otoño, se viste de ocre, sus hojas cambian de color como presagio del frío que pronto llegará.

Como la higuera joven
de los barrancos eras.
Y cuando yo pasaba
sonabas en la sierra.
Como la higuera joven,
resplandeciente y ciega.
Como la higuera eres.
Como la higuera vieja.
Y paso, y me saludan
silencio y hojas secas.
Como la higuera eres
que el rayo envejeciera.
(Miguel Hernández, Vals de los enamorados y unidos hasta siempre)

Unos de los frutos preferidos por Miguel Hernández fueron los higos. Desde pequeño tenía gran aprecio a este árbol que crecía en su huerto. Hoy esta emblemática higuera, junto con la casa natal del poeta es uno de los lugares más queridos y entrañables de Orihuela. En Levante, la higuera es un árbol muy común, por lo que para este poeta tan relacionado con el campo, la higuera es su árbol totémico. Expresión de la naturaleza, de la fuerza vital, una fuerza que no se deja dominar por la voluntad del hombre. El poeta ve en este árbol, desde la sucesión de los ciclos de la naturaleza, hasta el celoso guardián de encuentros amorosos, meca de lujurias, higuera de pasiones, como él
mismo decía. Miguel Hernández cede el protagonismo en cerca de veinte de sus grandes poemas, a este compañero de huertos y sembrados.

Mínimas botas de morados vinos.
Rumores de almidón y de camisa:
¡frenesí de rumores!
en hoja verderol, falda precisa,
justa de alrededores
para cubrir adánicos rubores.
¡Aquí vuelve a empezar! Eva, la vida.
(Miguel Hernández, Oda a la higuera)

Quédate en alma, almendro

 

El almendro florece muy pronto. Antes de que aparezcan las hojas, la copa explota en una exhuberancia de flores blancas. El hecho de que la mayoría de los árboles tengan aún el aspecto yermo y sombrío del invierno, mientras el almendro viste sus mejores galas juveniles, hacen que esa floración resulte aún más espectacular. La alegría, que supone su contemplación, nos habla de juventud y de primavera. Una juventud como la de su querido amigo y compañero Ramón Sijé, muerto prematuramente cuando apenas
había cumplido los 22 años.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
(Miguel Hernández, Elegía a Ramón Sijé)

Flores blancas, color de pureza, y la aliteración de su propio nombre: alma-almendro añaden al árbol cualidades siempre positivas que unido a su belleza lo convierte en un árbol muy valorado y querido, un compañero del alma, compañero.

No seas, primavera; no te acerques,
quédate en alma, almendro:
sed tan sólo un propósito de verdes,
de ser verdes sin serlo.
(Miguel Hernández, Primera lamentación de la carne)

Nanas de la cebolla

Tristes guerras
si no es amor la empresa.
Tristes. Tristes.
Tristes armas
si no son las palabras.
Tristes. Tristes.
(Miguel Hernández)

Triste final para este poeta amante de la libertad y la justicia. Ya no volvería a estar en contacto con sus queridos árboles, solo cebollas. El desgarrador poema de las Nanas de la cebolla narra las penas de su encarcelamiento y el sufrimiento de su familia, en especial de su pequeño hijo que sólo se amamantaba con sangre de cebolla.

La cebolla es escarcha
cerrada y pobre.
Escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla,
hielo negro y escarcha
grande y redonda.
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
(Miguel Hernández, Nanas de la cebolla)

Para este poeta de alma de encina, naturaleza, poesía y libertad significan lo mismo –¿qué hice para que pusieran a mi vida tanta cárcel?–. Poco a poco su vida se fue apagando. Sus últimas palabras estuvieron dedicadas a su mujer: –¡Ay, Josefina qué desgraciada eres!

Tristes hombres
si no mueren de amores.
Tristes. Tristes.
El legado de Miguel Hernández es un legado de amor, de amor a su familia, a sus semejantes y a los
árboles con los que compartió sus momentos más felices.

El legado de Miguel Hernández es un legado de amor, de amor a su familia, a sus semejantes y a los árboles con los que compartió sus momentos más felices.

           

              *Miguel Herrero Uceda

 

 

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