Claustro Poético

Boletín virtual de poesía, edición trimestral. Nº 15. Invierno-2009

Asociación Cultural Claustro Poético

 

Director: Juan Carlos García-Ojeda Lombardo

Coordinadores: Fernando R. Ortega Vallejo y Juan Antonio López Cordero

D.L. J-309-2005

ISSN 1699-6151

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En el andén de la Primavera

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A pesar de todo

Caracolas

Inframundo de los Mayas

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Los enfermizos tiempos presentes

La cortina del otoño

Infinita cuestión

En la muerte de Federico


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Arriero


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Premio de Poesía Puente de Letras 2009

Premio Fundación Cultural Miguel Hernández 2009

V Concurso Bonaventuriano de Poesía


Colaboran en este número


Nos anteriores

 


 

 

ARRIERO*


Hubo un tiempo, no tan lejano, en que surcaban los campos recoveros, trajineros o arrieros, siguiendo senderos que atravesaban la sierra y llegaban a recónditos parajes. Seguían serpenteantes caminos a lomos o a pie de caballerías, donde el reloj no marcaba las horas, sino la mayor o menor claridad del día; una luz que imponía al paisaje cambiante belleza, que penetraba en la pupila del arriero e inspiraba la poesía en su canto: 

“En las arenas bailan los remolinos,

el sol juega en el brillo del pedregal,

y prendido a la magia de los caminos,

el arriero va, el arriero va.”

El Arriero va. Atahualpa Yupanqui

 

 

            Hoy aquellos caminos que atravesaban la sierra han sido abandonados, o bien transformados en carriles para vehículos a motor que desplazaron del paisaje la figura de los arrieros. Yo los vi, aún los recuerdo. Yo también lo fui de niño, surqué los senderos con bestias de carga, monté en sus lomos y me agarré a sus colas, me sentí integrante de aquel viejo mundo.  

“Es que tu alma de niño con las estrellas

piedras del campo, vientos y flores

quiso jugar, o será que igual que las aves

llevas en el alma ansias de libertad.”

          El arriero José. Yolanda Calderón.

 

            Atesoro en mi mente aquellas imágenes y recuerdo a los arrieros como héroes de un pasado arduo y mágico, que se nos escapó sin darnos cuenta. En mi tierra, el último de ellos nos dejó hace poco. Ya viejo y cansado, montado en su mula, subía la sierra hacia su pequeña parcela de olivos, día tras día, año tras año, mientras veía crecer lentamente las urbanizaciones que cambiaban el paisaje; en su afán devorador lo engullían todo, tratando de convertir la sierra en cemento y alambre, transformando el entorno en una aberrante imagen que los estudios oficiales de impacto ambiental certificaban como ejemplar planificación. Las cercas quisieron borrar el sendero que por allí pasaba, pero no pudieron. El viejo arriero, altivo y sereno, siguió cabalgando por el mismo lugar, desafiante, como durante siglos lo hicieron sus antepasados; recordándonos que “arrieros somos y en el camino nos encontraremos”.

 

“A un pueblo de arrieros,

lechuzos y tahúres y logreros

dicta lecciones de Caballería.

Y el alma desalmada de su raza,

que bajo el golpe de su férrea maza

aún duerme, puede que despierte un día.”

             A don Miguel de Unamuno. Antonio Machado.

      Llegó el tiempo en que su cuerpo cansado no pudo más y dejó de subir a la sierra. Entonces el sendero fue destruido y con él siglos de historia. Como recuerdo del mismo queda en los viejos mapas una línea que señala la senda que lleva a la majada, donde nunca más el ganado volverá a pastar. Aún creo ver su quijotesca figura subir la empinada cuesta a lomos de su mula, desafiando a los compactos bloques de cemento, cual altivo caballero que no teme a lo gigantes, y guarda en sus alforjas esas dosis de cordura que todo loco lleva consigo. Su mágica imagen cruza mi mente, mientras en silencio recito los versos del poeta: 

"¡Y cuántas veces te grito:

Hazme un sitio en tu montura

y llévame a tu lugar;

hazme un sitio en tu montura,

caballero derrotado,

hazme un sitio en tu montura

que yo también voy cargado

de amargura

y no puedo batallar!

Ponme a la grupa contigo,

caballero del honor,

ponme a la grupa contigo,

y llévame a ser contigo

pastor.”

             Vencidos. León Felipe.

                   *Juan Antonio López Cordero

 

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