ASOCIACIÓN
CULTURAL CLAUSTRO POÉTICO / CAJA DE AHORROS DE JAÉN. JAÉN, 2001
REDACCIÓN
|
Director: Juan Carlos García-Ojeda Lombardo |
Consejo de Redacción: Javier Cano |
Pedro Luis
Mínguez Durán |
Miguel Moreno Jara |
COLABORADORES EN ESTE
NÚMERO |
P
R O E M I O.
En los tiempos que corren y con la indiscutida crisis de valores de la sociedad occidental, es difícil encontrar grupos de personas que se propongan afrontar metas distantes de cualquier otra cosa que no suponga el logro personal o material. Es complicado descubrir a alguien capaz de emocionarse con la cotidianidad de sus vidas e, incluso, llegar hasta el extremo de querer vivir intensamente.
Sin
caer en autobendiciones personales ni colectivas, es lo cierto que el grupo
literario "Claustro Poético" está compuesto por ese tipo de
personas. Desde que se fundara a mediados de la década pasada no ha hecho otra
cosa que crear belleza, belleza sin desmesuradas ambiciones, promocionar la
poesía y dotar de un mínimo de coherencia las emociones y sensaciones vitales que
han tocado vivir a cada integrante del grupo.
La
nueva etapa que ahora se abre es, si cabe, aún más tentadora en el capítulo de
las aventuras literarias. Es una nueva invitación a la vida, a hacer las cosas
con más dosis de creatividad y sin apegos ni censuras. "Claustro
Poético" es ya una Asociación Cultural de ámbito nacional que tiene por
finalidad la promoción y divulgación de la literatura giennense por todo el
mundo. Sin embargo no hay nada de inmodestia en la propuesta, pues se pretende,
desde la más absoluta independencia ideológica y funcional, que los autores que
vayan apareciendo en la revista y, por ende, en la Asociación, dispongan de la
posibilidad de dar a conocer su obra. Tan simple y tan lógico como eso. Si
además lo aderezamos con la afortunada minoridad y especialización con la que
cuenta la poesía, llegaremos a la conclusión de que la nueva etapa de Claustro
Poético va a ser prudente en sus objetivos y, al tiempo selectiva en sus
colaboraciones.
Que
nadie pretenda ver verdades absolutas en estas palabras. Recientemente se
publicaba una estadística según la cual las páginas de poesía, dentro del
apartado cultural, eran las más visitadas en las redes de internautas. La
anonimia de algunos poetas (sobre los que se sospecha de su autoría) que
publican sus versos en Internet, está creando verdaderos quebraderos de cabeza
a sus editores que no encuentran justificación a la escasa venta de libros de
poemas en formatos convencionales y que sin embargo son "bajados" por
los navegantes a centenares y traducidos por este sistema. Con estas premisas,
¿se puede decir con absoluta propiedad que la poesía es realmente minoritaria?.
Sentado
lo anterior y vista nuestra apuesta por lo convencional, nos proponemos mantener
como base de la publicación las aportaciones inéditas de los poetas que nos
remiten sus trabajos y son aceptados por el Consejo de Redacción; además,
proponemos aperturar una nueva sección que correrá bajo la responsabilidad de
Miguel Moreno Jara y que tendrá por finalidad la investigación y el trabajo de
documentación de la poesía de nuestra tierra desde el siglo XVIII, así como la
incorporación y rescate de antiguas leyendas y romances.
Buscamos,
en suma, dotar a la Institución y a la revista de los medios de calidad
necesarios para hacerla digna en el presente milenio y dentro de nuestras
posibilidades. Lo anterior pasa por ser una experiencia vivificadora, admirable
y totalmente asumible. Cuando se presentó el último número de la pretérita
época, se hizo un ruego: "dejad que sedimenten las ideas. Os prometemos
que el espíritu del "Claustro Poético" está vivo y que volveremos a
intentarlo..." Estamos aquí, con nuestras musas y desvelos, con
nuestras alegrías y tristezas. Estamos de nuevo aquí, desconectando con la
positividad y con la realidad, dejados llevar de nuestros corazones, porque en
definitiva sólo somos un grupo de corazones que palpitan deprisa.
Aquí
estamos, prestos a consumar algo tan natural y a la vez especial como componer
y hasta declamar un poema.
Juan Carlos
García-Ojeda Lombardo.
Director.
LAS
LEYENDAS DE JAÉN.
"La
realidad auténtica de las
cosas
sólo se comprende desde
un
cierto punto de vista, y
quién
no sea capaz de llegar
a
él, no pretenda suplantarnos
la
realidad con su turbia visión".
J.
Ortega y Gasset.
I
N T R O D U C C I Ó N.
La
leyenda como la fragancia confiere un marbete genuino a la íntima personalidad
de un pueblo.
Tiene
la leyenda bastantes connotaciones con diversas manifestaciones tradicionales
de la narrativa popular, como el mito, el cuento y la fábula, hasta el extremo
que con frecuencia se confunden, surgiendo entre los eruditos vivas polémicas
para determinar a qué campo le corresponde a cada cual, puesto que no son
escasas las ocasiones en que las presentan simultáneamente, es decir, por
ejemplo, algunas notas propias de la leyenda, con otras exclusivas del cuento,
del mito o de la fábula, complicando de este modo su exacto encasillado.
La
diferenciación de los tres géneros en lo que se refiere a la localización de
sus respectivas acciones en el tiempo y en el espacio, pues mientras que en la
leyenda se concretan con claridad y exactitud el escenario y la época, por el
contrario en el cuento y la fábula éstos datos son imprecisos, mientras que en
el mito se refieren a lugares y tiempos sin encaje geográfico y cronológico.
La
leyenda es imaginativa, en todo o en parte; también debe ser tradicional, ya
que aunque en su génesis fuese puramente literaria, no llegaría a alcanzar la
consideración de leyenda en tanto y cuanto no haya sido tomada de la tradición
oral; asimismo ha de ser relatada con visos de extraordinaria, maravillosa,
mágica, incluso sobrenatural, por lo que a sus personajes hay que
"agrandarlos" con lo que en la técnica de la leyenda se denomina
"megalosía".
Su
origen se remonta en la noche de los tiempos, aunque está universalmente
aceptado que es tan inherente al género humano como su misma y propia condición.
La
leyenda es común a todas las culturas, razas y naciones, aunque en ocasiones
haya que desvirtuar su procedencia histórica para tratar de hacerla asequible a
través de mitos fabulosos y de héroes espectaculares que quizá, a través de
otra vía literaria, no habrían calado tan hondamente en el ánimo popular.
Decir
leyenda es decir espontaneidad, porque brota entre el pueblo llano y sencillo
sin que ninguna causa guíe su creación, tan sólo por el simple placer de narrar
un hecho o suceso. No pretende explicar un fenómeno, como el mito; ni divertir,
como el cuento; ni guarda un intención moralizadora, como la fábula. Además, lo
maravilloso de la leyenda es que del simple relato al transmitirse de
"boca en boca", tiene la ventaja de ir ampliando sus detalles hasta
alcanzar la categoría de narración legendaria.
La
causa de que la leyenda aparezca siempre confundida entre la ficción y realidad
obedece a que, según Freud: "...tendemos a representar esta última de acuerdo
con nuestros deseos y necesidades, y cuando la tal realidad nos repugna
procuramos evadirnos de ella en nuestros sueños, adornándola con destellos de
arte y poesía, e incluso ingenua filosofía, y vistiéndola con las galas sutiles
de un espiritualismo que haga tolerable la dura realidad de los hechos".
Considero
no es extemporáneo citar también la magistral opinión de Pemán: "...yo
veo en la leyenda, una solución armoniosa entre una densidad de tradición y una
depuración de modernidad. La "leyenda" no se evapora, como el cuento,
hacia el poema lírico: la leyenda reduce las dimensiones de la novela pero
persigue la esencialidad poética exigida, por su cercanía al poema épico: al
mundo narrativo de los caballeros, las hazañas, los amores, las conjuras, los
collares, los encantos".
La
leyenda es la espuma y la gracia de la Historia, sin olvidar que es un relato
donde brilla la fantasía y resplandece la fábula, aunque en el fondo puede
existir algo de verdad.
Es
curioso que los historiadores hasta hace poco se ocupasen exclusivamente de lo
extraordinario, de los hechos sorprendentes, y no advirtiesen que todo eso
posee sólo un valor anecdótico, o a lo sumo, parcial, y que la realidad en
historia es precisamente lo cotidiano, océano inmenso en que su vasta dimensión
anega todo lo insólito y sobresaliente.
La
antropología cuyos métodos cobran día a día más interés, ha enriquecido nuestra
comprensión de la Historia, y ello al añadir elementos ambiguos o relativos,
como puedan ser las Costumbres, las Tradiciones, las Leyendas, los Mitos; pero
podemos rastrear la Historia en busca de una leyenda, porque en realidad se
trata en sí de una deformación de la propia realidad histórica, pero curiosa,
amena y atractiva.
La
leyenda es más bella que la Historia y, a veces, más veraz. "Nunca
-dice la ilustre escritora doña Emilia Pardo Bazán- debemos pisotear una
leyenda, sino acariciarla y llevarla en el seno, a estilo del gusano de seda,
que ha de hilar la materia prima de una tela riquísima".
Y
el gran poeta Bécquer escribe: "La crítica histórica, esa hija
incrédula de nuestros días, nos ha enseñado desde niños a sonreírnos de
compasión al oír el relato de esas tradiciones que eran el brillante cimiento
de nuestros anales patrios".
En
virtud a cuanto antecede, bien podemos inferir que pese a que ni la voluntad,
ni aún la conciencia intervienen en su formación, la leyenda es fiel reflejo de
la psicología y sensibilidad popular y de aquí su gran valor para el
conocimiento y estudios de las sociedades, o dicho más prosaicamente, la
leyenda es el espejo en el que se reflejan los usos y costumbres de cada época.
Con
mi participación en este número especial de "Claustro Poético",
pretendo aportar las leyendas de Jaén que a lo largo de mi vida he ido
recopilando; algunas fueron contadas de viva voz en mi infancia por mi abuela
materna Matilde, gran amante de las tradiciones de su tierra, ella a la caída
de las tardes de estío en cuya horas el calor era menos sofocante, me sentaba
sobre su regazo y con ese lenguaje sencillo, dulce y sosegado que sólo la
madres de nuestra madres nos saben transmitir, me relataba historias,
tradiciones y leyendas de nuestro querido y antañón Jaén, bajo aquel marco
incomparable de tan rancio sabor árabe como era el Convento de la Coronada o
Cárcel Vieja, donde viví toda mi infancia; otras recabadas también por
transmisión oral a través de personas mayoritariamente de las acogidas en
residencias para la "tercera edad", y el resto, en antiguas, raras y
desperdigadas ediciones que en la actualidad son de muy difícil localización.
Ya
entrando de lleno en el estado de la cuestión comenzamos haciendo la regesta de
la leyenda titulada:
"EL
ECCE HOMO DE LAS BERNARDAS".
"Durante
el segundo tercio del siglo XVII, vivía en Jaén una prosapia y bizarra familia,
descendientes directos de la estirpe de los Pérez de Vargas, aguerridos nobles
castellanos que en la campaña del Salado, el rey Alfonso "el
onceno", los apodó con el sobrenombre de "Machaca",
deformado posteriormente por "Machuca".
Vivía
en una extensa y heráldica mansión de la calle Llana, primer solar urbano del
Jaén extendido, fuera ya de su férrea e inexpugnable muralla almorávide, tras
la conquista de Cambil y Alhabar por los Reyes Católicos.
Don
Francisco de Vargas, ganó justa fama y fortuna en la conquista de México junto
con Hernán Cortés, de quién fue su principal lugarteniente.
Tenía
nuestro hidalgo caballero una joven y bella nieta llamada doña Beatriz de
Vargas y Sáez, la que gracias a su sencillez, dulzura, finos modales y
angélicas facciones, hacia la felicidad del noble anciano, y suplía en parte la
ausencia del hijo perdido prematuramente.
Tenía
doña Beatriz una gran habilidad artística en las que sobresalían además de la
pintura -que realizó cuadros de mérito-, la primosidad de obras de arte en los
bordados y tejidos.
Transcurría
la vida de nuestro personaje de una manera tranquila y sin incidentes, en unión
de su hija `política doña Esperanza, su nieto mayor, don Carlos y doña Beatriz
en su magnífica y lujosa mansión, cuyos cuidados jardines miraban a la Senda de
los Huertos, lugar de embrujado ensueño de nuestro romántico Jaén, pasaje de
añorados y poéticos recuerdos de nuestros antepasados.
Doña
Beatriz fue prometida en matrimonio muy joven -según la costumbre de los nobles
de la época- a un gallardo caballero, don Arturo de Molina, Barón de
Torreoscura.
Un
día repentinamente su querido abuelo enfermó gravemente, conllevando su óbito
inmediato, lo que sumió a doña Beatriz en un profundo dolor, dada la veneración
que sentía por su segundo padre, y a pesar que su madre, hermano y la propia
servidumbre se esforzaba por consolarla no lo conseguían.
No
pasaron muchos días desde la defunción del noble anciano, cuando doña Beatriz
-que aún no había salido de su silenciosa y melancólica pena- tomó la firme
decisión de renunciar al mundo e ingresar en un convento; vanos propósitos los
de su familia que intentó por todos los medios de persuadirla de su propósito;
inclaustrándose en el convento de las franciscanas descalzas, conocido por el
vulgo por las "Bernardas".
La
decisión causó también gran contrariedad a don Arturo de Molina, hasta el
extremo que se juró exclaustrarla a toda costa.
Mientras
tanto la vida conventual de doña Beatriz discurría con la normalidad
establecida, alternando sus oraciones y meditaciones con las demás novicias,
con trabajos de todo tipo, destacando los primores de bordado y costura, entre
los sillares centenarios del recinto clarista por cuyas vetustas ventanas
entraba un sol de justicia cuya luz de descomponía en iridiscentes reflejos al
atravesar los altos vitrales y por donde se podían ver las combadas palmeras
que existía en el amplio huerto.
Por
aquel entonces estaba en plena construcción el retablo mayor; doña Beatriz
guiada tal vez por sus impulsos artísticos, observaba atentamente a través de
la celosía existente en el lado derecho, como los artistas ejecutaban sus
magníficos trabajos de pintura y escultura, hasta tal extremo, que muy pronto
asimiló la forma de modelar la madera, fue tal el grado de perfección y dominio
al que llegó, que se animó a llevar adelante la idea que se forjó, obviamente
con el previo consentimiento de la madre abadesa; consiguió a través de su
familia las herramientas propias para ejecutar la obra que se propuso llevar a
efecto producto de su limpia imaginación, entre los utensilios figuraba un gran
trozo de madera de sándalo que su abuelo trajo de sus conquistas en tierras
españolas "donde nunca se pone el sol", la cual tenía grabados
unos signos misteriosos que nunca supo su significado, y despedía
constantemente un fragante y delicioso aroma.
La
joven novicia comenzó a esculpir el busto de Jesús en el trance de la Pasión en
sus escasos ratos libres. Poco a poco fue tomando forma humana el divino rostro
del Hecce Homo que una vez finalizado causó la admiración de toda la comunidad
franciscana, incluso hasta de la propia autora. A continuación se llevó a
efecto la tarea de pintura y policromado, resultando una talla de gran belleza
plástica, hasta el extremo que al contemplarlo la congregación clarisa con
piadosa devoción las hacia caer de rodillas, entremezclándose el éxtasis y la
asombro.
Cuando
le fue mostrado al venerable anciano sacerdote don Miguel, que era el capellán de
las monjitas, éste no pudo reprimir su emocionado asombro, por lo que
rápidamente dio cuenta al Ordinario, que acto seguido visitó al convento donde
le fue mostrado el Divino Busto, quedando tan profundamente impresionado por el
realismo conseguido: su dulce expresión, serena y majestuosa humildad, la
corona de espinas ciñendo la cabeza adornada de hermosa cabellera natural, su
rostro acardenalado, por donde corre las gotas de sangre que provocan las
espinas, su boca entreabierta de las que brotaron palabras celestiales, y que
de ella sale todo el año, menos un día, grato y perfumado aroma, que procedió
su inmediata solemne bendición.
Mientras
tanto en la Ciudad cundió la "sagrada" noticia y fueron tantas
las personas que a diario acudía a las "Bernardas" a
contemplar aquella magistral obra de arte, que fue necesario situarla
permanentemente sobre un lugar predominante del templo, recibiendo en principio
la admiración de millares de cristianos viejos, y después, la profunda devoción
de todo el bueno y llano pueblo de Jaén.
Por
su parte don Arturo de Molina -el que fuera prometido de doña Beatriz-, que no
había renunciado en su obstinación de exclaustrar a su elegida, más por
despecho y rabia que por amor, además a todo esto había que sumarle el mal trance
económico por el que atravesaba, debido al despilfarro que su vida libertina y
lujuriosa le había sumergido a raíz del ingreso en la vida conventual de su
prometida, esperando con interés que su matrimonio con doña Beatriz
equilibrarse la alarmante merma económica en que se encontraba, en virtud a que
percibiría una fuerte dote pactada en su día de la familia de Vargas y Sáez.
Se
valió de mil y un trucos maquiavélicos para convencer a su víctima de su
desesperado e infinito amor, y le remitió varias cartas en las que le exponía
la inutilidad de su vocación y un sinfín de astutas argucias que hizo vacilar
la incipiente vocación de la novicia. Claro está que doña Beatriz ignoraba por
completo la truhanería en la que se había lanzado al que creía su hidalgo
galán.
Después
de una reposada meditación, y guiada más por el instituto del amor -supremo don
que Dios nos legó-, decidió exponer a la madre abadesa su decisión de abandonar
el claustro para contraer el santo sacramento del matrimonio con don Arturo de
Molina. La buena madre superiora ante la claridad y bondad de sus sentimientos,
aceptó resignada la decisión adoptada: la renuncia a los hábitos y la
exclaustración de la novicia.
Doña
Beatriz de Vargas con un apretado nudo en la garganta se fue despidiendo de
toda sus condiscípulas de noviciado, así como de las profesas y madre abadesa.
Después se dirigió directamente a la capilla y se arrodilló ante el Santísimo y
oró devotamente durante unos minutos. Seguidamente se trasladó hasta el lugar
donde estaba expuesta su maravillosa obra y la miró con sublime devoción al
lirio cárdeno, la púrpura encendida y una cascada de cálidas lágrimas inundó
sus bellos y serenos ojos, brotándoles como perlas a través de sus largas
pestañas que formaban finísimo encaje y rodándole por la sedosa, fina y blanca
piel del angelical rostro, bajando lentamente la vista y cuando se disponía
atravesar la puerta de la iglesia, oyó una sonora y grave voz masculina que la
dejó helada, y le dijo:
¡BEATRIZ!,
¿TE VAS Y ME DEJAS POR ESE HOMBRE?
Volvió la vista la aterrada joven hacia el sagrado
Busto, observando como la miraba fijamente a los ojos, al tiempo que notaba que
su cuerpo se desplomaba.
Las
monjitas que desde la celosía existente en el lado derecho del altar mayor
observaban el drama de la buena hermana, corrieron a socorrerla trasladándola
con mimo a la cama de su celda y la estuvieron cuidando hasta pasados largos
minutos que por fin abrió los ojos.
Ante
las solícitas preguntas de sus condiscípulas no quiso doña Beatriz decir la
verdad, salvo a la bondadosa madre superiora, en la intimidad, y previa promesa
de ésta de no decir nada a nadie.
Días
después profesaba la santa dama, ingresando formalmente en la Orden Franciscana
Descalzas con el nombre de sor Verónica, hasta que dos años después, en una
abrileña mañana de cuaresma, al ver las hermanitas que no acudía al oratorio,
fueron a su celda y la encontraron en la cama con los ojos ligeramente
entreabiertos, que si son del alma espejo ¡¡Cómo tendría el alma!!, y una serena
sonrisa en sus labios dejando ver unos dientes blanquísimos y brillantes,
verdaderamente marfileños, inerte y sin vida".
RUINAS
DEL HOMBRE.
Las
autopistas se han apagado
antes
de la luna, del frío,
del
silencio.
Suspendido
en el aire
y
la luz de un dios se filtra
por
las estrellas
porque
las estrellas son agujeros
inexactos
en
una cortina oscura.
La
noche es un ciclorama eterno,
umbral
infinito del páramo.
Aún
gira el mundo.
Debajo
de un ángel,
las
autopistas son lenguas
que
recorren las ruinas del hombre
y
las almas son lluvia torrencial
sobre
las aceras.
Dejé
mis recuerdos
hacinados
sobre el asfalto
como
un amasijo de arterias
sin
verdugo
ni
cuerpos del delito.
Si
la noche es la sombra,
el
árbol es la vida.
Aún
gira el mundo.
TRIPTICO
ANDALUSÍ.
1.
Llanto como el viento en las palmeras.
A dátiles y moras me convidaba tu piel.
No quise penetrar en la armonía de la
noche
sin tañer con estruendo el caramillo de
ese vientre
que convocaba a lujuria bajo el cielo de
mi tierra.
Andalucía reposaba su suelo de nostalgias.
A lo lejos, un galope de jinetes en
derrota
que no fueron del todo exterminados
hasta que la sangre formó un lago en los
patios y alquerías.
Yacías horizontal como la tarde,
transmutada en paisaje la espesura de tu
cuerpo,
intentando igualar en negativas
a la historia desolada de este pueblo
con arranque de caballo fugitivo.
Mi vida entera naufragó
en el brocal delirante de tus labios.
2.
Deja que el sirviente
retire las copas del banquete
y los músicos abandonen su quehacer:
ya no habrá más bebida que el néctar de
tus pechos
ni otra melodía que el gemido de tu
aliento
cuando te traspasen los puñales del
placer
y emules a la noche con la doble
evidencia
del temblor oscuro y el manto de rocío.
3.
Mujer,
hilo de sombra que me anuda,
no tardes en tu empeño.
si largo es el vacío,
interminable se anuncia
la oquedad del silencio.
Aún podemos dejarnos sorprender
por el alba que apunta
bajo nuestros cuerpos.
TÚ (Poema de amor
udrí).
Las
raíces del viento
anidan
en mi frente
cansadas
de buscar
la
pasarela de marfil
por
donde cruza
la
caravana con los huesos
de
las horas
hacia
un lugar ignoto
donde
el tiempo se convierte
en
ceniza.
La
frente de la noche
se
acomoda en mi hombro
y
tatúa mis arterias
con
buriles de estrellas.
Siento
la seda de tu voz
acariciando
mi boca,
como
buscando el aroma del jazmín
que
florece en mis manos
cuando
modelo tus caderas
de
barro amasado con miel
y aroma de vainilla,
y
se abre la orquídea rosada
en
el jardín del pubis,
como
labios felices
añorando
el paraíso.
Miguel Calvo
Morillo.
Jaén,
finales del siglo XX.
CALLE
ABAJO.
La
calle es un silencio
por donde cruzan
los esqueletos del olvido.
Amo el silencio
porque me siento más humano
escuchando el latir de mis venas
mientras contemplo
el rescoldo del día apagándose
como el leño
cárdeno de mi memoria.
Al contraluz, los murciélagos
se apoderan del ocaso
para tejer una malla
de hilos invisibles.
La noche se disfraza de luciérnaga
y tiene aromas de pan
de cada día dorándose
junto a las ascuas encendidas
en la antigua tahona
de mi pecho.
El tiempo se detiene
sobre las tejas de la ermita
para rezar el paternóster cotidiano.
Estiraza la farola su luz
rompiendo la intimidad secreta de la noche.
Prosigo mi camino
perseguido por el eco zumbón
de mis pasos.
Para qué abandonar mi sombra
en la penumbra de la última
esquina.
Jaén,
finales del siglo XX.
CALLEJÓN
SIN SALIDA.
Porque
todo es a veces tan sencillo
y tan imprescindible
como cerrar los ojos en lo oscuro,
repertirse hacia adentro la mirada
igual que un nombre nunca pronunciado
o iniciarse en un juego del que a solas
siempre
acabas venciéndote,
(porque todo es a veces tan sencillo)
uno se encuentra con que, al fin de un día,
la luz fue únicamente ese espejismo
cotidiano que miente a la ceguera,
un reflejo de nada hacia el que hundirse
despacio y en silencio, un espejismo.
Por callejones sin salida
la sombra se adelanta al paso y sabes
que algo te empuja hacia su abismo (algo
que reconoces cuando ni recuerdas
siquiera la palabra en que pervive).
Y callando
con la mudez de un grito intrascendente
te entregas a la vida sin pensarlo
como a un amor oculto y su desorden.
(inédito).
DESVÁN.
Como
se abre la mano que aguardara
la última coincidencia
de unos dedos lejanos
mientras la vida alrededor simula
un gesto inapreciable,
un silencio fingido
o el antiguo dolor de unas campanas
así he llegado hasta el desván con algo
viejo sobre la sombra en que culmina
la eterna insuficiencia de los pasos.
He subido al desván adivinándome
como un tacto en lo oscuro,
oyendo mi crujido confundirse
con el cansancio de las escaleras.
Una luz mínima
(una luz hecha para no ser vista)
ha encendido las cosas y los años
de idéntica manera que se lloran
la memoria y su rastro decadente
en discos de vinilo.
Aquí
siguen
los objetos, los restos del naufragio
del que pocos recuerdan, conteniendo
las horas, los minutos y los días
como relojes que se detuvieron
y hoy vuelven a latir con ese súbito
temblor que trae la sangre al pie dormido.
Hay un aroma oculto que interrumpe
el aire y, hacia el fondo,
esa apariencia de lugar desierto
que tiene el sueño de los desterrados
o el paisaje de un cuadro o la mañana
por un parque cualquiera.
Sostengo en la mirada (la de entonces)
esta pereza que el olvido aprende
con el tiempo, lo mismo que los ojos
de un muerto de otro siglo.
En
el desván.
(inédito).
ILUMINACIÓN.
Yace
el alma en la carne sepultada
entre átomos de amor y de ternura;
grilletes son de luz, de noche oscura,
los que dan sepultura a su morada.
Antes de amanecer vive enterrada
en memorias de amor y de hermosura
y, en la gruta del cuerpo se aventura
buscando, vagabunda, la alborada.
Errando como piedra milenaria,
hollando los abrojos del destino,
asciende por el monte de su suerte.
¡Lleva, por compañera, la plegaria
y por voluntad, sólo lo divino,
vencedora segunda de la muerte!
ROSA SI NO
TE COGÍ...
A mi esposa Rosa
De pétalos eternos.
Como
olas me enviste tu mirada,
Con
espumas de amor buscas mi boca,
Reverbera el sol en tus dunas blancas
Y en tus labios la tarde se desflora.
El torrente de luz de tus cabellos
Se escapaba vagabundo entre las ondas.
Pensé que amanecía y era de noche.
Tus auroras se prendían de las frondas.
El tiempo detenido nos miraba
Desde el alma profunda de una noria.
Jazmines derramabas y claveles
Heridos por la tarde se desbocan.
Una rosa cogí de entre tus carnes blancas,
Corté la flor y me dormí en tus brazos,
Una rosa corté porque yo quise.
No quiero que el tiempo los pétalos
marchite
Ni lunas malheridas en los cauces de la
noche.
El tiempo detenido posado en las hojas
Se quedó dormido viendo tu semblante.
Corté la flor y me dormí en las rosas.
Rosas ¡son eternas sólo un instante!
27/6/2001.
I.
Me
voy. Aquí os entrego
este acertijo cotidiano
que nos va traduciendo,
sobre el pálpito negro de la tierra,
un cúmulo de aceras disponibles
para el silencio.
Ahora, como el hombre que presiente su olvido
al borde invicto de la muerte,
mi vida reconoce en la memoria
el viejo olor de los andenes,
acaso este café
que se sabe último en los labios
del viajero,
el eco del motor que se distancia
por el lejano surco de la ausencia.
IV.
El
mundo (o, al contrario,
esta esfera que gira locamente
alrededor del tiempo),
nos ofrece su mano para la huida,
apenas la avenida
que al horno de los sueños desemboca.
Lo tremendo en la vida no es el sueño,
sino el aliento que obra en su camino:
desde la triste almohada en que nos nace,
hasta esa piel donde, en silencio,
la historia acierta, al fin, su desenlace.
Hoy, más que nunca,
como un beso a escondidas, vuelve
la incertidumbre a sus andenes.
Así,
En el frío murmullo
de estas calles ajenas del invierno,
como un suburbio estrecha
su luz a media noche,
así mis manos aprietan
este dolor de olvido, esta batalla
que nos destierra
al náufrago licor de la nostalgia.
C L A U S T
R O.
(A
Felipe Molina, Javier Cano y Miguel Maestre).
La
voz solemne de las gargantas idílicas
reflejaba un eco distante y misterioso
en las cenizas de papel que hablaban de la
vida,
y un canto de lirismo dulcíneo
aquietaba el alma en los pozos de las
mentes fatigadas.
El indómito viaje de extraño decurso
acantonaba el sentido natural de las cosas
y las musas se refugiaban en el limbo
de un poema declamado sin rimas ni ritmo.
El candil que iluminaba el sinuoso sendero
pareció traer un hálito de esperanza
en el corazón lírico de antaño,
y la semilla germinaba a cada dulce
amanecer,
a cada golpe de voz del poemario.
Sonaban versos en los rincones y esquinas
y el trino armonioso del jilguero
juanramoniano
expandió su poesía por las tierras del
olivar.
-Cantar expelido desde un viejo roble de
un Claustro-
El atrio, preñado de piedras lunares
fue impregnándose de la sabiduría del
verso
y en el entorno sonaba la música de una
paz ascética.
Una voz dijo: "esto es el mundo,
porque el amor circunda los bellos
sentimientos".
Después, en los momentos de espiritual
silencio
la piedra reverberaba cada poema, cada
declamación
y el claustro acariciaba el numen poético
archivando en sus muros toda la belleza
de un legado de lirismo que se ofreció
generoso para toda esta generación.
Juan
Carlos García-Ojeda Lombardo.
CUANDO
PASES POR ESTE SUR.
Cuando
pases por este sur
recorrerás
un campo preñado de amapolas
y
detendrás la mirada en el vuelo hermético
de
un ave suspendida en sus recuerdos.
Verás
los montes como cuajos de verdor
y
una lánguida vírgula de aguas limpias
serpentear
por los olivos eternos.
Cuando
pases por este sur,
recordarás
la voz cálida de los versos
y
las manos repletas de vida que dibujaron
el
contorno de tu boca entre tenues silencios.
Lucirás
tus mejores galas y tu sonrisa
y
el sol susurrará una melodía antigua.
Cuando
pases por este sur,
acuérdate
de sus viejos poetas
y
de las lágrimas que dejaron en sus poemas
y
de los paraísos que perdieron en el amor
y
de las noches de vela, jugando con las farolas
al
juego de la inmortalidad.
Cuando
pases por este sur
mírame,
que yo estaré en los campos, en el agua,
en
el cielo y en los olivos, como uno más,
como
quien siente el pálpito de la vida,
me
tocarás y seré una brizna de bruma mañanera
tal
vez un simple legado a la belleza de esta tierra.
Cuando
pases por este sur
acuérdate
de su viejos poetas.
Juan Carlos García-Ojeda Lombardo.
(Jaén,
a principios del siglo XXI).
Quién lo
prohibió
¿quién?,
quién nos sepultó bajo el cemento.
El peso y la oscuridad
me dejó sin alimento.
Quién nos robó,
¿quién?,
quién se burló del cielo y del tiempo,
se quejó del verde denso
y se apropió del aire y el viento.
Pero, quién fue, ¿quién?.
Me pondré mi armadura de nada
y lucharé con mi piel.
Seré capaz de bramar y gritar,
capaz de borrarle el aliento,
ya no crecen las hadas
ni corren las hojas con el cierzo.
Quién lo hizo,
¿quién?.
Pedirle que me devuelva el pensamiento.
Carmen
Julia Morago Lázaro.
(28-11-1997).
La
felicidad se va cayendo
mientras naces
y cuando andas borras,
si quedaban, todas sus huellas.
Llorando se queda en tus lágrimas
y en la pena se sostiene
y se condena.
La felicidad se aleja cuando piensas
y asimilas que eres,
que vives, que sientes.
En ella lo irracional se vuelve justo
y es sin ella la vida
este absurdo, esta obligada existencia.
Viene cuando miras de repente,
cuando esperas se esconda,
se resiente,
se oscurece.
No hay que buscarla,
hay que mirar cualquier cosa
que te recuerda a ella.
Pues es como un amor prohibido,
siempre lejos y siempre
luchando por tenerla.
Carmen
Julia Morago Lázaro.
(7-11-99).
SERRANILLA.
Caminito
claro
de la fuente umbría,
¡quién pudiera verte
cuando raya el día!
Llano luminoso,
mágica pradera,
sueño de colores
hecho primavera.
Arroyuelos mansos,
aguas cristalinas,
que erais el espejo
de las golondrinas.
Álamos frondosos,
fragantes riquezas,
y rosas silvestres
¡que ya no me esperan!
Caminito claro
de la fuente umbría
¡quién pudiera verte
cuando raya el día!
¡Verte caminito
de alegre melodía,
que me parecía
llegar a la gloria!
¡Verte cuando el alba
borras las estrellas
aunque ya las flores
no serán aquéllas!
Caminito claro
de la fuente umbría,
¡quién pudiera verte
cuando raya el día!
POEMA
DESNUDO.
Nunca
quise tener en mi mano
el cadáver de un hombre desolado
ni pensar en las conciencias
que torturaron el germen del amor.
Cuando tú andes, yo andaré,
cuando tú mires, yo miraré
y cuando te emociones con el firmamento
y acerques una estrella con tu nombre
mataré mis lágrimas
para que no sientas la desazón
de ser causa de mis desvelos.
Cuando me digas adiós,
brotará la sonrisa
y dejaré mi poema en suspenso,
aspiraré aire y me llenaré de vida
como si fuera un contrato perfeccionado.
Todo lo haré por ti,
hasta pasar de puntillas
sin hacer ningún ruido.
Nunca podrás imaginar
hasta dónde te he querido.
PASARÉ
LA VIDA.
Para Ana, siempre.
I.
Pasaré
la vida
recorriendo tu cuerpo,
río de paredes infinitas
que nunca cesa.
Y tocaré tus ojos
y mi mano azul
se esconderá en la luz
de tu mirada.
Y tocaré tu boca
y mi mano de clavel y marfil
hará que callen tus palabras
no nacidas.
Y tocaré tus senos
y mis manos como dos panes gemelos
amasarán el cristal
ardiente y frío.
Y tocaré tu vientre
y mis manos de deseo enmarañado
serán relámpago
de espuma.
Me pasaré la vida
recorriendo tu cuerpo,
río de paredes infinitas
que nunca cesa.
SÓLO TÚ.
II.
En
el mundo sólo tú.
Sólo tú y yo.
En el mundo sólo tu risa,
sólo las canciones infinitas
que no cantas,
sólo el altar de tu templo
sin nombre.
En la vida sólo tú.
Sólo tú y yo.
Sólo yo contemplando
el mundo
contemplándote.
ESPEJO DE
LUNA.
Espejo
de luna son tus pupilas
y se amarran suavemente al calor
del reflejo de mi plata de artificio.
Yo no soy la luna.
Espejo de luna son tus palabras
que como estrellas fugaces hacen
que mi respiración se corte a su paso
y mis pupilas se agranden, viendo
renacer a la inocencia de colgar un
deseo de ese instante de luz.
Yo no he sido la luna.
Pero tú me has trovado tus ocasos
y me vendes un cielo de caricias
sobre el que derramar mis versos.
Yo no seré la luna,
pero esperaré vestida de gris,
y tus ausencias harán de mí un ciclo
menguante, que arrastrará noches de
luz para enamorados cuando me
atrapen tus días.
Espejo de luna, cuadro lunar,
no dejes de regar tus ojos de
agua plateada antes de mirarme
porque aunque no sea la luna, aunque
nunca pueda atrapar su magia dentro
de la tinta de mi pluma, tus silencios
amantes hacen que pueda tocar su dulce
resplandor.
Espejo, espejito... ¿quién es la
más bella?
Al final del cuento la pequeña
LUNA se casa con el SOL, pero no
seré yo quien envenene estrellas para
hacerle una tarta nupcial.
Espejo de luna, no conviertas mi recuerdo
en añicos, no distorsiones tu imagen.
No soy, no he sido, no seré... luna,
pero: ¿quién convirtió mi alma en su
reflejo?
Píntame una
luna
Con espejos de aire
En el vientre...
O no me pintes nada.
Cubre tus sueños
Con mis manos,
Derrama tus sonrisas
En el frasco de mi
Perfume,
En ese Poema que
Viste mi cuerpo cuando
La ropa no es más
Que un obstáculo ya salvado.
Enrédate en la hiedra
Que trepa por mis sueños,
Apaga tus estrellas
Enlutadas y bucea entre
Mis senos...
Coge un tren imaginario
Que no descarrile, y
Nos lleve allí donde
Podamos pintar lunas
Con espejos de aire...
En mi vientre.
Ana Belén Toledano.
NACER
Y RENACER.
A
la revista "Claustro Poético"
con
el gozo de verla resurgir.
NACIÓ
DE UNA ILUSIÓN.
Henchida
de ilusión brotó a la vida
pequeña mariposa enamorada
que refleja la luz en la mirada
de su rosada aurora amanecida.
Ella vuela feliz, recién nacida,
y corta el cielo azul, ilusionada,
que le deja su estela salpicada
de ráfagas de amor y de acogida.
Cinco años vivió y fue su vuelo
corto, tal vez, pero también fecundo;
y alegre y generosa dio a este mundo
la semilla de paz; y fue su anhelo
plantar la bella flor en cada suelo
que vive en aridez y no es fecundo.
RENACER.
Crisálida
de bella mariposa,
larvada en tu silencio te ocultaste;
perdida entre la bruma te quedaste
cubriéndote la espera con su losa.
Te fue tanta quietud muy onerosa
y, en esta hibernación, tú recordaste
a tanta cosa bella que cantaste
por ser parte de ti y ser
hermosa.
Fieles tus centinelas te velaron,
esperando que pronto resurgieras,
que estrenaras las nuevas primaveras
más hermosas que aquellas que pasaron.
De nuevo renacida, te cantaron,
al verte tan hermosa como eras.
ESTA VIDA
NO DEJA DE MORIRSE.
He
alargado la mano hasta tu nombre
entrañando en la piedra cara al tiempo.
Y he plegado la voz ya sin palabra.
Tengo el luto de ti descolorido
de tanto regresar a la memoria.
Y otra fecha sin más,
y otro hasta luego
y un brazado de nieblas suspendidas
en el arcén de mi sonrisa helada.
Y otro dedo sellando la locura
de quedarme sin ti, de amarte tanto.
Y he clavado mis huellas en la tierra
para llenar con tu vacío el mío.
Mañana me dirán ¿de dónde vienes?
y yo responderé, mirando al cielo.
V
No
importa demasiado si la queja
se suicida en mi huerto cada día.
No importa si te llamo y no respondes.
A veces me conformo con la curva
que me sale a deshora en el camino.
He crecido en un páramo de ausencias
y he madrugado la razón de amarte.
Me sabe todo a ti desde la aurora.
Me sabe todo a ti desde la nada
y aletea en el árbol de mi pecho
encendido el amor, volcanizado,
donde vive si ti, contigo siempre.
Esta vida no deja de morirse.
Y tanta luz para buscar la noche.
RETRATO DE
UNA IMAGEN.
Hoy
he visto la mañana vestirse de amapola
en un campo pletórico de belleza
cuajado de rumores amigables
y de una luz de tenue tono anhelí.
Hoy he retratado tu imagen entre la grama
de una parra que brotaba joven
en las estacas yertas de antaño
encintadas en olores a galán
-dulcemente embriagado-.
Hoy te he visto entre la naturaleza
con tus cabellos serpenteando entre el
verdor
y tus ojos, dulces ópalos de terciopelo,
abriéndose expectantes entre arqueadas
cejas.
Hoy te he visto insinuadora
emulando una fontana de agua virgen,
invitándome a saciar esta sed eterna
de los pensamientos de amores imposibles.
Hoy te he visto con un cincel de plata
rompiendo el muro de tu corazón,
dejando la esencia de la vida derramada
en un presente ajeno al mañana.
Hoy te he visto acurrucada en mi pecho
mirando tiernamente mi faz,
-oh Dios, como amo tu mirada
de ojos oceánicos-,
pidiéndome con voz delicada:
"Mi amor, adorméceme con tus poemas
y dimes que me quieres con tu balada".
EL
ROMANCERO DE JAÉN.
El
día 21 de agosto de 1862 celebró sesión ordinaria la Real Sociedad Económica de
Amigos del País de Jaén, presidiendo el Director don José de Campos y Alcalde,
actuando de Secretario General don Antonio Mariscal y López de Navajas,
asistiendo los señores: Joaquín María López Paqué, don Francisco Javier de
Palacio y García de Velasco, don Antonio Almendros Aguilar, don Mateo Candalija
y Uribe, don Antonio Rodríguez de Gálvez, don Antonio María Guijosa Gómez, don
Manuel Muñoz Garnica, don Juan del Nido y Postigo, don Antonio Candalija y
Uribe, don Felipe Balguerías Monereo, don Antonio Muñoz Poza, don Manuel de
Miguel García, don Agustín Bellido Rubio, don Miguel Arévalo, Palomo, don
Francisco Manuel Rísquez Cumplido, don Manuel Gutiérrez Jiménez, don Ramón
Arzalaya, don Francisco Muñoz Andrade, don Tomás Sánchez Vera, don José María
de Martos, Torregrosa, don Wenceslao de Jiménez Coronado, don Antonio de Ochoa
y Jiménez de Góngora, don Diego Marín Vadillos, don Carlos Vilchez Caballero y
don Francisco López Vizcaíno.
Se
dio lectura por el Secretario de un oficio del Sr. Gobernador Civil de la
Provincia manifestando a la Sociedad que "... debiendo S.M. la Reina y
su Augusta Familia visitar esta población en el viaje proyectado a las
provincias andaluzas, dicha autoridad superior lo participaba a la Corporación
para que acordase lo que creyere más conveniente, con el fin de solemnizar la
estancia de SS.MM. en esta capital de Jaén".
Seguidamente
el mismo Sr. Gobernador hizo algunas manifestaciones e indicaciones,
encaminadas al objeto de solemnizar el acontecimiento de la regia visita, y la
Real Sociedad las aceptó acordando un voto de gracias para el meritado Sr.
Gobernador Civil, don Antonio Hurtado Vahondo.
Acto
seguido se acordó nombrar una comisión literaria que se ocupare de invitar y de
dirigir a los poetas de Jaén y de su provincIa, para que recogiendo en forma de
Romancero los hechos más gloriosos pertenecientes a la Historia de la
Provincia, pudieran ser ofrecidos a S.M. la Reina en un Álbum lujosamente
encuadernado en terciopelo blanco y oro, y en "moiré" blanco los
destinados a sus AA.RR. el Príncipe y la Infanta.
Aquella
comisión la formaron: don Juan Antonio de Viedma y Cano, don Diego Marín
Vadillos, don Tomás Sánchez Vera, don Bernardo López García, don Antonio
Rodríguez de Gálvez, don Manuel Ruiz Romero, don Francisco Muñoz de Andrade,
don José Toral y Bonilla y don Antonio Almendros Aguilar.
El
Romancero de Jaén fue impreso en los talleres tipográficos de don Francisco
López Vizcaíno, y fue entregado a S.M. la Reina de España doña Isabel II, a las
5 de la tarde del día 8 de octubre de 1862.
Lo
constituyen treinta Romances en que lucen las gallardías de sus plumas otros
tantos poetas del Santo Reino. Relicario de la Leyenda, de la Tradición y de la
Historia, guarda el Romancero de Jaén recuerdos y hazañas en preciosas
composiciones con el siguiente orden:
I.- Las dos épocas; de Antonio Hurtado
Vahondo.
II.-
La Lealtad; de Juan Antonio de Viedma y Cano.
III.-
La cautiva de Martos; de José Moreno Castelló.
IV.-
Alhamar el Magnífico; de Antonio de Ochoa y Jiménez de Góngora.
V.- Nuestra Señora de
la Cabeza; de Antonio Garzón Agudo.
VI.-
¡No hay plazo que no se cumpla!; de Isabel Camps y Arredondo.
VII.-
Heroica y desesperada defensa de Iliturgi; de Manuel Sicilia
y Astillero.
VIII.-
La casa de los Rincones; de Francisco Javier de Palacio y García
de Velasco.
IX.-
El triunfo de las Navas de Tolosa; de Antonio Almendros Aguilar.
X.-
Al cerco de Úbeda en 20 de Julio de 1.212; de Domingo Martínez de
la Cámara.
XI.-
Conquista de Úbeda; por don Fernando, de Eugenio Madrid Ruiz.
XII.-
La jornada de Martos, 1.275; de Francisco de Paula Sanmartín
Melgarejo.
XIII.-
Tradición religiosa acerca de la aparición de Nuestra Señora de
la Capilla; de Antonio Bedmar y
Barrionuevo.
XIV.-
Los doce héroes de Úbeda; de Maximiano Fernández del Rincón y
Soto.
XV.-
Justicia del rey don Pedro; de Mariano José Camps y Arredondo.
XVI.-
Isabel Dávalos; de Federico de Palma y Camacho.
XVII.-
De como el condestable Miguel Lucas de Iranzo reparó los estragos
y turbulencias causadas por don Pedro
Girón y sus parciales en los campos y molinos de Jaén en julio de 1.465; de
Máximo Caballero Hierlinger.
XVIII.-
Conquista de Alcalá la Real; de Capilla Romero de Martí.
XIX.-
Toma de Cambil y Alhabar; de Eduardo Padial Martos.
XX.-
La catedral de Jaén; de Ciriaco Sidrac de Cardona.
XXI.-
Carlos III y Olavide; de Pablo Montero Moya.
XXII.-
La hidalguía; de Gregorio Casanova del Castillo.
XXIII.- Primera
entrada de San Fernando en la provincia de Jaén; de Manuel María Montero
Moya.
XXIV.-
La batalla de Bailén; de Francisco Rentero Rentero.
XXV.-
La fuente de la Magdalena; de Francisco López Vizcaíno.
XXVI.-
La cruz del Pósito; de Antonio María Guijosa y Gómez.
XXVII.-
Cofradía de Santa María y San Luis de los Caballeros de Jaén; de
Manuel Martos Rubio.
XXVIII.-
La Virgen de la Coronada; de María Josefa García de la Peña.
XXIX.-
La devoción del Santo Rostro; de Juan Antonio de Viedma y Cano.
XXX.-
La religión del honor; de Tomás Sánchez Vera.
Treinta
Romances en total y veintinueve poetas, pues Juan Antonio de Viedma y Cano,
quizás por su prestigio nacional publica dos de auténtica calidad.
Impresiona
un poco que en Jaén y su provincia, se pudiera reunir entonces tal número de
poetas de muy estimable valía. Incluso falta un nombre tan sonoro como el de
Bernardo López García, tal vez por su conocido republicanismo.
Si
en la centuria decimonónica el Romancero de Jaén tuvo calidad literaria como
para obsequiar a la entonces Reina de España, hoy, en el albor del tercer
milenio, sigue aún latente esa fuerza y belleza poética y literaria que emana
de esos maravillosos Romances de gestas, fronterizos, noticieros, picarescos,
etc, y que tuvieron por escenario las tierras del Santo Reino.
En
nuestros días no pierde el Romancero de Jaén su esencia, ya que nació para
mantener casi las mismas funciones de los cantares de gesta y poema narrativos:
divertir, alimentar el sentimiento popular, transmitir las noticias según el
vehículo oral tradicional y perpetuar en la memoria cultural de los pueblos los
acontecimientos trascendentales del pasado nacional.
Con
la lectura de los Romances de Jaén, trato de conseguir que el lector se
identifique con su Ciudad, que se enamore, como yo, de nuestras antañonas
costumbres, de nuestras medievales gestas de nuestra querida y entrañable
tierra; si lo consigo esa será mi recompensa.
LA
CRUZ DEL PÓSITO[1].
I.
El
siglo décimo quinto
muere ya, de sus empresas
al panteón de la historia
dejando gloriosas fechas.
Es de noche: una ciudad
que es de la lealtad emblema,
de los árabes codicia
y del suelo andaluz puerta,
muda, al pie de una montaña
y en negras nubes envuelta
oye el huracán que silva
al sacudir las veletas,
y ve rasgar al relámpago
brillante las sombras densas.
El agua cae a raudales,
brama ronca la tormenta,
y
no hay un bulto que cruce
la triste calle desierta.
Duerme Jaén; tal vez solo
dos hombres callados velan;
uno entre la sombra espía
y otro al pie de una cruz reza.
Quienes son, calle la historia,
más la tradición lo cuenta
y yo narrarlo pretendo
tomando al vulgo por lengua.
II
Vino a Jaén desde Flandes
doncel de noble presencia
capitán de aquellos tercios,
rico en honores y rentas.
Buscando dulce descanso
a las fatigas guerreras
casó con doña Beatriz
hija de Íñigo de Uceda.
Más tomó en mal hora estado;
que la dama ilustre y bella
se unió tal vez al de Osorio
por razones de nobleza
y a otro hombre su pecho amante
daba adoración secreta,
mientras desposa a don Diego
daba la mano en la Iglesia.
Pasaron meses y años
y fuese tedio o sospechas,
de su pasión al de Osorio
quedaron solo pavesas.
Doña Beatriz, del desvío
lloró en silencio la pena
si no en el amor herida
lastimada en la soberbia.
Y así los días pasaron
guardándose ambos su queja,
y abriendo con el silencio
camino a pasiones nuevas.
Y en orgías borrascosas
y se aventuras secretas,
quiso de su amor primero
borrar Osorio las huellas.
III
En la casa de Gil Pérez
y en angosta callejuela
hay varios hombres reunidos
en redor de una ancha mesa.
Nobles son, si no en los hechos
al menos en la ascendencia
los que de Gil en la casa
ponen a un dado su hacienda.
Con ellos está el de Osorio
pero con suerte tan negra
que no tira vez los dados
que lo ponga no pierda;
pero don Diego no es hombre
que en sus propósitos ceda
y así, mientras más desgracia,
más tesón pone en vencerla.
Luchando con su fortuna
perdió así, puesta tras puesta,
primero el oro y después
las alhajas y las tierras.
Ebrio de ira, a su escudero
llama y que le traiga, ordena,
cierta joya a Beatriz dada
al desposarse con ella.
Partió el escudero y pronto
volvió con esta respuesta:
-Doña Beatriz vuestra esposa
la joya a entregar se niega
porque siendo, según dice,
de vuestros amores prenda,
solo a vos y por su mano
hará tan costosa entrega.
Para eso aquí se dirige
seguida de la su dueña;
salir vos a recibirla,
señor, que estará ya cerca.
Rieron los jugadores,
montó el de Osorio en soberbia
y ciego salió a la calle,
la mano en la daga puesta.
IV
Volvió a casa de Gil Pérez
Osorio, la vista inquieta,
lívido el labio, y la frente
de frío sudor cubierta.
Puso en la mesa una joya
y al tirar con mano trémula
los dados, oyó en la calle
su nombre a una voz resuelta:
"¿En donde está el asesino
de doña Beatriz de Uceda"?
Justicia demando o plazo
para vengar tal vileza.
Puesta en la espada la mano
bajó Osorio la escalera,
que acaso de antiguos celos,
sintió la herida entreabierta.
Tiraron los jugadores
dados y lámpara y mesa
y guardando las ganancias
buscaron, raudos, la puerta.
LLegó a la calle don Diego
y hallándose un hombre en ella
cerró con él y de entrambos
fueron las espadas lenguas.
Más como iba Osorio ciego
y hallóse una mano diestra
bien pronto corrió la sangre
que la quemaba las venas.
V
Duerme Jaén; en sus calles
tan solo dos hombres velan,
uno entre la sombra espía,
y otro al pie de una cruz reza.
-¿Que voto cumple el romero?
pregunta al que ora el que observa.
-Vengo a rogar por las almas
del Osorio y la de Uceda.
-¿Sabéis esa historia?
-Al cielo
pluguiese no la supiera
y esta cruz no fuera entonces
mudo juez de mi conciencia.
-Luego sois...
Don Lope de Haro,
de doña Beatriz, la bella,
galán un tiempo y más tarde
su vengador en la tierra.
Partió el romero; el espía
quedó inmóvil de sorpresa
frente a la piedra, que el nombre
de Cruz del Pósito lleva.
. . . . . . . . . . . . . . . . .
A otro día, cuando el sol
iba a mediar su carrera
entraba don Lope de Haro
de San Francisco en la regla.
[1] Don Antonio María
Guijosa Gómez. *Cabra de Santo Cristo (Jaén), ¿ +Madrid, ¿. Hijo de don
Francisco Guijosa de Quesada (*Cabra de Santo Cristo, 29-7-1808 +Madrid, 16-8-1883)
y doña Manuela Gómez Rodríguez. Licenciado en Jurisprudencia por la Universidad
Central de Madrid. Secretario del Instituto General y Técnico de Jaén; junto
con el director del centro, don Manuel Muñoz Garnica, redactó un informe sobre
la conveniencia de crear una Escuela Industrial y de Agricultura en Jaén
(1850). Miembro de la Junta de Oficiales de la Real Sociedad Económica de
Amigos del País de Jaén (26-12-1853). Suscritor mensual para aliviar las
necesidades de Su Santidad (1862). Con motivo de la visita efectuada a Jaén por
Isabel II, intervino en el Romancero de Jaén, con el romance "La
cruz del Pósito" (7-10-1862); también se le conoce otro poema publicado en
la revista madrileña "La Violeta" (1863). Secretario de la
Junta Provincial de Instrucción Pública (22-11-1866) e Inspector de Escuelas
Normales. Como dato curioso citamos que obra en nuestro poder un recibo de
suscripción número 1.227 al periódico local "La Regeneración",
de lo que se infiere que el Sr. Guijosa Gómez en 1897 -fecha de la fundación
del trisemanal periódico- residía en Jaén; aunque en la partición que hizo su
padre, Sr. Guijosa Quesada ante el notario de Madrid, don José Miguel Rubias,
tan sólo cita a sus hijos: Ambrosio, Ana María, Emilio e Irene (30-5-1882); a
mayor abundamiento en la partida de defunción del Sr. Guijosa Quesada, consta
que sobreviven a la fecha del óbito los hijos antes citados. Domiciliado en
Jaén, C/, San Vicente nº 5; en Madrid, C/, del Tutor nº 9 provisional, 2º
izquierda y en Granada, C/, Pontezuelos nº 8-2º. MORENO JARA, M.: Historia
del Ilustre Colegio de Abogados de Jaén. Inédita.