CLAUSTRO POÉTICO, NÚM. 12.

ASOCIACIÓN CULTURAL CLAUSTRO POÉTICO / CAJA DE AHORROS DE JAÉN. JAÉN, 2001

REDACCIÓN

Director: Juan Carlos García-Ojeda Lombardo

Consejo de Redacción: Javier Cano

                                      Pedro Luis Mínguez Durán

                                      Miguel Moreno Jara

COLABORADORES EN ESTE NÚMERO

Ana Belén Toledano III

C. Zenón Guiomar

Carmen Julia Morago Lázaro III

David Milán García

Javier Cano III

José Antonio Valle Alonso

José Luis Buendía López

Juan Carlos García-Ojeda Lombardo III - III

Manuel María Morales Cuesta I -II

Mariano Cárdenas Palacios I - II

Miguel Calvo Morillo III

Miguel Moreno Jara I - II

Nacho Albert

Pedro Luis Casanova Aranda III

Rafael Valdivia Castro III

Raquel Liébanas Paulano

 

 

                                                                                                    P R O E M I O.

 

                                En los tiempos que corren y con la indiscutida crisis de valores de la sociedad occidental, es difícil encontrar grupos de personas que se propongan afrontar metas distantes de cualquier otra cosa que no suponga el logro personal o material. Es complicado descubrir a alguien capaz de emocionarse con la cotidianidad de sus vidas e, incluso, llegar hasta el extremo de querer vivir intensamente.

                                Sin caer en autobendiciones personales ni colectivas, es lo cierto que el grupo literario "Claustro Poético" está compuesto por ese tipo de personas. Desde que se fundara a mediados de la década pasada no ha hecho otra cosa que crear belleza, belleza sin desmesuradas ambiciones, promocionar la poesía y dotar de un mínimo de coherencia las emociones y sensaciones vitales que han tocado vivir a cada integrante del grupo.

                                La nueva etapa que ahora se abre es, si cabe, aún más tentadora en el capítulo de las aventuras literarias. Es una nueva invitación a la vida, a hacer las cosas con más dosis de creatividad y sin apegos ni censuras. "Claustro Poético" es ya una Asociación Cultural de ámbito nacional que tiene por finalidad la promoción y divulgación de la literatura giennense por todo el mundo. Sin embargo no hay nada de inmodestia en la propuesta, pues se pretende, desde la más absoluta independencia ideológica y funcional, que los autores que vayan apareciendo en la revista y, por ende, en la Asociación, dispongan de la posibilidad de dar a conocer su obra. Tan simple y tan lógico como eso. Si además lo aderezamos con la afortunada minoridad y especialización con la que cuenta la poesía, llegaremos a la conclusión de que la nueva etapa de Claustro Poético va a ser prudente en sus objetivos y, al tiempo selectiva en sus colaboraciones.

                                Que nadie pretenda ver verdades absolutas en estas palabras. Recientemente se publicaba una estadística según la cual las páginas de poesía, dentro del apartado cultural, eran las más visitadas en las redes de internautas. La anonimia de algunos poetas (sobre los que se sospecha de su autoría) que publican sus versos en Internet, está creando verdaderos quebraderos de cabeza a sus editores que no encuentran justificación a la escasa venta de libros de poemas en formatos convencionales y que sin embargo son "bajados" por los navegantes a centenares y traducidos por este sistema. Con estas premisas, ¿se puede decir con absoluta propiedad que la poesía es realmente minoritaria?.

                                Sentado lo anterior y vista nuestra apuesta por lo convencional, nos proponemos mantener como base de la publicación las aportaciones inéditas de los poetas que nos remiten sus trabajos y son aceptados por el Consejo de Redacción; además, proponemos aperturar una nueva sección que correrá bajo la responsabilidad de Miguel Moreno Jara y que tendrá por finalidad la investigación y el trabajo de documentación de la poesía de nuestra tierra desde el siglo XVIII, así como la incorporación y rescate de antiguas leyendas y romances.

                                Buscamos, en suma, dotar a la Institución y a la revista de los medios de calidad necesarios para hacerla digna en el presente milenio y dentro de nuestras posibilidades. Lo anterior pasa por ser una experiencia vivificadora, admirable y totalmente asumible. Cuando se presentó el último número de la pretérita época, se hizo un ruego: "dejad que sedimenten las ideas. Os prometemos que el espíritu del "Claustro Poético" está vivo y que volveremos a intentarlo..." Estamos aquí, con nuestras musas y desvelos, con nuestras alegrías y tristezas. Estamos de nuevo aquí, desconectando con la positividad y con la realidad, dejados llevar de nuestros corazones, porque en definitiva sólo somos un grupo de corazones que palpitan deprisa.

                                Aquí estamos, prestos a consumar algo tan natural y a la vez especial como componer y hasta declamar un poema.

                                                                                                   

                                                                                                      Juan Carlos García-Ojeda Lombardo.

                                                                                                                                    Director.

 

                                                                                        LAS LEYENDAS DE JAÉN.

                                                                                                "La realidad auténtica de las

                                                                                                cosas sólo se comprende desde

                                                                                                un cierto punto de vista, y

                                                                                                quién no sea capaz de llegar

                                                                                                a él, no pretenda suplantarnos

                                                                                                la realidad con su turbia visión".

                                                                                                                                J. Ortega y Gasset.

 

                                                                                           I N T R O D U C C I Ó N.

 

                                La leyenda como la fragancia confiere un marbete genuino a la íntima personalidad de un pueblo.

                                Tiene la leyenda bastantes connotaciones con diversas manifestaciones tradicionales de la narrativa popular, como el mito, el cuento y la fábula, hasta el extremo que con frecuencia se confunden, surgiendo entre los eruditos vivas polémicas para determinar a qué campo le corresponde a cada cual, puesto que no son escasas las ocasiones en que las presentan simultáneamente, es decir, por ejemplo, algunas notas propias de la leyenda, con otras exclusivas del cuento, del mito o de la fábula, complicando de este modo su exacto encasillado.

                                La diferenciación de los tres géneros en lo que se refiere a la localización de sus respectivas acciones en el tiempo y en el espacio, pues mientras que en la leyenda se concretan con claridad y exactitud el escenario y la época, por el contrario en el cuento y la fábula éstos datos son imprecisos, mientras que en el mito se refieren a lugares y tiempos sin encaje geográfico y cronológico.

                                La leyenda es imaginativa, en todo o en parte; también debe ser tradicional, ya que aunque en su génesis fuese puramente literaria, no llegaría a alcanzar la consideración de leyenda en tanto y cuanto no haya sido tomada de la tradición oral; asimismo ha de ser relatada con visos de extraordinaria, maravillosa, mágica, incluso sobrenatural, por lo que a sus personajes hay que "agrandarlos" con lo que en la técnica de la leyenda se denomina "megalosía".

                                Su origen se remonta en la noche de los tiempos, aunque está universalmente aceptado que es tan inherente al género humano como su misma y propia condición.

                                La leyenda es común a todas las culturas, razas y naciones, aunque en ocasiones haya que desvirtuar su procedencia histórica para tratar de hacerla asequible a través de mitos fabulosos y de héroes espectaculares que quizá, a través de otra vía literaria, no habrían calado tan hondamente en el ánimo popular.

                                Decir leyenda es decir espontaneidad, porque brota entre el pueblo llano y sencillo sin que ninguna causa guíe su creación, tan sólo por el simple placer de narrar un hecho o suceso. No pretende explicar un fenómeno, como el mito; ni divertir, como el cuento; ni guarda un intención moralizadora, como la fábula. Además, lo maravilloso de la leyenda es que del simple relato al transmitirse de "boca en boca", tiene la ventaja de ir ampliando sus detalles hasta alcanzar la categoría de narración legendaria.

                                La causa de que la leyenda aparezca siempre confundida entre la ficción y realidad obedece a que, según Freud: "...tendemos a representar esta última de acuerdo con nuestros deseos y necesidades, y cuando la tal realidad nos repugna procuramos evadirnos de ella en nuestros sueños, adornándola con destellos de arte y poesía, e incluso ingenua filosofía, y vistiéndola con las galas sutiles de un espiritualismo que haga tolerable la dura realidad de los hechos".

                                Considero no es extemporáneo citar también la magistral opinión de Pemán: "...yo veo en la leyenda, una solución armoniosa entre una densidad de tradición y una depuración de modernidad. La "leyenda" no se evapora, como el cuento, hacia el poema lírico: la leyenda reduce las dimensiones de la novela pero persigue la esencialidad poética exigida, por su cercanía al poema épico: al mundo narrativo de los caballeros, las hazañas, los amores, las conjuras, los collares, los encantos".

                                La leyenda es la espuma y la gracia de la Historia, sin olvidar que es un relato donde brilla la fantasía y resplandece la fábula, aunque en el fondo puede existir algo de verdad.

                                Es curioso que los historiadores hasta hace poco se ocupasen exclusivamente de lo extraordinario, de los hechos sorprendentes, y no advirtiesen que todo eso posee sólo un valor anecdótico, o a lo sumo, parcial, y que la realidad en historia es precisamente lo cotidiano, océano inmenso en que su vasta dimensión anega todo lo insólito y sobresaliente.

                                La antropología cuyos métodos cobran día a día más interés, ha enriquecido nuestra comprensión de la Historia, y ello al añadir elementos ambiguos o relativos, como puedan ser las Costumbres, las Tradiciones, las Leyendas, los Mitos; pero podemos rastrear la Historia en busca de una leyenda, porque en realidad se trata en sí de una deformación de la propia realidad histórica, pero curiosa, amena y atractiva.                               

                                La leyenda es más bella que la Historia y, a veces, más veraz. "Nunca -dice la ilustre escritora doña Emilia Pardo Bazán- debemos pisotear una leyenda, sino acariciarla y llevarla en el seno, a estilo del gusano de seda, que ha de hilar la materia prima de una tela riquísima".

                                Y el gran poeta Bécquer escribe: "La crítica histórica, esa hija incrédula de nuestros días, nos ha enseñado desde niños a sonreírnos de compasión al oír el relato de esas tradiciones que eran el brillante cimiento de nuestros anales patrios".

                                En virtud a cuanto antecede, bien podemos inferir que pese a que ni la voluntad, ni aún la conciencia intervienen en su formación, la leyenda es fiel reflejo de la psicología y sensibilidad popular y de aquí su gran valor para el conocimiento y estudios de las sociedades, o dicho más prosaicamente, la leyenda es el espejo en el que se reflejan los usos y costumbres de cada época.

                                Con mi participación en este número especial de "Claustro Poético", pretendo aportar las leyendas de Jaén que a lo largo de mi vida he ido recopilando; algunas fueron contadas de viva voz en mi infancia por mi abuela materna Matilde, gran amante de las tradiciones de su tierra, ella a la caída de las tardes de estío en cuya horas el calor era menos sofocante, me sentaba sobre su regazo y con ese lenguaje sencillo, dulce y sosegado que sólo la madres de nuestra madres nos saben transmitir, me relataba historias, tradiciones y leyendas de nuestro querido y antañón Jaén, bajo aquel marco incomparable de tan rancio sabor árabe como era el Convento de la Coronada o Cárcel Vieja, donde viví toda mi infancia; otras recabadas también por transmisión oral a través de personas mayoritariamente de las acogidas en residencias para la "tercera edad", y el resto, en antiguas, raras y desperdigadas ediciones que en la actualidad son de muy difícil localización.

                                Ya entrando de lleno en el estado de la cuestión comenzamos haciendo la regesta de la leyenda titulada:

 

                                                                          "EL ECCE HOMO DE LAS BERNARDAS".

 

                                "Durante el segundo tercio del siglo XVII, vivía en Jaén una prosapia y bizarra familia, descendientes directos de la estirpe de los Pérez de Vargas, aguerridos nobles castellanos que en la campaña del Salado, el rey Alfonso "el onceno", los apodó con el sobrenombre de "Machaca", deformado posteriormente por "Machuca".

                                Vivía en una extensa y heráldica mansión de la calle Llana, primer solar urbano del Jaén extendido, fuera ya de su férrea e inexpugnable muralla almorávide, tras la conquista de Cambil y Alhabar por los Reyes Católicos.

                                Don Francisco de Vargas, ganó justa fama y fortuna en la conquista de México junto con Hernán Cortés, de quién fue su principal lugarteniente.

                                Tenía nuestro hidalgo caballero una joven y bella nieta llamada doña Beatriz de Vargas y Sáez, la que gracias a su sencillez, dulzura, finos modales y angélicas facciones, hacia la felicidad del noble anciano, y suplía en parte la ausencia del hijo perdido prematuramente.

                                Tenía doña Beatriz una gran habilidad artística en las que sobresalían además de la pintura -que realizó cuadros de mérito-, la primosidad de obras de arte en los bordados y tejidos.

                                Transcurría la vida de nuestro personaje de una manera tranquila y sin incidentes, en unión de su hija `política doña Esperanza, su nieto mayor, don Carlos y doña Beatriz en su magnífica y lujosa mansión, cuyos cuidados jardines miraban a la Senda de los Huertos, lugar de embrujado ensueño de nuestro romántico Jaén, pasaje de añorados y poéticos recuerdos de nuestros antepasados.

                                Doña Beatriz fue prometida en matrimonio muy joven -según la costumbre de los nobles de la época- a un gallardo caballero, don Arturo de Molina, Barón de Torreoscura.

                                Un día repentinamente su querido abuelo enfermó gravemente, conllevando su óbito inmediato, lo que sumió a doña Beatriz en un profundo dolor, dada la veneración que sentía por su segundo padre, y a pesar que su madre, hermano y la propia servidumbre se esforzaba por consolarla no lo conseguían.

                                No pasaron muchos días desde la defunción del noble anciano, cuando doña Beatriz -que aún no había salido de su silenciosa y melancólica pena- tomó la firme decisión de renunciar al mundo e ingresar en un convento; vanos propósitos los de su familia que intentó por todos los medios de persuadirla de su propósito; inclaustrándose en el convento de las franciscanas descalzas, conocido por el vulgo por las "Bernardas".

                                La decisión causó también gran contrariedad a don Arturo de Molina, hasta el extremo que se juró exclaustrarla a toda costa.

                                Mientras tanto la vida conventual de doña Beatriz discurría con la normalidad establecida, alternando sus oraciones y meditaciones con las demás novicias, con trabajos de todo tipo, destacando los primores de bordado y costura, entre los sillares centenarios del recinto clarista por cuyas vetustas ventanas entraba un sol de justicia cuya luz de descomponía en iridiscentes reflejos al atravesar los altos vitrales y por donde se podían ver las combadas palmeras que existía en el amplio huerto.

                                Por aquel entonces estaba en plena construcción el retablo mayor; doña Beatriz guiada tal vez por sus impulsos artísticos, observaba atentamente a través de la celosía existente en el lado derecho, como los artistas ejecutaban sus magníficos trabajos de pintura y escultura, hasta tal extremo, que muy pronto asimiló la forma de modelar la madera, fue tal el grado de perfección y dominio al que llegó, que se animó a llevar adelante la idea que se forjó, obviamente con el previo consentimiento de la madre abadesa; consiguió a través de su familia las herramientas propias para ejecutar la obra que se propuso llevar a efecto producto de su limpia imaginación, entre los utensilios figuraba un gran trozo de madera de sándalo que su abuelo trajo de sus conquistas en tierras españolas "donde nunca se pone el sol", la cual tenía grabados unos signos misteriosos que nunca supo su significado, y despedía constantemente un fragante y delicioso aroma.

                                La joven novicia comenzó a esculpir el busto de Jesús en el trance de la Pasión en sus escasos ratos libres. Poco a poco fue tomando forma humana el divino rostro del Hecce Homo que una vez finalizado causó la admiración de toda la comunidad franciscana, incluso hasta de la propia autora. A continuación se llevó a efecto la tarea de pintura y policromado, resultando una talla de gran belleza plástica, hasta el extremo que al contemplarlo la congregación clarisa con piadosa devoción las hacia caer de rodillas, entremezclándose el éxtasis y la asombro.

                                Cuando le fue mostrado al venerable anciano sacerdote don Miguel, que era el capellán de las monjitas, éste no pudo reprimir su emocionado asombro, por lo que rápidamente dio cuenta al Ordinario, que acto seguido visitó al convento donde le fue mostrado el Divino Busto, quedando tan profundamente impresionado por el realismo conseguido: su dulce expresión, serena y majestuosa humildad, la corona de espinas ciñendo la cabeza adornada de hermosa cabellera natural, su rostro acardenalado, por donde corre las gotas de sangre que provocan las espinas, su boca entreabierta de las que brotaron palabras celestiales, y que de ella sale todo el año, menos un día, grato y perfumado aroma, que procedió su inmediata solemne bendición.

                                Mientras tanto en la Ciudad cundió la "sagrada" noticia y fueron tantas las personas que a diario acudía a las "Bernardas" a contemplar aquella magistral obra de arte, que fue necesario situarla permanentemente sobre un lugar predominante del templo, recibiendo en principio la admiración de millares de cristianos viejos, y después, la profunda devoción de todo el bueno y llano pueblo de Jaén.

                                Por su parte don Arturo de Molina -el que fuera prometido de doña Beatriz-, que no había renunciado en su obstinación de exclaustrar a su elegida, más por despecho y rabia que por amor, además a todo esto había que sumarle el mal trance económico por el que atravesaba, debido al despilfarro que su vida libertina y lujuriosa le había sumergido a raíz del ingreso en la vida conventual de su prometida, esperando con interés que su matrimonio con doña Beatriz equilibrarse la alarmante merma económica en que se encontraba, en virtud a que percibiría una fuerte dote pactada en su día de la familia de Vargas y Sáez.

                                Se valió de mil y un trucos maquiavélicos para convencer a su víctima de su desesperado e infinito amor, y le remitió varias cartas en las que le exponía la inutilidad de su vocación y un sinfín de astutas argucias que hizo vacilar la incipiente vocación de la novicia. Claro está que doña Beatriz ignoraba por completo la truhanería en la que se había lanzado al que creía su hidalgo galán.

                                Después de una reposada meditación, y guiada más por el instituto del amor -supremo don que Dios nos legó-, decidió exponer a la madre abadesa su decisión de abandonar el claustro para contraer el santo sacramento del matrimonio con don Arturo de Molina. La buena madre superiora ante la claridad y bondad de sus sentimientos, aceptó resignada la decisión adoptada: la renuncia a los hábitos y la exclaustración de la novicia.

                                Doña Beatriz de Vargas con un apretado nudo en la garganta se fue despidiendo de toda sus condiscípulas de noviciado, así como de las profesas y madre abadesa. Después se dirigió directamente a la capilla y se arrodilló ante el Santísimo y oró devotamente durante unos minutos. Seguidamente se trasladó hasta el lugar donde estaba expuesta su maravillosa obra y la miró con sublime devoción al lirio cárdeno, la púrpura encendida y una cascada de cálidas lágrimas inundó sus bellos y serenos ojos, brotándoles como perlas a través de sus largas pestañas que formaban finísimo encaje y rodándole por la sedosa, fina y blanca piel del angelical rostro, bajando lentamente la vista y cuando se disponía atravesar la puerta de la iglesia, oyó una sonora y grave voz masculina que la dejó helada, y le dijo:

                                                             ¡BEATRIZ!, ¿TE VAS Y ME DEJAS POR ESE HOMBRE?

Volvió la vista la aterrada joven hacia el sagrado Busto, observando como la miraba fijamente a los ojos, al tiempo que notaba que su cuerpo se desplomaba.

                                Las monjitas que desde la celosía existente en el lado derecho del altar mayor observaban el drama de la buena hermana, corrieron a socorrerla trasladándola con mimo a la cama de su celda y la estuvieron cuidando hasta pasados largos minutos que por fin abrió los ojos.

                                Ante las solícitas preguntas de sus condiscípulas no quiso doña Beatriz decir la verdad, salvo a la bondadosa madre superiora, en la intimidad, y previa promesa de ésta de no decir nada a nadie.

                                Días después profesaba la santa dama, ingresando formalmente en la Orden Franciscana Descalzas con el nombre de sor Verónica, hasta que dos años después, en una abrileña mañana de cuaresma, al ver las hermanitas que no acudía al oratorio, fueron a su celda y la encontraron en la cama con los ojos ligeramente entreabiertos, que si son del alma espejo ¡¡Cómo tendría el alma!!, y una serena sonrisa en sus labios dejando ver unos dientes blanquísimos y brillantes, verdaderamente marfileños, inerte y sin vida".

                                                                                                               

                                                                                                                Miguel Moreno Jara.

 

                                                                                           RUINAS DEL HOMBRE.

 

                                                                Las autopistas se han apagado

                                                                antes de la luna, del frío,

                                                                del silencio.

                                                                Suspendido en el aire

                                                                y la luz de un dios se filtra

                                                                por las estrellas

                                                                porque las estrellas son agujeros

                                                                inexactos

                                                                en una cortina oscura.

 

                                                                La noche es un ciclorama eterno,

                                                                umbral infinito del páramo.

                                                                Aún gira el mundo.

                                                                Debajo de un ángel,

                                                                las autopistas son lenguas

                                                                que recorren las ruinas del hombre

                                                                y las almas son lluvia torrencial

                                                                sobre las aceras.

 

                                                                Dejé mis recuerdos

                                                                hacinados sobre el asfalto

                                                                como un amasijo de arterias

                                                                sin verdugo

                                                                ni cuerpos del delito.

                                               

                                                                Si la noche es la sombra,

                                                                el árbol es la vida.

                                                                Aún gira el mundo.

                                                                                                     

                                                                                                                Nacho Albert.


                                                                                            TRIPTICO ANDALUSÍ.

                                                                                                                1.

                                                                                                                  

                                                                                Llanto como el viento en las palmeras.

                                                      A dátiles y moras me convidaba tu piel.

                                                      No quise penetrar en la armonía de la noche

                                                      sin tañer con estruendo el caramillo de ese vientre

                                                      que convocaba a lujuria bajo el cielo de mi tierra.                                   

                        Andalucía reposaba su suelo de nostalgias.

                                                      A lo lejos, un galope de jinetes en derrota

                                                      que no fueron del todo exterminados

                                                      hasta que la sangre formó un lago en los patios y alquerías.

                                                      Yacías horizontal como la tarde,

                                                      transmutada en paisaje la espesura de tu cuerpo,

                                                      intentando igualar en negativas

                                                      a la historia desolada de este pueblo

                                                      con arranque de caballo fugitivo.

                                                      Mi vida entera naufragó

                                                      en el brocal delirante de tus labios.

                                                                                                                2.

                                                      Deja que el sirviente

                        retire las copas del banquete

                                                      y los músicos abandonen su quehacer:

                                                      ya no habrá más bebida que el néctar de tus pechos

                                                      ni otra melodía que el gemido de tu aliento

                                                      cuando te traspasen los puñales del placer

                                                      y emules a la noche con la doble evidencia

                                                      del temblor oscuro y el manto de rocío.

                                                                                                                3.

                                                      Mujer,

                                                      hilo de sombra que me anuda,

                                                      no tardes en tu empeño.

                                                      si largo es el vacío,

                                                      interminable se anuncia

                                                      la oquedad del silencio.

                                                      Aún podemos dejarnos sorprender           

                                                      por el alba que apunta

                                                      bajo nuestros cuerpos.

                                                                                                     

                                                                                                                José Luis Buendía López.

 

                                                                                           (Poema de amor udrí).

 

                                                Las raíces del viento

                                                                anidan en mi frente

                                                                cansadas de buscar

                                                                la pasarela de marfil

                                                                por donde cruza

                                                                la caravana con los huesos

                                                                de las horas

                                                                hacia un lugar ignoto

                                                                donde el tiempo se convierte

                                                                en ceniza.

                                                La frente de la noche

                                                                se acomoda en mi hombro

                                                                y tatúa mis arterias

                                                                con buriles de estrellas.

                                                                Siento la seda de tu voz

                                                                acariciando mi boca,

                                                                como buscando el aroma del jazmín

                                                                que florece en mis manos

                                                                cuando modelo tus caderas

                                                                de barro amasado con miel

                                                      y aroma de vainilla,

                                                                y se abre la orquídea rosada

                                                                en el jardín del pubis,

                                                                como labios felices

                                                                añorando el paraíso.

                                                                                                     

                                                                                                     Miguel Calvo Morillo.

                                                                                                Jaén, finales del siglo XX.


                                                                                                  CALLE ABAJO.

 

                                                                                              La calle es un silencio

                                                                                 por donde cruzan

                                                                                 los esqueletos del olvido.

                                                                                 Amo el silencio

                                                                                 porque me siento más humano

                                                                                 escuchando el latir de mis venas

                                                                                 mientras contemplo

                                                                                 el rescoldo del día apagándose

                                                                                 como el leño

                                                                                 cárdeno de mi memoria.

                                                                                 Al contraluz, los murciélagos

                                                                                 se apoderan del ocaso

                                                                                 para tejer una malla

                                                                                 de hilos invisibles.

                                                                                 La noche se disfraza de luciérnaga

                                                                                 y tiene aromas de pan

                                                                                 de cada día dorándose

                                                                                 junto a las ascuas encendidas

                                                                                 en la antigua tahona

                                                                                 de mi pecho.

                                                                                 El tiempo se detiene

                                                                                 sobre las tejas de la ermita

                                                                                 para rezar el paternóster cotidiano.

                                                                                 Estiraza la farola su luz

                                                                                 rompiendo la intimidad secreta de la noche.

                                                                                 Prosigo mi camino

                                                                                 perseguido por el eco zumbón

                                                                                 de mis pasos.

                                                                                 Para qué abandonar mi sombra

                                                                                 en la penumbra de la última

                                                                                 esquina.

 

                                                                                                                Miguel Calvo Morillo.

                                                                                                                                Jaén, finales del siglo XX.

 

                                                                                         CALLEJÓN SIN SALIDA.

                                                                                  Porque todo es a veces tan sencillo

                                                                 y tan imprescindible

                                                                 como cerrar los ojos en lo oscuro,

                                                                 repertirse hacia adentro la mirada

                                                                 igual que un nombre nunca pronunciado

                                                                 o iniciarse en un juego del que a solas

                                                siempre acabas venciéndote,

 

                                                                 (porque todo es a veces tan sencillo)

 

                                                                 uno se encuentra con que, al fin de un día,

                                                                 la luz fue únicamente ese espejismo

                                                                 cotidiano que miente a la ceguera,

                                                                 un reflejo de nada hacia el que hundirse

                                                                 despacio y en silencio, un espejismo.

                                                                 Por callejones sin salida

                                                                 la sombra se adelanta al paso y sabes

                                                                 que algo te empuja hacia su abismo (algo

                                                                 que reconoces cuando ni recuerdas

                                                                 siquiera la palabra en que pervive).

                                                                 Y callando

                                                                 con la mudez de un grito intrascendente

                                                                 te entregas a la vida sin pensarlo

                                                                 como a un amor oculto y su desorden.

 

                                                                                                                       Javier Cano.

                                                                                                                                   (inédito).

 

                                                                                                        DESVÁN.

                                                                                 Como se abre la mano que aguardara

                                                                 la última coincidencia

                                                                 de unos dedos lejanos

                                                                 mientras la vida alrededor simula

                                                                 un gesto inapreciable,

                                                                 un silencio fingido

                                                                 o el antiguo dolor de unas campanas

                                                                 así he llegado hasta el desván con algo

                                                                 viejo sobre la sombra en que culmina

                                                                 la eterna insuficiencia de los pasos.

                                                                 He subido al desván adivinándome

                                                                 como un tacto en lo oscuro,

                                                                 oyendo mi crujido confundirse

                                                                 con el cansancio de las escaleras.

                                                                 Una luz mínima

                                                                 (una luz hecha para no ser vista)

                                                                 ha encendido las cosas y los años

                                                                 de idéntica manera que se lloran

                                                                 la memoria y su rastro decadente

                                                                 en discos de vinilo.            

                                                                                                                                Aquí siguen

                                                                 los objetos, los restos del naufragio

                                                                 del que pocos recuerdan, conteniendo

                                                                 las horas, los minutos y los días

                                                                 como relojes que se detuvieron

                                                                 y hoy vuelven a latir con ese súbito

                                                                 temblor que trae la sangre al pie dormido.

                                                                 Hay un aroma oculto que interrumpe

                                                                 el aire y, hacia el fondo,

                                                                 esa apariencia de lugar desierto

                                                                 que tiene el sueño de los desterrados

                                                                 o el paisaje de un cuadro o la mañana

                                                                 por un parque cualquiera.

 

                                                                 Sostengo en la mirada (la de entonces)

                                                                 esta pereza que el olvido aprende

                                                                 con el tiempo, lo mismo que los ojos

                                                                 de un muerto de otro siglo.

                                                                                                                                En el desván.

 

                                                                                                                                   Javier Cano.

                                                                                                                                     (inédito).

 

                                                                                                   ILUMINACIÓN.

 

                                                                                   Yace el alma en la carne sepultada

                                                                 entre átomos de amor y de ternura;

                                                                 grilletes son de luz, de noche oscura,

                                                                 los que dan sepultura a su morada.

                                                                 Antes de amanecer vive enterrada

                                                                 en memorias de amor y de hermosura

                                                                 y, en la gruta del cuerpo se aventura

                                                                 buscando, vagabunda, la alborada.

                                                                 Errando como piedra milenaria,

                                                                 hollando los abrojos del destino,

                                                                 asciende por el monte de su suerte.

                                                                 ¡Lleva, por compañera, la plegaria

                                                                 y por voluntad, sólo lo divino,

                                                                 vencedora segunda de la muerte!

                                                                                                               

                                                                                                                 Mariano Cárdenas Palacios.

 

                                                                                           ROSA SI NO TE COGÍ...

                                                                                                 A mi esposa Rosa

                                                                                                                  De pétalos eternos.

 

                                                                                     Como olas me enviste tu mirada,

                                                                   Con espumas de amor buscas mi boca,

                                                                   Reverbera el sol en tus dunas blancas

                                                                   Y en tus labios la tarde se desflora.

                                                                   El torrente de luz de tus cabellos

                                                                   Se escapaba vagabundo entre las ondas.

                                                                   Pensé que amanecía y era de noche.

                                                                   Tus auroras se prendían de las frondas.

                                                                   El tiempo detenido nos miraba

                                                                   Desde el alma profunda de una noria.

                                                                   Jazmines derramabas y claveles

                                                                   Heridos por la tarde se desbocan.

                                                                   Una rosa cogí de entre tus carnes blancas,

                                                                   Corté la flor y me dormí en tus brazos,

                                                                   Una rosa corté porque yo quise.

                                                                   No quiero que el tiempo los pétalos marchite

                                                                   Ni lunas malheridas en los cauces de la noche.

                                                                   El tiempo detenido posado en las hojas

                                                                   Se quedó dormido viendo tu semblante.

                                                                   Corté la flor y me dormí en las rosas.

                                                                   Rosas ¡son eternas sólo un instante!

                                                                                                                   

                                                                                                                 Mariano Cárdenas Palacios.

                                                                                                                                           27/6/2001.

 

                                                                                                                I.

                                                                                           Me voy. Aquí os entrego

                                                                                 este acertijo cotidiano

                                                                                 que nos va traduciendo,

                                                                                 sobre el pálpito negro de la tierra,

                                                                                 un cúmulo de aceras disponibles

                                                                                 para el silencio.                   

                                                                                 

                                                                                 Ahora, como el hombre que presiente su olvido

                                                                                 al borde invicto de la muerte,

                                                                                 mi vida reconoce en la memoria

                                                                                 el viejo olor de los andenes,

                                                                                 acaso este café

                                                                                 que se sabe último en los labios

                                                                                 del viajero,

                                                                                 el eco del motor que se distancia

                                                                                 por el lejano surco de la ausencia.

 

                                                                                                                Pedro Luis Casanova Aranda.

 

                                                                                                               IV.

 

                                                                                           El mundo (o, al contrario,

                                                                     esta esfera que gira locamente

                                                                     alrededor del tiempo),

                                                                     nos ofrece su mano para la huida,

                                                                     apenas la avenida

                                                                     que al horno de los sueños desemboca.

 

                                                                     Lo tremendo en la vida no es el sueño,

                                                                     sino el aliento que obra en su camino:

                                                                     desde la triste almohada en que nos nace,

                                                                     hasta esa piel donde, en silencio,

                                                                     la historia acierta, al fin, su desenlace.

 

                                                                     Hoy, más que nunca,

                                                                     como un beso a escondidas, vuelve

                                                                     la incertidumbre a sus andenes.

                                                                     Así,

                                                                     En el frío murmullo

                                                                     de estas calles ajenas del invierno,

                                                                     como un suburbio estrecha

                                                                     su luz a media noche,

                                                                    así mis manos aprietan

                                                                     este dolor de olvido, esta batalla

                                                                     que nos destierra

                                                                     al náufrago licor de la nostalgia.

 

                                                                                                                Pedro Luis Casanova Aranda.

 

                                                                                                  C L A U S T R O.

                                                                                                (A Felipe Molina, Javier Cano y Miguel Maestre).

 

                                                                              La voz solemne de las gargantas idílicas

                                                    reflejaba un eco distante y misterioso

                                                    en las cenizas de papel que hablaban de la vida,

                                                    y un canto de lirismo dulcíneo

                                                    aquietaba el alma en los pozos de las mentes fatigadas.

 

                                                    El indómito viaje de extraño decurso

                                                    acantonaba el sentido natural de las cosas

                                                    y las musas se refugiaban en el limbo

                                                    de un poema declamado sin rimas ni ritmo.                                

               

                                                    El candil que iluminaba el sinuoso sendero

                                                    pareció traer un hálito de esperanza

                                                    en el corazón lírico de antaño,

                                                    y la semilla germinaba a cada dulce amanecer,                             

                                                    a cada golpe de voz del poemario.

 

                                                    Sonaban versos en los rincones y esquinas

                                                    y el trino armonioso del jilguero juanramoniano

                                                    expandió su poesía por las tierras del olivar. 

                                                    -Cantar expelido desde un viejo roble de un Claustro-

                                                    El atrio, preñado de piedras lunares

                                                    fue impregnándose de la sabiduría del verso

                                                    y en el entorno sonaba la música de una paz ascética.

 

                                                    Una voz dijo: "esto es el mundo,

                                                    porque el amor circunda los bellos sentimientos".

 

                                                    Después, en los momentos de espiritual silencio

                                                    la piedra reverberaba cada poema, cada declamación

                                                    y el claustro acariciaba el numen poético

                                                    archivando en sus muros toda la belleza

                                                    de un legado de lirismo que se ofreció

                                                    generoso para toda esta generación.

 

                                                                                                    Juan Carlos García-Ojeda Lombardo.

 

                                                                                  CUANDO PASES POR ESTE SUR.

 

                                                                Cuando pases por este sur

                                                                recorrerás un campo preñado de amapolas

                                                                y detendrás la mirada en el vuelo hermético

                                                                de un ave suspendida en sus recuerdos.

                                                                Verás los montes como cuajos de verdor

                                                                y una lánguida vírgula de aguas limpias

                                                                serpentear por los olivos eternos.

                                                                               

                                                                Cuando pases por este sur,                                                               

                                                                recordarás la voz cálida de los versos

                                                                y las manos repletas de vida que dibujaron

                                                                el contorno de tu boca entre tenues silencios.

                                                                Lucirás tus mejores galas y tu sonrisa

                                                                y el sol susurrará una melodía antigua.

 

                                                                Cuando pases por este sur,

                                                                acuérdate de sus viejos poetas

                                                                y de las lágrimas que dejaron en sus poemas

                                                                y de los paraísos que perdieron en el amor

                                                                y de las noches de vela, jugando con las farolas

                                                                al juego de la inmortalidad.

                                               

                                                                Cuando pases por este sur

                                                                mírame, que yo estaré en los campos, en el agua,

                                                                en el cielo y en los olivos, como uno más,

                                                                como quien siente el pálpito de la vida,

                                                                me tocarás y seré una brizna de bruma mañanera

                                                                tal vez un simple legado a la belleza de esta tierra.

 

                                                                Cuando pases por este sur

                                                                acuérdate de su viejos poetas.

 

                                                                                                                Juan Carlos García-Ojeda Lombardo.

                                                                                                                (Jaén, a principios del siglo XXI).

 

                                                                                                  Quién lo prohibió

                                                                                                          ¿quién?,

                                                                                    quién nos sepultó bajo el cemento.

                                                                                    El peso y la oscuridad

                                                                                    me dejó sin alimento.

                                                                                    Quién nos robó,

                                                                                                   ¿quién?,

                                                                                    quién se burló del cielo y del tiempo,

                                                                                    se quejó del verde denso

                                                                                    y se apropió del aire y el viento.

                                                                                    Pero, quién fue, ¿quién?.

                                                                                    Me pondré mi armadura de nada

                                                                                    y lucharé con mi piel.

                                                                                    Seré capaz de bramar y gritar,

                                                                                    capaz de borrarle el aliento,

                                                                                    ya no crecen las hadas

                                                                                    ni corren las hojas con el cierzo.

                                                                                    Quién lo hizo,

                                                                                         ¿quién?.

                                                                                    Pedirle que me devuelva el pensamiento.

 

                                                                                                                    Carmen Julia Morago Lázaro.

                                                                                                                                                                (28-11-1997).

 

                                                                                          La felicidad se va cayendo

                                                                     mientras naces

                                                                     y cuando andas borras,

                                                                     si quedaban, todas sus huellas.

                                                                     Llorando se queda en tus lágrimas

                                                                     y en la pena se sostiene

                                                                     y se condena.

                                                                     La felicidad se aleja cuando piensas

                                                                     y asimilas que eres,

                                                                     que vives, que sientes.

                                                                     En ella lo irracional se vuelve justo

                                                                     y es sin ella la vida

                                                                     este absurdo, esta obligada existencia.

                                                                     Viene cuando miras de repente,

                                                                     cuando esperas se esconda,

                                                                     se resiente,

                                                                     se oscurece.

                                                                     No hay que buscarla,

                                                                     hay que mirar cualquier cosa

                                                                     que te recuerda a ella.

                                                                     Pues es como un amor prohibido,

                                                                     siempre lejos y siempre

                                                                     luchando por tenerla.

 

                                                                                                                    Carmen Julia Morago Lázaro.

                                                                                                                                                                   (7-11-99).

 

                                                                                                    SERRANILLA.

                                                                                                     Caminito claro

                                                                                     de la fuente umbría,

                                                                                     ¡quién pudiera verte

                                                                                     cuando raya el día!

                                                                                     Llano luminoso,

                                                                                     mágica pradera,

                                                                                     sueño de colores

                                                                                     hecho primavera.

                                                                                     Arroyuelos mansos,

                                                                           aguas cristalinas,

                                                                                     que erais el espejo         

                                                                                     de las golondrinas.

                                                                                     Álamos frondosos,

                                                                                     fragantes riquezas,

                                                                                     y rosas silvestres

                                                                           ¡que ya no me esperan!

                                                                                     Caminito claro

                                                                                     de la fuente umbría

                                                                                     ¡quién pudiera verte

                                                                                     cuando raya el día!

                                                                                     ¡Verte caminito

                                                                                     de alegre melodía,

                                                                                     que me parecía

                                                                                     llegar a la gloria!

                                                                                     ¡Verte cuando el alba

                                                                                     borras las estrellas

                                                                                     aunque ya las flores

                                                                                     no serán aquéllas!

                                                                                     Caminito claro

                                                                                     de la fuente umbría,

                                                                                     ¡quién pudiera verte

                                                                                     cuando raya el día!

 

                                                                                                                    Raquel Liébanas Paulano.

 

                                                                                               POEMA DESNUDO.

 

                                                                                       Nunca quise tener en mi mano

                                                                    el cadáver de un hombre desolado

                                                                    ni pensar en las conciencias

                                                                    que torturaron el germen del amor.

                                                                   

                                                                    Cuando tú andes, yo andaré,

                                                                    cuando tú mires, yo miraré

                                                                    y cuando te emociones con el firmamento

                                                                    y acerques una estrella con tu nombre

                                                                    mataré mis lágrimas

                                                                    para que no sientas la desazón

                                                                    de ser causa de mis desvelos.

 

                                                                    Cuando me digas adiós,

                                                                    brotará la sonrisa

                                                                    y dejaré mi poema en suspenso,

                                                                    aspiraré aire y me  llenaré de vida

                                                                    como si fuera un contrato perfeccionado.

 

                                                                    Todo lo haré por ti,

                                                                    hasta pasar de puntillas

                                                                    sin hacer ningún ruido.

                                                                    Nunca podrás imaginar

                                                                    hasta dónde te he querido.

 

                                                                                                                                David Milán García.

 

                                                                                                PASARÉ LA VIDA.

                                                                                                                  Para Ana, siempre.

                                                                                                                I.

 

                                                                                                     Pasaré la vida

                                                                                     recorriendo tu cuerpo,

                                                                                     río de paredes infinitas

                                                                                     que nunca cesa.

 

                                                                                     Y tocaré tus ojos

                                                                                     y mi mano azul

                                                                                     se esconderá en la luz

                                                                                     de tu mirada.

 

                                                                                     Y tocaré tu boca

                                                                                     y mi mano de clavel y marfil

                                                                                     hará que callen tus palabras

                                                                           no nacidas.

 

                                                                                     Y tocaré tus senos

                                                                                     y mis manos como dos panes gemelos

                                                                                     amasarán el cristal

                                                                                     ardiente y frío.

                                                                               

                                                                                     Y tocaré tu vientre

                                                                                     y mis manos de deseo enmarañado

                                                                                     serán relámpago

                                                                                     de espuma.

 

                                                                                     Me pasaré la vida

                                                                                     recorriendo tu cuerpo,

                                                                                     río de paredes infinitas

                                                                                     que nunca cesa.

 

                                                                                                                                Manuel María Morales Cuesta.

 

                                                                                                        SÓLO TÚ.

                                                                                                                II.

 

                                                                                               En el mundo sólo tú.

                                                                                  Sólo tú y yo.

 

                                                                                  En el mundo sólo tu risa,

                                                                                  sólo las canciones infinitas

                                                                                  que no cantas,

                                                                                  sólo el altar de tu templo

                                                                                  sin nombre.

 

                                                                                  En la vida sólo tú.

                                                                                  Sólo tú y yo.

                                                                                  Sólo yo contemplando

                                                                        el mundo

                                                                                  contemplándote.

                                                                                                                               

                                                                                                                                Manuel María Morales Cuesta.

 

                                                                                                ESPEJO DE LUNA.

 

                                                                                      Espejo de luna son tus pupilas

                                                                   y se amarran suavemente al calor

                                                                   del reflejo de mi plata de artificio.

                                                                   Yo no soy la luna.

                                                                   Espejo de luna son tus palabras

                                                                   que como estrellas fugaces hacen

                                                                   que mi respiración se corte a su paso

                                                                   y mis pupilas se agranden, viendo

                                                                   renacer a la inocencia de colgar un

                                                                   deseo de ese instante de luz.

                                                                   Yo no he sido la luna.

                                                                   Pero tú me has trovado tus ocasos

                                                                   y me vendes un cielo de caricias

                                                                   sobre el que derramar mis versos. 

                                                                   Yo no seré la luna,

                                                                   pero esperaré vestida de gris,

                                                                   y tus ausencias harán de mí un ciclo

                                                                   menguante, que arrastrará noches de

                                                                   luz para enamorados cuando me

                                                                   atrapen tus días.

                                                                   Espejo de luna, cuadro lunar,

                                                                   no dejes de regar tus ojos de

                                                                   agua plateada antes de mirarme

                                                                   porque aunque no sea la luna, aunque

                                                                   nunca pueda atrapar su magia dentro

                                                                   de la tinta de mi pluma, tus silencios

                                                                   amantes hacen que pueda tocar su dulce

                                                                   resplandor.

                                                                   Espejo, espejito... ¿quién es la

                                                                   más bella?

                                                                   Al final del cuento la pequeña

                                                                   LUNA se casa con el SOL, pero no                              

                                                                   seré yo quien envenene estrellas para

                                                                   hacerle una tarta nupcial.

                                                                   Espejo de luna, no conviertas mi recuerdo

                                                                   en añicos, no distorsiones tu imagen.

                                                                   No soy, no he sido, no seré... luna,

                                                                   pero: ¿quién convirtió mi alma en su

                                                                   reflejo?

                                                                                                                                Ana Belén Toledano.

 

                                                                                                  Píntame una luna

                                                                                    Con espejos de aire

                                                                                    En el vientre...

                                                                                    O no me pintes nada.

                                                                                    Cubre tus sueños

                                                                                    Con mis manos,

                                                                                    Derrama tus sonrisas

                                                                                    En el frasco de mi

                                                                                    Perfume,

                                                                                    En ese Poema que

                                                                                    Viste mi cuerpo cuando

                                                                                    La ropa no es más

                                                                                    Que un obstáculo ya salvado.

                                                                                    Enrédate en la hiedra

                                                                                    Que trepa por mis sueños,

                                                                                    Apaga tus estrellas

                                                                                    Enlutadas y bucea entre

                                                                                    Mis senos...

                                                                                    Coge un tren imaginario

                                                                                    Que no descarrile, y

                                                                                    Nos lleve allí donde

                                                                                    Podamos pintar lunas

                                                                                    Con espejos de aire...

                                                                                    En mi vientre.                                                                   

                                                                                                                               

                                                                                                                     Ana Belén Toledano.

 

                                                                                              NACER Y RENACER.

                                                                                                                A la revista "Claustro Poético"

                                                                                                                con el gozo de verla resurgir.

                                                                                                                

                                                                                         NACIÓ DE UNA ILUSIÓN.

 

                                                                                   Henchida de ilusión brotó a la vida

                                                                 pequeña mariposa enamorada

                                                                 que refleja la luz en la mirada

                                                                 de su rosada aurora amanecida.

                                                                 

                                                                 Ella vuela feliz, recién nacida,

                                                                 y corta el cielo azul, ilusionada,

                                                                 que le deja su estela salpicada

                                                                 de ráfagas de amor y de acogida.

 

                                                                 Cinco años vivió y fue su vuelo

                                                                 corto, tal vez, pero también fecundo;

                                                                 y alegre y generosa dio a este mundo

 

                                                                 la semilla de paz; y fue su anhelo

                                                                 plantar la bella flor en cada suelo

                                                       que vive en aridez y no es fecundo.

 

                                                Rafael Valdivia Castro.

 

                                                                                                       RENACER.

 

                                                                                         Crisálida de bella mariposa,

                                                                    larvada en tu silencio te ocultaste;

                                                                    perdida entre la bruma te quedaste

                                                                    cubriéndote la espera con su losa.

 

                                                                    Te fue tanta quietud muy onerosa

                                                                    y, en esta hibernación, tú recordaste

                                                                    a tanta cosa bella que cantaste

                                                                por ser parte de ti y ser hermosa.

 

                                                                    Fieles tus centinelas te velaron,

                                                                    esperando que pronto resurgieras,

                                                                    que estrenaras las nuevas primaveras

                                                                               

                                                                    más hermosas que aquellas que pasaron.

                                                    De nuevo renacida, te cantaron,

                                                                    al verte tan hermosa como eras.

 

                                                                                                                      Rafael Valdivia Castro.

 

                                                                               ESTA VIDA NO DEJA DE MORIRSE.

 

                                                                                 He alargado la mano hasta tu nombre

                                                                 entrañando en la piedra cara al tiempo.

                                                                 Y he plegado la voz ya sin palabra.

                                                                 Tengo el luto de ti descolorido

                                                                 de tanto regresar a la memoria.

                                                                 Y otra fecha sin más,

                                                                 y otro hasta luego

                                                                 y un brazado de nieblas suspendidas

                                                                 en el arcén de mi sonrisa helada.

                                                                 Y otro dedo sellando la locura

                                                                 de quedarme sin ti, de amarte tanto.

                                                                 Y he clavado mis huellas en la tierra

                                                                 para llenar con tu vacío el mío.

                                                                 Mañana me dirán ¿de dónde vienes?

                                                                 y yo responderé, mirando al cielo.

                                                                                                                V

                                                                No importa demasiado si la queja

                                                                 se suicida en mi huerto cada día.

                                                                 No importa si te llamo y no respondes.

                                                                 A veces me conformo con la curva

                                                                 que me sale a deshora en el camino.

                                                                 He crecido en un páramo de ausencias

                                                                 y he madrugado la razón de amarte.

                                                                 Me sabe todo a ti desde la aurora.

                                                                 Me sabe todo a ti desde la nada

                                                                 y aletea en el árbol de mi pecho

                                                                 encendido el amor, volcanizado,

                                                                 donde vive si ti, contigo siempre.

                                                                 Esta vida no deja de morirse.

                                                                 Y tanta luz para buscar la noche.

 

                                                                                        José Antonio Valle Alonso.

 

                                                                                      RETRATO DE UNA IMAGEN.

 

                                                                           Hoy he visto la mañana vestirse de amapola

                                                   en un campo pletórico de belleza

                                                   cuajado de rumores amigables

                                                   y de una luz de tenue tono anhelí.

 

                                                   Hoy he retratado tu imagen entre la grama

                                                   de una parra que brotaba joven

                                                   en las estacas yertas de antaño

                                                   encintadas en olores a galán

                                                   -dulcemente embriagado-.

 

                                                   Hoy te he visto entre la naturaleza

                                                   con tus cabellos serpenteando entre el verdor

                                                   y tus ojos, dulces ópalos de terciopelo,

                                                   abriéndose expectantes entre arqueadas cejas.

 

                                                   Hoy te he visto insinuadora

                                                   emulando una fontana de agua virgen,

                                                   invitándome a saciar esta sed eterna

                                                   de los pensamientos de amores imposibles.

 

                                                   Hoy te he visto con un cincel de plata

                                                   rompiendo el muro de tu corazón,

                                                   dejando la esencia de la vida derramada

                                                   en un presente ajeno al mañana.

 

                                                   Hoy te he visto acurrucada en mi pecho

                                                   mirando tiernamente mi faz,

                                                   -oh Dios, como amo tu mirada

                                                   de ojos oceánicos-,

                                                   pidiéndome con voz delicada:

                                                   "Mi amor, adorméceme con tus poemas

                                                   y dimes que me quieres con tu balada".

 

                                                                                                                C. Zenón Guiomar.

 

                                                                                       EL ROMANCERO DE JAÉN.

               

                                El día 21 de agosto de 1862 celebró sesión ordinaria la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Jaén, presidiendo el Director don José de Campos y Alcalde, actuando de Secretario General don Antonio Mariscal y López de Navajas, asistiendo los señores: Joaquín María López Paqué, don Francisco Javier de Palacio y García de Velasco, don Antonio Almendros Aguilar, don Mateo Candalija y Uribe, don Antonio Rodríguez de Gálvez, don Antonio María Guijosa Gómez, don Manuel Muñoz Garnica, don Juan del Nido y Postigo, don Antonio Candalija y Uribe, don Felipe Balguerías Monereo, don Antonio Muñoz Poza, don Manuel de Miguel García, don Agustín Bellido Rubio, don Miguel Arévalo, Palomo, don Francisco Manuel Rísquez Cumplido, don Manuel Gutiérrez Jiménez, don Ramón Arzalaya, don Francisco Muñoz Andrade, don Tomás Sánchez Vera, don José María de Martos, Torregrosa, don Wenceslao de Jiménez Coronado, don Antonio de Ochoa y Jiménez de Góngora, don Diego Marín Vadillos, don Carlos Vilchez Caballero y don Francisco López Vizcaíno.

                                Se dio lectura por el Secretario de un oficio del Sr. Gobernador Civil de la Provincia manifestando a la Sociedad que "... debiendo S.M. la Reina y su Augusta Familia visitar esta población en el viaje proyectado a las provincias andaluzas, dicha autoridad superior lo participaba a la Corporación para que acordase lo que creyere más conveniente, con el fin de solemnizar la estancia de SS.MM. en esta capital de Jaén".

                                Seguidamente el mismo Sr. Gobernador hizo algunas manifestaciones e indicaciones, encaminadas al objeto de solemnizar el acontecimiento de la regia visita, y la Real Sociedad las aceptó acordando un voto de gracias para el meritado Sr. Gobernador Civil, don Antonio Hurtado Vahondo.

                                Acto seguido se acordó nombrar una comisión literaria que se ocupare de invitar y de dirigir a los poetas de Jaén y de su provincIa, para que recogiendo en forma de Romancero los hechos más gloriosos pertenecientes a la Historia de la Provincia, pudieran ser ofrecidos a S.M. la Reina en un Álbum lujosamente encuadernado en terciopelo blanco y oro, y en "moiré" blanco los destinados a sus AA.RR. el Príncipe y la Infanta. 

                                Aquella comisión la formaron: don Juan Antonio de Viedma y Cano, don Diego Marín Vadillos, don Tomás Sánchez Vera, don Bernardo López García, don Antonio Rodríguez de Gálvez, don Manuel Ruiz Romero, don Francisco Muñoz de Andrade, don José Toral y Bonilla y don Antonio Almendros Aguilar.

                                El Romancero de Jaén fue impreso en los talleres tipográficos de don Francisco López Vizcaíno, y fue entregado a S.M. la Reina de España doña Isabel II, a las 5 de la tarde del día 8 de octubre de 1862.                                     

                                Lo constituyen treinta Romances en que lucen las gallardías de sus plumas otros tantos poetas del Santo Reino. Relicario de la Leyenda, de la Tradición y de la Historia, guarda el Romancero de Jaén recuerdos y hazañas en preciosas composiciones con el siguiente orden:

                                I.-  Las dos épocas; de Antonio Hurtado Vahondo.

                     II.-  La Lealtad; de Juan Antonio de Viedma y Cano.

                    III.-  La cautiva de Martos; de José Moreno Castelló.

                     IV.-  Alhamar el Magnífico; de Antonio de Ochoa y Jiménez de Góngora.

                     V.-  Nuestra Señora de la Cabeza; de Antonio Garzón Agudo.

                     VI.-  ¡No hay plazo que no se cumpla!; de Isabel Camps y Arredondo.

                    VII.-  Heroica y desesperada defensa de Iliturgi; de Manuel Sicilia y   Astillero.

                   VIII.-  La casa de los Rincones; de Francisco Javier de Palacio y García de Velasco.

                     IX.-  El triunfo de las Navas de Tolosa; de Antonio Almendros Aguilar.

                      X.-  Al cerco de Úbeda en 20 de Julio de 1.212; de Domingo Martínez de la Cámara.

                     XI.-  Conquista de Úbeda; por don Fernando, de Eugenio Madrid Ruiz.

                    XII.-  La jornada de Martos, 1.275; de Francisco de Paula Sanmartín Melgarejo.

                   XIII.-  Tradición religiosa acerca de la aparición de Nuestra Señora de la  Capilla; de Antonio Bedmar y Barrionuevo.

                    XIV.-  Los doce héroes de Úbeda; de Maximiano Fernández del Rincón y Soto.

                     XV.-  Justicia del rey don Pedro; de Mariano José Camps y Arredondo.

                    XVI.-  Isabel Dávalos; de Federico de Palma y Camacho.

                   XVII.-  De como el condestable Miguel Lucas de Iranzo reparó los estragos y  turbulencias causadas por don Pedro Girón y sus parciales en los campos y molinos de Jaén en julio de 1.465; de Máximo Caballero Hierlinger.

                  XVIII.-  Conquista de Alcalá la Real; de Capilla Romero de Martí.

                    XIX.-  Toma de Cambil y Alhabar; de Eduardo Padial Martos.

                     XX.-  La catedral de Jaén; de Ciriaco Sidrac de Cardona.

                    XXI.-  Carlos III y Olavide; de Pablo Montero Moya.

                   XXII.-  La hidalguía; de Gregorio Casanova del Castillo.

                   XXIII.-  Primera entrada de San Fernando en la provincia de Jaén; de Manuel María Montero Moya.

                   XXIV.-  La batalla de Bailén; de Francisco Rentero Rentero.

                    XXV.-  La fuente de la Magdalena; de Francisco López Vizcaíno.

                   XXVI.-  La cruz del Pósito; de Antonio María Guijosa y Gómez.            

                  XXVII.-  Cofradía de Santa María y San Luis de los Caballeros de Jaén; de Manuel Martos Rubio.

                 XXVIII.-  La Virgen de la Coronada; de María Josefa García de la Peña.

                   XXIX.-  La devoción del Santo Rostro; de Juan Antonio de Viedma y Cano.

                    XXX.-  La religión del honor; de Tomás Sánchez Vera.

                                Treinta Romances en total y veintinueve poetas, pues Juan Antonio de Viedma y Cano, quizás por su prestigio nacional publica dos de auténtica calidad.

                                Impresiona un poco que en Jaén y su provincia, se pudiera reunir entonces tal número de poetas de muy estimable valía. Incluso falta un nombre tan sonoro como el de Bernardo López García, tal vez por su conocido republicanismo.           

                                Si en la centuria decimonónica el Romancero de Jaén tuvo calidad literaria como para obsequiar a la entonces Reina de España, hoy, en el albor del tercer milenio, sigue aún latente esa fuerza y belleza poética y literaria que emana de esos maravillosos Romances de gestas, fronterizos, noticieros, picarescos, etc, y que tuvieron por escenario las tierras del Santo Reino.

                                En nuestros días no pierde el Romancero de Jaén su esencia, ya que nació para mantener casi las mismas funciones de los cantares de gesta y poema narrativos: divertir, alimentar el sentimiento popular, transmitir las noticias según el vehículo oral tradicional y perpetuar en la memoria cultural de los pueblos los acontecimientos trascendentales del pasado nacional.

                                Con la lectura de los Romances de Jaén, trato de conseguir que el lector se identifique con su Ciudad, que se enamore, como yo, de nuestras antañonas costumbres, de nuestras medievales gestas de nuestra querida y entrañable tierra; si lo consigo esa será mi recompensa.

               

                                                                                          LA CRUZ DEL PÓSITO[1].

 

                                                                                                                I.

                                                                                              El siglo décimo quinto

                                                                                 muere ya, de sus empresas

                                                                                 al panteón de la historia    

                                                                                 dejando gloriosas fechas.

                                                                                 Es de noche: una ciudad

                                                                                 que es de la lealtad emblema,

                                                                                 de los árabes codicia

                                                                                 y del suelo andaluz puerta,

                                                                                 muda, al pie de una montaña

                                                                                 y en negras nubes envuelta

                                                                                 oye el huracán que silva

                                                                                 al sacudir las veletas,

                                                                                 y ve rasgar al relámpago

                                                                                 brillante las sombras densas.

                                                                                 El agua cae a raudales,

                                                                                 brama ronca la tormenta,

                                                                                y no hay un bulto que cruce

                                                                                 la triste calle desierta.

                                                                                 Duerme Jaén; tal vez solo

                                                                                 dos hombres callados velan;

                                                                                 uno entre la sombra espía

                                                                                 y otro al pie de una cruz reza.

                                                                                 Quienes son, calle la historia,

                                                                                 más la tradición lo cuenta

                                                                                 y yo narrarlo pretendo

                                                                                 tomando al vulgo por lengua.

                                                                                                                II

                                                                                 Vino a Jaén desde Flandes

                                                                                 doncel de noble presencia

                                                                                 capitán de aquellos tercios,

                                                                                 rico en honores y rentas.

                                                                                 Buscando dulce descanso

                                                                                 a las fatigas guerreras

                                                                                 casó con doña Beatriz

                                                                                 hija de Íñigo de Uceda.

                                                                                 Más tomó en mal hora estado;

                                                                                 que la dama ilustre y bella

                                                                                 se unió tal vez al de Osorio

                                                                                 por razones de nobleza

                                                                                 y a otro hombre su pecho amante

                                                                                 daba adoración secreta,

                                                                                 mientras desposa a don Diego

                                                                                 daba la mano en la Iglesia.

                                                                                 Pasaron meses y años

                                                                                 y fuese tedio o sospechas,

                                                                                 de su pasión al de Osorio

                                                                                 quedaron solo pavesas.

                                                                                 Doña Beatriz, del desvío

                                                                                 lloró en silencio la pena

                                                                                 si no en el amor herida

                                                                                 lastimada en la soberbia.

                                                                                 Y así los días pasaron

                                                                                 guardándose ambos su queja,

                                                                                 y abriendo con el silencio

                                                                                 camino a pasiones nuevas.

                                                                                 Y en orgías borrascosas

                                                                                 y se aventuras secretas,

                                                                                 quiso de su amor primero

                                                                                 borrar Osorio las huellas.

                                                                                                               III

                                                                                 En la casa de Gil Pérez

                                                                                 y en angosta callejuela

                                                                                 hay varios hombres reunidos

                                                                                 en redor de una ancha mesa.

                                                                                 Nobles son, si no en los hechos

                                                                                 al menos en la ascendencia

                                                                                 los que de Gil en la casa

                                                                                 ponen a un dado su hacienda.

                                                                                 Con ellos está el de Osorio

                                                                                 pero con suerte tan negra

                                                                                 que no tira vez los dados

                                                                                 que lo ponga no pierda;

                                                                                 pero don Diego no es hombre

                                                                                 que en sus propósitos ceda

                                                                                 y así, mientras más desgracia,

                                                                                 más tesón pone en vencerla.

                                                                                 Luchando con su fortuna

                                                                                 perdió así, puesta tras puesta,

                                                                                 primero el oro y después

                                                                                 las alhajas y las tierras.

                                                                                 Ebrio de ira, a su escudero

                                                                                 llama y que le traiga, ordena,

                                                                                 cierta joya a Beatriz dada

                                                                                 al desposarse con ella.

                                                                                 Partió el escudero y pronto

                                                                                 volvió con esta respuesta:

                                                                                 -Doña Beatriz vuestra esposa

                                                                                 la joya a entregar se niega

                                                                                 porque siendo, según dice,

                                                                                 de vuestros amores prenda,

                                                                                 solo a vos y por su mano

                                                                                 hará tan costosa entrega.

                                                                                 Para eso aquí se dirige 

                                                                                 seguida de la su dueña;

                                                                                 salir vos a recibirla,

                                                                                 señor, que estará ya cerca.

                                                                                 Rieron los jugadores,

                                                                                 montó el de Osorio en soberbia

                                                                                 y ciego salió a la calle,

                                                                                 la mano en la daga puesta.

                                                                                                               IV

                                                                                 Volvió a casa de Gil Pérez

                                                                                 Osorio, la vista inquieta,

                                                                                 lívido el labio, y la frente

                                                                                 de frío sudor cubierta.

                                                                                 Puso en la mesa una joya

                                                                                 y al tirar con mano trémula

                                                                                 los dados, oyó en la calle

                                                                                 su nombre a una voz resuelta:

                                                                                 "¿En donde está el asesino

                                                                                 de doña Beatriz de Uceda"?

                                                                                 Justicia demando o plazo

                                                                                 para vengar tal vileza.

                                                                                 Puesta en la espada la mano

                                                                                 bajó Osorio la escalera,

                                                                                 que acaso de antiguos celos,

                                                                                 sintió la herida entreabierta.

                                                                                 Tiraron los jugadores

                                                                                 dados y lámpara y mesa

                                                                                 y guardando las ganancias

                                                                                 buscaron, raudos, la puerta.

                                                                                 LLegó a la calle don Diego

                                                                                 y hallándose un hombre en ella

                                                                                 cerró con él y de entrambos

                                                                                 fueron las espadas lenguas.

                                                                                 Más como iba Osorio ciego

                                                                                 y hallóse una mano diestra

                                                                                 bien pronto corrió la sangre

                                                                                 que la quemaba las venas.

                                                                                                                V

                                                                                 Duerme Jaén; en sus calles

                                                                                 tan solo dos hombres velan,

                                                                                 uno entre la sombra espía,

                                                                                 y otro al pie de una cruz reza.

                                                                                 -¿Que voto cumple el romero?

                                                                                 pregunta al que ora el que observa.

                                                                                 -Vengo a rogar por las almas

                                                                                 del Osorio y la de Uceda.

                                                                                 -¿Sabéis esa historia?

                                                                                                                 -Al cielo

                                                                                 pluguiese no la supiera

                                                                                 y esta cruz no fuera entonces

                                                                                 mudo juez de mi conciencia.

                                                                                 -Luego sois...

                                                                                                                 Don Lope de Haro,

                                                                                 de doña Beatriz, la bella,

                                                                                 galán un tiempo y más tarde

                                                                                 su vengador en la tierra.

                                                                                 Partió el romero; el espía

                                                                                 quedó inmóvil de sorpresa

                                                                                 frente a la piedra, que el nombre

                                                                                 de Cruz del Pósito lleva.

                                                                       . . . . . . . . . . . . . . . . .

                                                                                 A otro día, cuando el sol

                                                                                 iba a mediar su carrera

                                                                                 entraba don Lope de Haro

                                                                                 de San Francisco en la regla.

                                                                                                                Miguel Moreno Jara

 



    [1]           Don Antonio María Guijosa Gómez. *Cabra de Santo Cristo (Jaén), ¿ +Madrid, ¿. Hijo de don Francisco Guijosa de Quesada (*Cabra de Santo Cristo, 29-7-1808 +Madrid, 16-8-1883) y doña Manuela Gómez Rodríguez. Licenciado en Jurisprudencia por la Universidad Central de Madrid. Secretario del Instituto General y Técnico de Jaén; junto con el director del centro, don Manuel Muñoz Garnica, redactó un informe sobre la conveniencia de crear una Escuela Industrial y de Agricultura en Jaén (1850). Miembro de la Junta de Oficiales de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Jaén (26-12-1853). Suscritor mensual para aliviar las necesidades de Su Santidad (1862). Con motivo de la visita efectuada a Jaén por Isabel II, intervino en el Romancero de Jaén, con el romance "La cruz del Pósito" (7-10-1862); también se le conoce otro poema publicado en la revista madrileña "La Violeta" (1863). Secretario de la Junta Provincial de Instrucción Pública (22-11-1866) e Inspector de Escuelas Normales. Como dato curioso citamos que obra en nuestro poder un recibo de suscripción número 1.227 al periódico local "La Regeneración", de lo que se infiere que el Sr. Guijosa Gómez en 1897 -fecha de la fundación del trisemanal periódico- residía en Jaén; aunque en la partición que hizo su padre, Sr. Guijosa Quesada ante el notario de Madrid, don José Miguel Rubias, tan sólo cita a sus hijos: Ambrosio, Ana María, Emilio e Irene (30-5-1882); a mayor abundamiento en la partida de defunción del Sr. Guijosa Quesada, consta que sobreviven a la fecha del óbito los hijos antes citados. Domiciliado en Jaén, C/, San Vicente nº 5; en Madrid, C/, del Tutor nº 9 provisional, 2º izquierda y en Granada, C/, Pontezuelos nº 8-2º. MORENO JARA, M.: Historia del Ilustre Colegio de Abogados de Jaén. Inédita.